50 años del golpe de Estado. «¿Qué nos sucede después del autoritarismo?»

Integrante del Consejo Ampliado de Revista Mensaje, el reconocido psiquiatra Ricardo Capponi escribió, veinticinco años después del golpe de Estado, su visión acerca de los efectos que en nuestra sociedad tendría el periodo de restricciones vivido desde 1973. Llama la atención la posible semejanza entre las consecuencias que este autor preveía y los hechos sociales observados en años recientes.

No podríamos vivir, crecer y desarrollarnos plenamente como personas si desde el nacimiento mismo no construimos en nuestra mente una figura de autoridad.

La fuerza del deseo instintivo que busca la satisfacción a toda costa requiere de una instancia que ponga límites, evitando así el descontrol y el estar expuesto a situaciones autodestructivas. Los temores y ansiedades derivados de nuestra condición frágil, desamparada y dependiente, en especial en la infancia y en la adolescencia, requieren de la construcción, en nuestra psiquis, de una figura protectora que cumpla dos funciones. Por un lado, nos ayude a erradicar lo malo y lo amenazante y, por otro, nos provea de metas e ideales, que en la medida en que nos identifiquemos con ellos y los realicemos, aumenten nuestra autoestima y nos otorguen una sensación de confianza básica.

La protección y el control son las dos funciones básicas de la estructura de autoridad que desarrollamos en nuestra mente. Sentirnos protegidos de las amenazas internas y externas, y sentir que controlamos nuestras pasiones y las de los demás, son dos requisitos básicos para un crecimiento mental sano.

Sin embargo, para que este crecimiento sea rico y creativo, requiere también de libertad para aventurarnos y explorar horizontes nuevos, actitud que, aunque conlleva un cierto riesgo, nos permite conocer el mundo extendido con realismo y nuestros verdaderos conflictos internos. Así adquirimos capacidades variadas, flexibles e inteligentes y, de este modo, recursos para enfrentar los tiempos difíciles. El exceso de protección y control coartan este desarrollo.

LA AUTORIDAD MADURA, EL CAMINO DIFÍCIL

En esta tensión entre el control y la libertad incorporamos en nuestra mente la autoridad que regulará nuestra vida psíquica adulta. Esta se internaliza a través de nuestros padres y otras figuras significativas. No se construye, como se malentiende a menudo, por las explicaciones razonables y la educación en principios y normas transmitidas verbalmente. Se incorpora por identificación. Este es un proceso que consiste en que nos meten dentro de nuestra mente los sistemas reguladores que nos muestran los mayores cuando interactúan entre ellos y con nosotros mismos.

La construcción de una autoridad madura es un logro difícil y sofisticado. Es necesario que nos limite y al mismo tiempo nos libere, que nos permita explorar sin correr riesgos inútiles, nos sugiera ideales que estén a nuestro alcance con tolerancia de nuestras imperfecciones y nos valore con realismo, amparándose sin sobreprotegernos. Este tipo de autoridad requiere de muchas condiciones favorables tanto internas como externas no sólo para lograr su desarrollo pleno, sino para mantenerla a través del tiempo. Y esta fragilidad está dada por una tendencia que juega constantemente contra su crecimiento y mantención. Esta es la intolerancia a la incertidumbre. Esto nos lleva a tratarnos a nosotros mismos con un autoritarismo que nos ordena con rapidez aunque con simpleza, y la misma tendencia nos impulsa a tratar a los demás en forma agresiva y controladora pero también a poner las cosas en orden con simplicidad. Se trata de evitar la complejidad que exige la tolerancia a la espera, la paciencia y el trabajo psíquico, que implican dolor y penosas renuncias.

Esta inclinación a un funcionamiento mental infantil, con una autoridad que promete orden aplicando la fuerza que destruye y expulsa el mal, o sea, simplifica la realidad y la enfrenta como un superman con poderes sobrenaturales, se hace especialmente intensa en dos situaciones. Cuando el caos y la incertidumbre son muy grandes y/o cuando se trata de conflictos sociales. En este último caso porque en grupo tendemos a funcionar más infantilmente.

