Editorial de Revista Mensaje de noviembre-diciembre de 1973, en la que se habla de las acusaciones en contra del Cardenal Arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez. “No olvidemos que el Cardenal es el Pastor de ‘todos’ los chilenos. Así el dolor, la desesperanza de muchos pasaba a ser su propio dolor”.
El Cardenal ha sido atacado desde siempre. No se puede impunemente denunciar la injusticia; enfrentarse a los poderosos. No olvidemos que Cristo murió en la cruz acusado de hacer política: “Se dice rey”.
Pero este último tiempo la crítica ha arreciado y se ha transformado en una verdadera campaña de desprestigio orquestada por las radios y la prensa de derecha.
“Cuando la política se introduce en instituciones y en funciones que por su naturaleza deben permanecer ajenas a ella, deja de ser noble y beneficiosa y se convierte frecuentemente en un verdadero cáncer”… “El Cardenal Arzobispo de Santiago, don Raúl Silva Henríquez, se ha singularizado por su constante intromisión en la política contingente”… “En esta encrucijada histórica, la más difícil que haya vivido Chile, hay que romper ese silencio y decir con toda claridad que el señor Silva Henríquez no tiene derecho a seguir usando su investidura sacerdotal y su dignidad de Cardenal Arzobispo para defender un régimen opuesto a los principios que él está, más que nadie, obligado a resguardar y difundir”.
Son palabras del ex-Senador Francisco Bulnes en una editorial de Tribuna.
¿Cuál es el motivo de la acusación?
En Bonn, el Cardenal habría hecho una declaración al periódico Die Welt en la que afirma que “el marxismo no es la única solución para liberar al hombre” (luego, concluyen sus adversarios, el marxismo es también una solución) y afirmado que “no hay ningún motivo para condenar al régimen derrocado (el de Allende) y tampoco lo hay para condenar al actual (la Junta Militar)”.
Si la prensa internacional ha tergiversado v distorsionado tan gravemente lo acaecido en Chile ¿por qué no iba a tergiversar o distorsionar las palabras del Cardenal? ¿Por qué, antes de atacar, no pedir una aclaración a él mismo?
De hecho el Cardenal fue consultado telefónicamente por su Secretaria y negó enfáticamente haber hecho declaración alguna al periódico Die Welt.
La única declaración oficial del Cardenal fue la que hizo en Roma a la Congregación Salesiana y que fue publicada por el Departamento de Opinión Pública del Arzobispado de Santiago. En esta declaración el Cardenal se limita a reproducir declaraciones hechas por los obispos chilenos. Algunos se han molestado por dos párrafos:
“Como Cardenal, en nombre de la Iglesia, ofrecí al nuevo Gobierno de Chile la misma colaboración que la Iglesia había dado, en todas las obras de bien común, al Gobierno marxista del señor Allende. Al mismo tiempo, cosa que las autoridades aceptaron, he exigido la misma libertad de acción de que gozaba la Iglesia con el Gobierno precedente”.
“La Iglesia chilena no se siente llamada a dar la patente de legitimidad a las autoridades civiles, a establecer gobiernos o a derrocarlos. Su acción no quiere ser política, sino religiosa”.
¿Y no son estos hechos irredargüibles? ¿No gozó la Iglesia en el Gobierno de Allende de plena libertad? ¿No es ya bastante ofrecer su colaboración en todas las obras de bien común? ¿Puede la Iglesia, como quisieran muchos, canonizar la Junta?
También se disgustaron no pocos cuando inmediatamente del golpe de Estado el Cardenal junto con los otros obispos del Comité Permanente, afirmó: “Nos duele inmensamente y nos oprime la sangre que ha enrojecido nuestras calles, nuestras poblaciones y nuestras fábricas, sangre de civiles y sangre de soldados, y las lágrimas de tantas mujeres y niños. Pedimos respeto por los caídos en la lucha, y en primer lugar, por el que hasta el martes 11 de septiembre fue el Presidente de la República”.
¿Y qué otra cosa hubiera podido decir el Cardenal? ¿Alegrarse, como muchos que brindaban en las calles con champagne frente al país ensangrentado frente a miles de muertos, prisioneros, refugiados? No olvidemos que el Cardenal es el Pastor de “todos” los chilenos. Así el dolor, la desesperanza de muchos pasaba a ser su propio dolor.
Pero en vano nos esforzamos en defender al Cardenal. Seguirá siendo atacado por los mismos de siempre, pero éstos deberían reflexionar ante las palabras de los que tanto admiran y estiman como verdaderos sacerdotes. Consultado el padre Hasbún sobre el Cardenal (El Mercurio, 18 de noviembre) declaró: “Repito lo que dije por Canal 13. Conozco de cerca el pensamiento del Cardenal. Vivo con él hace cuatro años, y sé que no es ninguna de las cosas que algunos le atribuyen. No es rojo, no es un Cardenal marxista. Es demasiado buen obispo como para poner en tela de juicio la integridad de la fe que él juró respetar y hacer respetar cuando lo consagraron. Hay gente que no capta cuán delicada es su posición como Pastor y cabeza de la Conferencia Episcopal. Tiene que notarse más que en nadie su condición de Pastor de todos. Él tiene que armonizar la firmeza de la verdad con la inagotable comprensión de la caridad”.
Pero el Cardenal no será perdonado por la derecha. Fue el que se anticipó a la reforma agraria entregando los fundos de la Iglesia. Fue el que denunció repetidamente la injusticia de nuestras actuales estructuras socioeconómicas. Fue el que estuvo en las manifestaciones de la CUT mientras estas fueron de todos los trabajadores. Fue el que escribió sobre el deber social y político de los chilenos. Seguirá siendo atacado como lo fue el P. Vives, el P. Hurtado, Mons. Larraín; como lo fueron Juan XXIII por Mater et Magistra, Pío XII por sus sermones de Navidad, Pío XI por Quadragesimo Anno y sobre todo León XIII por Rerum Novarum.
El Cardenal puede alegrarse. Está en buena compañía.
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