50 años del golpe de Estado. «La voz de los obispos»

El rol de la Iglesia católica en la búsqueda de una salida al conflicto era muy apreciado. Aunque no se le dio lugar suficiente como para modificar el curso de los acontecimientos, la voz de los pastores tenía un espacio visible. Un editorial de Mensaje N° 220, de julio de 1973, ilustra con nitidez las expectativas que existían al respecto, así como da cuenta de las palabras de los obispos en esos momentos de alta tensión.

Respiramos aires cargados de antagonismos y pasiones políticas. La discusión, por no decir el diálogo, se hace imposible; no hay consenso ni siquiera en lo más fundamental. Los medios informativos no sólo interpretan mañosamente la realidad sino que la deforman hasta hacerla irreconocible. Según unos, una horda de fascistas atacó la sede del partido socialista. Según otros, los fascistas eran niños que fueron baleados a mansalva por los socialistas desde su sede. Según unos, en El Teniente un grupúsculo de obreros subversivos dificulta las faenas. Según otros, este grupúsculo está constituido por la gran mayoría de los obreros y empleados de la mina. Y así podríamos seguir anudando ejemplos. ¿A quién creer? Falta serenidad, falta objetividad, falta veracidad.

Por esta razón, tanto católicos como hombres de buena voluntad deberíamos alegrarnos frente al testimonio sereno, profundamente humano, sincero y valiente de los obispos de la zona central en su reciente Carta Pastoral.

Expresamente subrayan los obispos que su testimonio es el de hombres de Iglesia y no el que podrían dar sociólogos, economistas, políticos:

“Nuestra reflexión y nuestra palabra la situamos y expresamos en la perspectiva de nuestra fe cristiana y no en el nivel de las ciencias humanas”.

LECTURA POLÍTICA

En un ambiente politizado como el nuestro es inevitable que se politice también la voz de los Pastores. Pongamos un ejemplo.

“Nos preocupa —dicen los obispos— el mercado negro, desatado por la inmoralidad de quienes negocian en forma injusta con los alimentos y otros productos esenciales”.

Veamos ahora cómo reproduce esto El Mercurio: “Inquieta a los obispos el mercado negro, aunque por delicadeza no mencionan que en dicho mercado pueden caber algunos altos funcionarios del área social” (8 de junio). Por su parte el Clarín acota: “También los pastores católicos condenan a los traficantes del mercado negro, cosa que le viene como un mazazo a los dirigentes del PE-ENE” (6 de junio).

La lectura política de este documento busca culpables. Los obispos habrían hablado “contra” la derecha o “contra” la izquierda. Pero los obispos no hablan para denunciar tal o cual agrupación política sino para llamar a todos los hombres de buena voluntad a hacer un sincero examen de conciencia frente a lo que está pasando en nuestro país. De lo que acontece todos somos en parte culpables y debemos tomar conciencia de nuestra sorda culpabilidad. Sólo tomando conciencia podremos arrepentimos de ella.

SÍ A LOS CAMBIOS

Los obispos no rechazan los cambios en las estructuras sociales, económicas y políticas, por el contrario:

“El hombre siempre buscará un modelo de sociedad más justo y verdadero”. “Cada paso del cambio debiera conducir efectivamente a una vida más justa, más llena de amor fraterno, en la medida que sea orientado por el evangelio de Cristo”.
Al mismo tiempo advierte que “hay cambios que toman una dirección equivocada cuando son inspirados por concepciones materialistas o no toman en cuenta la complejidad del hombre, que es fuerza y debilidad, bondad y maldad, mezcla de gracia y pecado”.

Esto se puede aplicar al materialismo marxista pero también al liberalismo materialista. En efecto ¿qué más materialista que orientar toda la economía al lucro?, ¿qué más materialista que las motivaciones de la sociedad de consumo?

Es cierto que el marxismo es básicamente pelagiano y no conoce el pecado en el hombre sino en la estructura, pero el capitalismo también ignora el pecado. Por eso lucha por mantener estructuras que en abstracto son defendibles pero que instrumentalizadas por el egoísmo humano pasan a ser explotadoras y esclavizantes.