EL AUTORITARISMO. UNA SOLUCIÓN APARENTE 

En estas situaciones clamamos por respuestas que nos simplifiquen todo, donde no quedan matices ni ambigüedades. Nuestra urgencia es que nos ordenen el caos y lo antes posible, aunque nos empobrezca nuestra visión de la realidad. Está en nuestra angustia frente al desorden, que estamos dispuestos a agredir peligrosamente si a cambio obtenemos tal estado de orden. 

Como ya lo he señalado, este orden requiere una división elemental. Separar a los “buenos” de los “malos” y someter por la fuerza a los “malos”. Tanto el diagnóstico de la realidad como los procedimientos de extirpación del mal carecen de reflexividad y son muy impulsivos, lo que los hace burdos, ingenuos, respetuosos y avasalladores. En ese momento preferimos pagar el precio del fanatismo a mantenernos sumidos en la incertidumbre.

Con la violencia de la fuerza, un grupo se impone sobre el otro. Independientemente de quien tenga el poder y someta a los otros, ambos grupos van a sufrir las consecuencias perturbadoras de una relación con la autoridad.

Hoy ambos grupos caen presos en la red de la simplificación ingenua, de la idealización y de la persecución.

Los “buenos” idealizan el sistema, a sus jerarcas y al estado de orden y paz que se les provee. Lo persecutorio hoy está en los “malos”, que buscan el caos, el desorden y la transmutación de los valores. Los “malos” idealizan su propio sistema y en la medida en que la opresión por parte de los vencedores sea más fuerte, más violentos serán sus medios y más vengativos. Para ellos, los “buenos” los persiguen y solo buscan aniquilarlos para no arriesgar sus beneficios. 

Pero ambos están atrapados por una alternativa idealizada que da respuestas claras y ciertas, sin ambigüedades ni matices. Esta es la autoridad idealizada infantil que nos viene a salvar del caos personal y grupal.

MODELOS DE AUTORIDAD. DESDE LO INDIVIDUAL…

Tratando de hacer un paralelo entre las consecuencias para el desarrollo psíquico de la forma en que se construye la figura autoritaria de la infancia, podemos intentar hacer una analogía con los modelos de autoridad sociales y sus consecuencias.

I. Los padres, cuando ejercen su autoridad con sadismo y odio destructivo, provocan tal grado de persecución en el niño que su única salida es la autodestrucción mental. De aquí pueden surgir los trastornos psiquiátricos más graves, las personalidades paranoicas, la patología esquizofrénica, la adicción a las drogas y la personalidad psicopática, entre otras. Es una autoridad que termina destruyendo.
II. En un grado menor, el autoritarismo paterno genera dos condiciones mentales menos graves que las anteriores, pero no por eso menos conflictivas.
1. Crea un niño sometido, quien construye su identidad tratando de satisfacer los esquemas impuestos por sus padres, a los que se aferra con cierto fanatismo. Da origen a una personalidad seudomadura, inauténtica y superficial que no se cuestiona el sentido ni los fundamentos de su acción. Y en situaciones difíciles carece de recursos psíquicos y de proyectos propios. En su ambigüedad va siendo arrastrado a un sinsentido. En la adultez tardía se dará cuenta de que sus esquemas simples no le sirven.
2. La otra posibilidad es que el niño se desarrolle desde el polo opuesto: la rebeldía. No es sino la otra cara de la misma moneda. Es un sometimiento al ideal que el niño construye desde su propia agresión. Tiene la apariencia de una identidad propia porque no es igual a la de sus padres, pero sufre los mismos defectos de la del sometido. Es seudomadura, inauténtica y superficial, sin recursos psíquicos ni proyectos, sin capacidad de cuestionarse el sentido y los fundamentos de su acción.
III. La tercera alternativa corresponde a la autoridad paterna que pone límites con respeto, con cariño y consideración, que protege sin subestimar la capacidad del niño y señala ideales que no abruman, sino que estimulan. Todo esto, no sólo a través de discursos persuasivos, sino con una conducta coherente que testimonia la convicción en dichos procedimientos de control y protección. Esto le permite al niño construir figuras parentales de control y límite con las que tendrá un diálogo creativo, un espacio de negociación permanente, con lealtad y respeto, sin someterse ni imponerse, y que en definitiva le facilite la resolución de sus conflictos en arreglos, pactos y concesiones que consideran todos los elementos que forman parte de la realidad, o sea, respetuosos, creativos y llenos de profundo sentido.

