A 50 años del golpe militar en Chile. Una lectura desde el presente

El peso de la memoria sigue presente en aquellos sectores que se vieron afectados y que participaron en esos acontecimientos.

El 11 de septiembre se cumplirán 50 años desde el golpe militar ocurrido en Chile en 1973. Los efectos de este acontecimiento en nuestro país son semejantes a los provocados por una “bomba atómica”, ya que hasta la fecha sus consecuencias continúan evidentes. Chile ha quedado marcado por los eventos del 11 de septiembre, lo cual ha generado una lucha por la “memoria colectiva nacional”. Esto se debe a que la Junta Militar liderada por el general Augusto Pinochet, optó por emplear todos sus recursos contra el gobierno de la Unidad Popular con la finalidad de refundar la nación. Para los elementos militares y civiles con inclinaciones de derecha, no existía motivo alguno para regresar al antiguo sistema de partidos políticos, al cual consideraban, desde su perspectiva, como la principal causa del “caos” y “desorden” en el país. Las fuerzas de extrema derecha derrotaron violentamente a las fuerzas de izquierda desde el ámbito estatal, transformando completamente el país en lo que podría considerarse una “revolución conservadora autoritaria”, tal como sostiene el historiador chileno Luis Corvalán Márquez. Cabe destacar que las fuerzas de extrema derecha en Chile fueron revolucionarias porque modificaron violentamente todo el sistema existente para dar paso al Chile actual. Como resultado, las fuerzas de derecha obtuvieron la victoria al establecer un nuevo orden e implementar un sistema de libre mercado basado en la protección de las empresas privadas orientadas al comercio exterior. Además, siguen cosechando triunfos, ya que la Convención Constitucional para redactar una nueva Constitución finalmente fracasó, y aún seguimos utilizando la Constitución de 1980 impuesta durante la dictadura civil-militar.

En relación con el contexto previo al golpe, se pueden identificar una serie de cuestiones que llevaron al fracaso del proyecto político de la Unidad Popular. Entre ellos destacan la excesiva politización y los errores cometidos por el propio gobierno. El proyecto de Industrialización por Sustitución de Importaciones, que constituía la base del modelo económico, estaba agotado desde los años cincuenta, debilitando así su viabilidad. Además, surgió una tensión por la llamada “doble revolución” propuesta por el historiador Peter Winn, que involucraba una revolución desde “arriba” (el gobierno) y desde “abajo” (los trabajadores y residentes), lo que generó conflictos internos.

Además, hubo una intensa campaña de descalificación política de los medios de comunicación afines al gobierno y a la oposición, caracterizada por insultos y burlas hacia los enemigos políticos. La intervención estadounidense para derrocar al presidente Allende también tuvo un impacto en el fracaso del proyecto. Asimismo, las tensiones internas dentro de los partidos de izquierda que conformaban la Unidad Popular contribuyeron a su fracaso.

En relación con la utopía de la “vía chilena al socialismo”, se puede argumentar que se basó en una visión simplificada de la “toma de poder”. Michel Foucault, en su obra Microfísica del Poder, demostró que el poder está disperso y que lo que se logra es una cuota de poder. El gran problema de la Unidad Popular y del presidente Salvador Allende fue no comprender que el poder es disperso y que generar cambios a través del Estado es extremadamente difícil debido a su naturaleza conservadora.

Hoy, las izquierdas siguen divididas y sus discrepancias públicas terminan beneficiando a las fuerzas de derecha. A diferencia de la época de la Unidad Popular, las izquierdas actuales carecen de un horizonte claro de expectativas que apunte a metas universales. Se centran más en políticas de identidad que, como sostiene el politólogo Alfredo Joignant, tienen dificultades para ser escalables. Un proyecto político identitario de izquierdas difícilmente tendrá sentido para un trabajador de la construcción, un campesino en Ñuble o un pescador en La Herradura de Coquimbo.

Hoy, las izquierdas siguen divididas y sus discrepancias públicas terminan beneficiando a las fuerzas de derecha.