PAÍS AZOTADO POR LA GUERRA

Denuncian, en seguida, los obispos las largas colas, los millones de horas que se pierden cada semana, el mercado negro, el éxodo de profesionales, la falta de veracidad de los medios de comunicación, la inflación, la violencia que crece en el conflicto laboral de El Teniente.

No denuncian las causas de estos males que hacen que el país parezca “azotado por la guerra” pero evidentemente no se deben sólo a la transición al socialismo sino a la incompetencia, a la indisciplina laboral, a la inmoralidad. ¡Cuánta coima, cuánto robo, cuanto negociado queda incólume y desmoraliza hasta los mismos revolucionarios honestos!

ACABAR CON LAS ETIQUETAS Y SLOGANS

“Socialismo y capitalismo son dos expresiones ideológicas que se han convertido en símbolo. Querer reducir lodo el problema chileno a estas dos palabras es una simplificación que no se ajusta a la verdad… Los hombres somos mucho más que una palabra… Nos parece necesario servir más a los hombres concretos, con nombres y con rostros, antes que jugar con definiciones o palabras”.

Los obispos denuncian así el verbalismo que reina en nuestra vida política. Los slogans pueden ser necesarios en un comienzo, como esfuerzo pedagógico, para hacer más simple la verdad y más comunicable. Pero a la larga el slogan simplifica y mutila la verdad.

Por otra parte la etiqueta también es simplificadora y demagógica. No basta llamarse socialista para sentirse poseedor de la verdad ni tampoco basta llamar al contrario capitalista o fascista para descalificarlo. Por otra parte el uso abusivo de estas palabras las hace perder todo sentido. En efecto, ¿qué puede significar llamar fascistas a los mineros de El Teniente que hasta hace poco eran “compañeros” trabajadores?

No tenemos que escudarnos con palabras ni argumentar en base a clisés. Lo que importa es la realidad, el peso del argumento, venga de donde viniere. “Valen más los hombres que los sistemas; importan más las personas que las ideologías”.

UNIÓN

“No puede estructurarse la sociedad partiendo del principio que somos un conjunto de enemigos. La paz no vendrá del dominio de un grupo sobre otro. El bien de la sociedad requiere el aporte y la colaboración de todos y el pleno reconocimiento de lodos los derechos… Las ideologías dividen; la historia, la sangre, la lengua común, el amor humano, la tarea semejante que los chilenos tenemos hoy deben ayudarnos a formar una familia”.

No podemos, en efecto, dividir el país en dos grupos antagónicos y decir: aquí están los buenos, en la UP, y allí los malos, en la oposición; o vice versa. Hay buenos aquí y allá y hay malos en ambos grupos. ¿Quién en conciencia puede tirar la primera piedra a su hermano?

Una lucha de clases que no sólo impugne estructuras injustas y promueva más justicia, sino que se fundamente en el odio, en el rencor, en la sed de venganza y descalifique al adversario como persona etiquetándolo simplemente en la categoría de “malo”, de “enemigo”, no puede compaginarse con el cristianismo. Pero entendamos bien que esta gran familia a la que llaman los obispos, y que es el ideal cristiano, es una hermandad que ha superado la injusticia institucionalizada, lo que supone no pocos sacrificios por parte de los poderosos, de los beneficiarios del sistema. “La paz no vendrá del dominio de un grupo sobre otro”, pero sí de superar lo que antagoniza a los grupos entre sí: la injusticia, el desamor, la incomunicación.

LA IDOLATRÍA DEL PODER

“La lucha por el poder, la estrategia por poseerlo, afianzarlo o recuperarlo, aparecen como metas de la vida humana, especialmente en la política”.

