La Hna. Inés reflexiona sobre sus tres años y medio en la República Democrática del Congo, y lo que ella describe como el regalo de vivir cada día como si fuera el último.
La hermana Inés Oleaga Castellet ACI, sirvió en Timor-Leste durante seis años antes de ser transferida a la República Democrática del Congo (RDC) para acompañar a los desplazados internos y a los refugiados. La Hna. Inés reflexiona sobre sus tres años y medio en la RDC, y lo que ella describe como el regalo de vivir cada día como si fuera el último. Ella continúa su misión desde Roma como parte del Equipo General de su Congregación, las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
—Háblenos de su vida cuando se involucró por primera vez con el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS).
Llegar a Masisi, en Kivu Norte, me desbordó. La belleza, la pobreza, la violencia, la Esperanza… todo era inabarcable. Me uní a JRS-GL desde otra misión apasionante en Timor Oriental donde ya había acompañado desplazados. Fue un regalo aterrizar directamente en el corazón de JRS. En mi visita a los campos de Masisi descubrí esa “chispa” que debió encender en Arrupe la pasión —en sentido literal— que sostiene la misión en lugares donde otros no llegan y donde solo se puede permanecer amando; vivir con los pies en lo menos y el corazón en lo más. Desde el primer día ese número que me abrumaba: 1 millón de desplazados. Y pasaron a ser rostros y nombres que acompañar, servir y defender sin descanso y “sin cuidarme de las heridas”, sintiéndome honrada de que me acogieran en sus vidas para caminar juntos un trecho.
—¿En qué punto de tu vida estás hoy?
Me ha llegado el momento de seguir empujando y animando las misiones en las fronteras desde la retaguardia, como parte del equipo de liderazgo de mi Instituto religioso. La fuerza de atracción que me mueve sigue siendo la misma: justicia, paz, pan, dignidad y alegría para todos, y en especial para los olvidados y excluidos del sistema dominante. Frente a mi mesa del despacho donde circulan muchos papeles tengo unas cuantas fotos de Masisi y una frase: “No te olvides de las Palabras que han visto tus ojos” (Dt 4,9). Papa Bushu, tate Helene, Tuliza, Papa Samson, Jolie, Dusabe, Exode… siguen siendo palabras que inspiran mi misión actual.
—¿Cómo marco la diferencia el JRS en tu vida?
Lo he repetido muchas veces: el tiempo en Masisi fue una conmoción en mi vida. La vulnerabilidad de las personas con las que caminaba y la brutalidad del conflicto armado que nos rodeaba me regaló vivir cada día como si fuera el último y feliz. Con las mujeres del Congo descubrí la Esperanza, con mayúsculas; con los ancianos abandonados, literalmente, en los campos, el valor de una visita gratuita; con los niños, que todo lo que hagamos es poco para evitar que se conviertan en niños-soldados; con los hombres armados, que compartir un cigarro puede ser “un acuerdo de paz”; con mi equipo del JRS, que siempre hay razones para celebrar… y ¡mucho más!
—El JRS habla de andar con las personas a las que servimos y acompañarlas en su camino. ¿Qué significa para ti el acompañamiento?
El mejor modo de “no vivir ya para una misma”. Hacer hueco a Dios que, siendo el que no abandona a ninguno de sus hijos e hijas, crea vínculos más allá de la eficacia y la lógica humana. Enfocar el corazón en la dirección adecuada para permanecer siempre cerca y practicar un amor efectivo: una mama embarazada colaboradora del JRS que vivía en el campo de Bukombo, se puso de parto mientras huía tras un ataque al campo, dio a luz en la huida y puso a su hijo de nombre Éxodo. En cuanto fue posible su primera llamada fue al campamento del JRS para compartir la alegría y avisar que estaban bien… ella sabía que estaríamos esperando, porque nunca abandonábamos a quienes Dios nos había confiado acompañar.
—Lea más testimonios de contrapartes y compañeros aquí.
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Fuente: https://jrs.net/es