A pesar de lo anterior, las fuerzas de izquierda realizaron una importante autocrítica desde el exilio por su forma de actuar durante la Unidad Popular. Destacan en este sentido las contribuciones de Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón, así como la llamada “renovación socialista”, liderada desde el extranjero por Carlos Altamirano, lo cual incluso llevó a la escisión del Partido Socialista en 1979. En los años siguientes, el debate continuó hasta que en gran parte de la izquierda se impuso la idea de que la única forma de gobernar y lograr cambios era estableciendo un acuerdo amplio y sólido con la Democracia Cristiana. Esto quedó sellado luego de múltiples reuniones entre Patricio Aylwin y Clodomiro Almeyda en el Anexo Cárcel Capuchinos en 1988, donde Almeyda se encontraba preso después de ingresar clandestinamente a Chile. Estas reuniones fueron parte fundamental de lo que dio vida a la Concertación de Partidos por la Democracia.

Mientras ocurría esa autocrítica intelectual de la izquierda, en la derecha nunca se llevó a cabo un ejercicio similar. Lo más cercano fueron las declaraciones citadas de Piñera en 2013, aunque tuvieron poco impacto en su sector. Para este sector, ellos habían derrotado al “marxismo” y establecido un régimen de “libertad”. Este argumento continúa aún en sectores considerables de algunos actores de las derechas como Carlos Larraín, Luis Larraín, Juan Antonio Coloma, Andrés Chadwick, Iván Moreira, Luis Silva, José Antonio Kast, etcétera.

Además, las derechas chilenas no estaban preocupadas por su “historia”, ya que habían triunfado en 1973. Sin embargo, después de 2014, con la publicación del libro La derecha en la Crisis del Bicentenario, de Hugo Herrera, que destacaba la crisis de discurso de la derecha, extremadamente economicista y sin complejidad, recién entonces las derechas comenzaron a darse cuenta de que necesitaban ocuparse de otros aspectos que habían abandonado (cultura, discurso político más elaborado, menos económico). Para esto, recurrieron a sus tradiciones de pensamiento e ideológicas para reconfigurarse discursivamente.

Cabe señalar que la dictadura civil-militar fue terrorífica. Nada puede justificar el horror que cometió la junta militar, las fuerzas de seguridad y los civiles al avalar y justificar la muerte sistemática de chilenos, a pesar del “contexto” de la Unidad Popular. Para cumplir con los objetivos refundacionales, la dictadura silenció, asesinó y torturó a todos los opositores, incluso a personas que en un principio apoyaron el golpe militar (como el General Gustavo Leigh, entre otros). Sobre estos temas, las atrocidades realizadas por los organismos de seguridad están muy documentadas y no es necesario explicarlas en esta columna. Lo importante de todo esto es que el país sigue dividido desde 1973 en adelante, porque el peso de la memoria sigue presente en aquellos sectores que se vieron afectados y que participaron en esos acontecimientos. De hecho, hay sectores que aún claman por justicia y otros que incluso niegan la violencia sexual sufrida por las detenidas durante la dictadura, como lo afirmó recientemente la diputada de la República en representación del distrito N° 22 de la región de La Araucanía, Gloria Naveillán. En este sentido, las cifras de la Encuesta CERC-MORI muestran que un 36% de los encuestados cree que los militares tenían razón al llevar a cabo el golpe de Estado.

En suma, la conmemoración de los cincuenta años del golpe militar en Chile ha adquirido en septiembre una intensidad inusual, principalmente debido a la falta de cierre en las responsabilidades individuales y colectivas relacionadas con el golpe militar y la subsiguiente dictadura. En la actualidad, se observa la existencia de visiones de extrema derecha y derecha radical en Chile. Estas corrientes políticas están llevando a cabo una cruzada moral contra el gobierno de centroizquierda de Gabriel Boric y los valores que representa, con el propósito de movilizar a la opinión pública y deslegitimarlo. Por tanto, resulta poco probable que las derechas alteren su perspectiva que considera el 11 de septiembre como una “gesta heroica”.


Imagen: Pexels.

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