Siempre los políticos han buscado el poder pero el poder es un medio no un fin. Se busca el poder para gobernar de acuerdo a un programa determinado. Pero lo que caía pasando en Chile es que el poder se está buscando como un fin en sí. Surge el peligro de identificar el Ejecutivo con el Estado. El Gobierno más que gobernar busca afianzar y aumentar el gran poder que ya tiene y la oposición, en parte arrastrada a esto, se afana por restarle poder al Ejecutivo. Este y los partidos gobiernistas descalifican al poder legislativo y judicial que les son adversos y éstos descalifican al poder ejecutivo. Se genera así una pugna estéril en la que, atizados por los medios de comunicación, se exacerban odios, se acrecientan tensiones, se suscitan conflictos y en la que se utiliza cualquier medio por ilegítimo que éste sea.

“Ya no importa el precio que se pague: el poder constituye el ídolo y el espejismo para muchos. Olvidamos lo que dice la fe: la vida de toda persona es sagrada. Todo hombre es mi hermano… Quien adora el poder termina cazado en su propia trampa… La idolatría del poder lleva necesariamente a la quiebra de los valores morales, a la ambigüedad entre lo que es moral e inmoral. El principio de Maquiavelo, ‘el fin justifica los medios’, está siempre latente en el corazón del hombre”.
A renglón seguido los obispos expresan su inquietud frente a “la tendencia al estatismo absoluto, sin la adecuada participación”. “La Iglesia siempre ha denunciado el totalitarismo. Bajo ese nombre se esconde cualquier sistema total y absoluto… que no tolera ningún contrapeso, ninguna crítica, ninguna fuerza de equilibrio… No se puede servir a Dios e idolatrar el poder”.

Como ya se ha dicho tantas veces, no basta una revolución para el pueblo; tiene que ser hecha por el pueblo. Ningún partido o grupo elitario puede autodenominarse pueblo y hablar y actuar en su nombre. No basta que la participación se viva al interior de la Unidad Popular, hay que abrir canales para que sea todo el pueblo, debidamente representado, quien efectivamente tome las grandes medidas que hay que tomar en la gestión del país. Sólo así podremos hablar de una revolución verdaderamente popular.

EL CAMINO CRISTIANO

“Decimos: no a la mentira: no a la prepotencia; no al odio. Como los Apóstoles, nosotros hemos creído en el Amor. Y este siempre produce sinceridad, justicia, misericordia, fraternidad. El camino cristiano es el único; lo creemos el mejor, porque pasa por el corazón del hombre para transformar las estructuras”.

Cuando los obispos dicen que el camino cristiano es el mejor, el único, no están hablando de un camino políticamente concretado, por ejemplo, de la Democracia Cristiana, sino indicando que el único camino que conduce a la Verdad, a la Liberación en todas sus dimensiones, es el camino de Cristo. También están haciendo ver que los cristianos aportan algo específico al proceso de cambios que vivimos en la medida que sean auténticamente cristianos. El cristianismo ha suscitado en la historia valores tales como preocupación por los pobres y desamparados, libertad, dignidad de la persona humana, convivencia, solidaridad, honradez, esfuerzo, sacrificio, sin los cuales es imposible llevar adelante un proceso que se llama revolucionario. Son valores humanos, pero el cristianismo los ha hecho suyos y legítimamente los podemos considerar como camino cristiano. Es ingenuo creer que superada la estructura capitalista estaremos en el paraíso. El egoísmo acecha siempre al hombre y así es necesario una conversión permanente. “El mejor aporte que la Iglesia puede dar al país es entregarle cristianos amantes de la verdad y de la justicia… Ese es nuestro problema: somos poco cristianos y tal vez excesivamente verbalistas”.

GRAN TAREA NACIONAL

Los obispos, con razón, se refieren a Chile como a un país en guerra. Deberíamos tomar conciencia de esto y, en lugar de gastar tiempo en inútiles discusiones acerca de los culpables, enfrentarnos a los hechos y unir todos nuestros esfuerzos en una gran tarea constructiva. Tanto los partidos oficialistas corno los de la oposición deberían deponer sus rencores, superan sus intereses y colaborar todos en una gran tarea nacional: salvar a Chile.

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