…A LO SOCIAL

Pasando a describir estos fenómenos en sociedad, se debe tener presente que el comportamiento en grupos acentúa los aspectos infantiles de nuestras conductas. Por lo tanto, la dinámica de los grupos sociales se transforma en una caricatura de los procesos psíquicos individuales.

Durante la etapa más dura del régimen militar, entre los años 1973 y 1980, hubo momentos en que se ejerció la autoridad con características sádicas, como las descritas en la primera alternativa. Sin embargo, en el contexto global, considerando el conjunto de la sociedad y los 17 años de dictadura, yo ubico el régimen en la segunda alternativa, la que genera sometidos y rebeldes. Este no tuvo una conducción caótica impulsada desde un deseo de destrucción indiscriminado y antojadizo, sino más bien estuvo enmarcado en una doctrina y se dedicó al cumplimiento de esta con rigor y disciplina. Además entregó el poder sin que hubiera sido necesaria una Revolución (sin por esto disculpar la brutal extralimitación que aún no ha podido ser reconocida). El sector sometido tampoco cayó en la autodestrucción patológica. Este fue capaz de desplegar estrategias y acciones que lo llevaron a recuperar la democracia.

Pero el régimen militar al que estuvo sometida nuestra sociedad durante estos años ha tenido consecuencias psicosociales análogas a las de unos padres autoritarios, impositivos, rígidos y amenazantes, que creen en el control por medio de castigo y la extirpación de conductas negativas, e imponen lo que ellos suponen será lo más conveniente para el futuro del niño sin considerar lo que él quiere.

No debería sorprendernos que las dos características más relevantes de nuestro estado psicosocial actual estén marcadas por lo que serían las consecuencias de una educación en estados prolongados de autoritarismo en analogía a la alternativa II, que acabo de escribir, para la psicología individual con consecuencias de sometimiento y rebeldía.

Una fachada que se apoya en las formas pero que en definitiva es prestada, imitativa e inauténtica.

Un clima de oposicionismo negativista, rebeldía y violencia con escasos fundamentos y mucha impulsividad destructiva.

EL AUTORITARISMO TODAVÍA VIGENTE

Ambas consecuencias se reflejan en algunas variables del comportamiento social que paso a señalar.

