Editorial de Mensaje N° 472, septiembre de 1998, a 25 años de ocurrido el golpe de Estado. “No podemos olvidar el contraste generacional entre los que vienen de la vieja república y los que crecieron en la nueva. Entre quienes vivieron la antigua democracia y quienes nunca la conocieron. ¿Cuánto tiempo seguirá nuestra sociedad dividida entre los nostálgicos del orden y la seguridad, y los que se sienten víctimas de un sistema en el cual nunca han participado? ¿Qué país queremos para el siglo XXI? ¿Existen consensos al respecto?”.
Hoy en este mes de septiembre, cargado de tan diversos significados y sentimientos, nos preguntamos quiénes somos los chilenos a 25 años del golpe militar. No pretendemos hacer ahora una interpretación definitiva de los hechos que han marcado la historia reciente de nuestro país. La polarización experimentada hace un cuarto de siglo sigue ocasionando conflictos cuando se intenta cualquier tipo de debate al respecto. Hoy estamos sometidos a un trauma emocional que impide la reflexión pues pensar lo acontecido en este periodo necesariamente provoca dolor y agresividad. Las emociones los sentimientos irracionales lo vivido por nuestros grupos de referencia, no facilitan una mirada suficientemente objetiva de estos años. Los diversos enfoques que se han ofrecido podrán ir decantando con el tiempo una interpretación integradora de los hechos. Mientras tanto debemos ser modestos y más que respuestas necesitamos plantearnos preguntas que nos permitan elaborar el significado de estos acontecimientos.
No se puede tocar este periodo de la historia de nuestra patria sin considerar en su origen la irrupción de la polarización, de la violencia y, finalmente, del terrorismo de Estado. Hace 25 años se produjo un impasse en nuestro país provocado por un proyecto político que no trepidó en apurar los cambios a cualquier costo, también por la vía violenta. Aquel fue resuelto después por una violencia represiva que se institucionalizó. Se ha especulado si la violencia es necesaria para desencadenar los grandes procesos de cambios históricos. Es cierto que el mundo avanza a través de la superación de situaciones críticas. Sin embargo, no creemos que las crisis se deban resolver ineluctablemente a través de la violencia fratricida. En el Chile de entonces no hubo voluntad real de buscar otro camino de salida a la grave situación que se vivía. Las palabras de la Iglesia y de algunos hombres públicos que previeron el alto costo que tendría para la gente y para el país una solución militar, no recibieron crédito de los ánimos ya demasiado enardecidos.
Es necesario rescatar todas las dimensiones del lapso que nos ocupa. No se ha hecho una evaluación satisfactoria del tiempo de la Unidad Popular. ¿Qué rescata la memoria colectiva? ¿En qué nos cambiaron como sociedad los años de la Unidad Popular y los 17 años de dictadura? Si miramos hacia atrás y comparamos con el presente, apreciamos dos países diferentes en lo político, económico, demográfico, incluso en lo epidemiológico… ¿Qué nos une con el pasado?
Es también importante reflexionar sobre el golpe militar mismo como una tragedia que nunca debió haber ocurrido. Todos los protagonistas de esos tiempos tenemos una responsabilidad. Además de los mismos autores del golpe y sus consecuencias, la tienen los que se negaron a cualquier negociación, los que desataron la confrontación y atentaron la polarización. Quienes provocaron a los militares para que tomaran el poder, los que creyeron que podrían manejarlos y quienes no hicimos lo suficiente para pacificar los ánimos. Con el derrocamiento del presidente Allende se desencadenó una violencia irracional que sobrepasó todos los limites éticos. La paz y tranquilidad adquirida para parte importante de la población, fue en cambio para muchos un infierno donde se despertaron las más siniestras pasiones humanas. Como el aprendiz de brujo, no se pudo poner control a las fuerzas desatadas. Actores, cómplices y derrotados, todos fuimos entonces arrastrados por el huracán. Ni siquiera los que creían controlar el proceso dejaron de ser víctimas de sus propias opciones.