1. La apatía política. La consecuencia más nefasta del autoritarismo que va estrechando la mente y el grupo social entero es la incapacidad de exponerse a tomar contacto con la verdad del otro. La mirada del oponente lleva en sí una visión que, en la medida en que no es considerada, conduce a respuestas simples y triviales, y, lo más grave, alejada de la realidad en su conjunto. Por esta razón los temas se van poniendo repetitivos, enmarcados siempre en un sistema cuyo sentido último es absolutamente predecible. Poco a poco se pierde el desafío y el interés, se apaga la sana curiosidad que promueve el conocimiento y, a poco andar, se llega a la apatía.
2. Existe ausencia de preocupación por los temas de fundamento. Si nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo de respuestas cerradas y poco abierto al cuestionamiento de lo nuevo, parece estéril replantearse preguntas de fondo desde la filosofía, la sociología y las disciplinas afines que hoy son tan poco apreciadas.
La política, al carecer de debates profundos, se traduce en pequeñas variaciones en el manejo de los recursos. No hay propuestas políticas nuevas realmente creativas y sugerentes. El malestar se hace sentir en los jóvenes, los cuales tampoco están preparados para generar opciones interesantes. Hay ausencia de liderazgo convincente. Ellos también han sido víctimas de la aplanadora del orden.
3. Un grupo social importante cae en las redes de las propuestas simplificadas e ingenuas que dan un aparente sentido a la vida. Todo consiste en alcanzar con cierto arribismo patético los ideales propuestos por las clases dominantes. Esto se refleja en el pragmatismo, la inmediatez y el hedonismo que tiñen nuestras relaciones personales, sociales y laborales. Un botón de muestra: el trabajo visto como un medio para obtener riqueza, poder o influencia. Ha perdido esa característica que reclamábamos en los años 60, tal vez un poco ingenua pero menos materialista, que fuera un medio de realización personal.
4. La educación no ha quedado ajena a esta herencia de la autoridad. Tanto los colegios como las familias no tienen presentes las necesidades del niño ni del adolescente. La pedagogía no es motivante, es impositiva. Los problemas de conducta se resuelven con el castigo. Muchas veces las dificultades de rendimiento son enfrentadas con la expulsión. Así se cumple el anhelado objetivo de mejorar el puntaje de ingreso en la universidad, lo que da prestigio y ubica entre lo más selecto a la institución educadora.
5. La Iglesia no ha estado exenta de esta influencia de sometimiento y rebeldía. Y corre el riesgo de formar creyentes infantiles en la fe, que se cobijan bajo una autoridad que da respuestas para no seguir pensando, que ofrece una buena carta de presentación para no tener que lidiar con lo que significa construir una identidad propia. Y también se arriesga a formar un sector de no creyentes fanáticos por rebeldía a lo que pueden sentir como una autoridad incomprensible.
6. Las instituciones políticas y también el Estado se han visto afectados. La transición lleva la marca de la dictadura. Lo que quiero señalar es la influencia inconsciente en las modalidades de negociación y consenso político del esquema autoritario aprendido. No lo digo en sentido crítico, a veces resultan inevitables los pasos intermedios. Para salir de esta situación, se requieren cambios graduales. En la psicología individual los procedimientos psicoterapéuticos que parecen resolver de manera inmediata y definitiva las consecuencias psíquicas de unos padres autoritarios, habitualmente son alternativas ilusas, omnipotentes y en definitiva inoportunas.
7. Al igual que el padre autoritario que puede crear hijos rebeldes, en este concierto hay grupos sociales que no optan por la vida del sometimiento. Estos no necesariamente coinciden con los grupos políticos. Las formas rebeldes toman los simpatizantes de derecha, de centro y de izquierda. Son los que no encuentran cabida en el sistema, el que inevitablemente es rígido y poco tolerante con las soluciones alternativas, por las razones que ya dijimos. Y esto puede ser la única forma de oposición que se ha cultivado durante el período autoritario: la aplicación de la fuerza, la violencia y la clandestinidad. A la autoridad no se le respeta, se la burla, se la trata de destruir. El objetivo último es obtener el mejor provecho para sí mismo.

Esta condición afecta en especial a los marginados y los no adaptados al sistema son maltratados por él. Pero nadie queda afuera. La violencia, la criminalidad y los asaltos también los hacen grupos de clase media.

Esto va de la mano con un clima de engaño, mentira y corrupción que atraviesa toda nuestra sociedad.

LA RECUPERACIÓN

En este panorama el rol que les cabe a los grupos de liderazgo es fundamental. En democracia la autoridad recae en sus manos. Entre las condiciones que debe tener un líder social está la capacidad de empatizar con los procesos sociales del momento, pero sin dejarse arrastrar por ellos. O sea, deben reconocer en sí la presencia y la propia contaminación derivada de las huellas de un régimen autoritario y prolongado, pero ellos son quienes menos deben acceder a la tentadora simplificación ordenadora que tal esquema ofrece. Deben atreverse a buscar alternativas más auténticas, aunque sean más arriesgadas y exigentes. Al mismo tiempo, combatir con mucha energía la segunda tendencia: la corrupción y la violencia. La situación se hace dramática cuando los efectos del sistema autoritario han comprometido en forma significativa a sus líderes. Dramática, porque estamos en un círculo vicioso cuyo desenlace va a ser inevitablemente destructivo para toda la sociedad.

La magnitud y el interjuego complejo de estas variables sólo podrán ser apreciados a distancia una vez que transcurran los hechos. La historia tendrá la última palabra. Por ahora podemos decir presuntivamente que la capacidad de recuperación de los efectos de un autoritarismo prolongado está relacionada con la tendencia, por una parte, a usar procedimientos que ordenan con simplicidad y evitan la complejidad que le inculcó a nuestra sociedad el régimen militar. Como también, por otra, con la entereza y capacidad de sus líderes para sustraerse y sustraernos a todos de dicha tentación, y ofrecernos caminos creativos de libertad, integración y construcción de una identidad propia y auténtica, por exigente, arriesgado y doloroso que sea este camino.

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