Al analizar este último cuarto de siglo es conveniente distinguir los cambios propios del tipo de sociedad y modelo de desarrollo aplicado en Chile, de los que se deben a procesos más globales. Un crecimiento económico producto explícito de las políticas del gobierno militar no justifica el mal causado ni permite mitigar el daño provocado por los graves atropellos a la dignidad y libertad de las personas. Es más que probable que con otro sistema político un crecimiento semejante también se hubiera dado y seguramente acompañado de un mayor desarrollo en humanidad.
Ha habido un cambio importante en las estructuras mentales psicosociales en estos 25 años. ¿Cuál ha sido en la sociedad el efecto del autoritarismo producido a partir del golpe? Ni los sectores que lo idealizan como portador de orden, seguridad y progreso, ni quienes sufrieron por la ausencia de participación ni por la represión, han podido liberarse suficientemente de esa autoridad. Con ello se han incapacitado para reflexionar sobre las consecuencias que ha tenido dicho autoritarismo para nuestra convivencia nacional.
Por ahora queda pendiente un discernimiento sobre el modelo de sociedad que se nos impuso: para algunos, una serie de estructuras injustas; para otros, el fundamento de la gran oportunidad para el desarrollo de Chile. Hoy, sin embargo, unos piensan que el país está estancado en lo institucional y otros, en lo económico. El optimismo y la alegría que para muchos trajo el fin del gobierno militar y el crecimiento sostenido de nuestra economía, han dado paso a la desorientación y al descontento. Los anhelos de participación se han visto frustrados por las ataduras institucionales heredadas del régimen militar y, en lo económico, hemos perdido la vanguardia en el desarrollo de Latinoamérica. La denuncia de la pobreza se ha vuelto hipócrita. Las brechas se agrandan, aunque el discurso siga siendo social. De esta parálisis que vive Chile hoy sólo podremos salir con la participación de todos. Con un desarrollo integral donde el centro sea la persona humana.
Más que reflexionar sobre el papel protagónico que tuvo la iglesia durante estos 25 años, quisiéramos ahora poner de relieve su clara opción por los más desvalidos y perseguidos en este periodo. Si bien dentro de ella no fueron pocos los que apoyaron un régimen militar, sin embargo destacan las figuras señeras de grandes obispos, sacerdotes y laicos que valientemente fueron “voz de los sin voz”. La preocupación social, que había nacido con anterioridad al interior de la Iglesia chilena y de la cual el Padre Hurtado fue claro precursor sin duda fue clave para entender su papel en esos años. Dentro de ella, Mensaje fue un testigo privilegiado de la historia y pudo mantener su independencia a pesar de la censura y la persecución.
A 25 años del golpe militar no podemos olvidar el contraste generacional entre los que vienen de la vieja república y los que crecieron en la nueva. Entre quienes vivieron la antigua democracia y quienes nunca la conocieron. ¿Cuánto tiempo seguirá nuestra sociedad dividida entre los nostálgicos del orden y la seguridad, y los que se sienten víctimas de un sistema en el cual nunca han participado? ¿Qué país queremos para el siglo XXI? ¿Existen consensos al respecto? A fin de cuentas, nuestra meta debe ser alcanzar una paz integradora porque todos hemos sido responsables de lo ocurrido en Chile y hemos cometido errores profundos. Reconocer los errores y tener la voluntad de buscar una mayor reconciliación es una tarea urgente para enfrentar el nuevo milenio. Un buen signo puede constituirlo el esfuerzo que se hizo para derogar el “11” como feriado. Pero, más allá de eso, creemos que cuando finalmente ya hayamos reparado el mal y nos reconciliemos como hermanos para construir juntos esta patria, entonces podremos ver una nueva primavera en septiembre. Con este número Mensaje quiere seguir haciendo camino en pos de esa meta.
MENSAJE, septiembre de 1998