El problema es que muchos creen en ellos. El problema de emitir juicios de valor, a partir de una visión parcial de la realidad, transformada en una verdad.
El capital de simpatía y aprecio que, como persona y artista, ha acumulado el cantante Andrea Bocelli quedó dilapidado en minutos a partir de una desafortunada intervención del artista en un evento organizado por algunos senadores de Italia para negar la gravedad de la pandemia. El grupo de legisladores de la extrema derecha itálica estaba integrado también por frecuentadores del escándalo y del populismo en busca de reflectores, desde que las autoridades de gobierno han logrado controlar bastante bien el virus, por lo que recurren a una crítica destructiva e irracional para convencer a sus votantes de lo malo que es el gobierno al que se oponen. Sin embargo, mientras en marzo invocaban el cierre total, hoy dicen que ese cierre no se justificó. Lo curioso es que ese sector a menudo coquetea con el fascismo y pretende recuperar la figura de Mussolini, al tiempo que se presenta como paladín de la libertad. Algo similar a reivindicar Pinochet o Videla en nombre de las libertades civiles.
En el evento Bocelli ha mencionado que se había exagerado sobre la gravedad de la pandemia, algo para él evidente ya que nadie entre sus conocidos terminó en terapia intensiva. Afirmar eso en un país que tuvo 35.000 fallecidos en cuatro meses y varios miles de personas en terapia intensiva, mientras que decenas de miles de integrantes del personal sanitario trabajaron durante turnos agotadores e interminables para salvar vidas, es un desatino de gran magnitud. De hecho, a las palabras de Bocelli ha seguido una avalancha de protestas en las redes sociales que obligaron al artista a retractarse.
Como a menudo sucede, se malentendieron sus dichos. Por su parte, los organizadores del evento, en realidad, no se esperaban tanta publicidad y están felices. Obtuvieron lo que buscaban, que se hablara de su iniciativa.
Es bueno reflexionar un momento sobre esta estrategia que en muchos sectores políticos se utiliza con total desparpajo, en Italia, como en Brasil o Estados Unidos. El objetivo de difundir cierta información o cierta visión de la realidad no es el de afirmar algo cierto, es decir, comprobado, verificado y contrastado con otro tipo de información. No, porque eso no importa. Es totalmente secundario si se afirma algo falso o verdadero. Cuando personajes como Salvini, Trump o Bolsonaro disparan a la opinión pública sus dichos no pretenden demostrar algo, porque no podrían ya que, por lo general, carecen de datos al respecto. Bolsonaro insiste en el uso de la cloroquina, mientras en Brasil se acumulan estudios de los centros más destacados que indican que el fármaco en muchos casos ni siquiera influye en el paciente, y en otros es directamente perjudicial. Lo confirma la Organización Mundial de la Salud y miles de expertos que, al menos en este estado del conocimiento, señalan que no es la panacea contra el Coronavirus. Pero el objetivo de Bolsonaro —y de los que usan esta estrategia— no es el de afirmar una verdad, sino de decirle a sus seguidores los que ellos quieren oír, y estos aman seguir a líder asertivo capaz de indicar un camino, aunque este sea equivocado. Su función es indicar un “norte”, el que fuere, no necesariamente llevar hacia el norte. Porque en caso de haberse equivocado, habrán sido los medios los que habrán distorsionado sus palabras o sus enemigos políticos (algún complot comunista). En ese caso, cambiarán de opinión y dirán lo contrario, como Trump utilizando la mascarilla luego de negar su utilidad.
Hay por lo menos dos factores que juegan este tipo de drama. El primero es la ausencia de escrúpulos en el líder. Lo cual debería ser un indicador importante de la calidad de sus políticas. El New York Times se ha cansado de contabilizar las mentiras del presidente de Estados Unidos, quien ha revelado su faceta de mentiroso compulsivo. Cualquiera que posea algo de sentido de la autocrítica, no logra hacer eso.
Pero el objetivo de este tipo de líder no es resolver el o los problemas, sino cabalgar la ola del malestar que genera el problema sin indicar soluciones, sino echando culpas.
Durante varios meses, el italiano Salvini, frecuente utilizador del método, ha sido ministro de Interior sin con ello aplicar la menor solución al tema de los migrantes y refugiados, incluso ha ocultado el dato de que estos seguían llegando, mientras él pretendía imponer el cierre de los puertos y negar la ayuda a los que naufragaban en el Mediterráneo, intentando ingresar por mar a Italia. No era importante afrontar el problema, sino culpar a los migrantes de la crisis, la falta de trabajo y la delincuencia. Y para ello hacía falta que siguiera la crisis. De hecho, jamás se lo vio impulsar la lucha contra las mafias que infestan el país, pero no se privó de ninguna foto celebrando su lucha contra los migrantes, transformados en potenciales millones de invasores.
Tanto Bolsonaro como Trump recurren al mismo método. Podrán cambiar la versión de sus afirmaciones y serán creídos, por tanto, nunca han hecho o dicho lo que han hecho y dicho porque el “complot de los medios” quiere presentarlos en el error.
Un segundo y decisivo factor es la disponibilidad de la opinión pública a construir sus conocimientos y emitir juicios de valor prescindiendo de datos concretos de la realidad. La verdad es lo que yo percibo, lo que yo aprecio. De hecho, se repite hasta el cansancio de que cada uno es portador de una verdad, sin reparar nunca en que si cada uno tiene su verdad, lo cierto es que no hay ninguna verdad. Otra cosa es decir que, si bien hay una sola verdad, sobre ella podemos tener diferentes visiones en cuanto a lo que nos quiere decir.
Bocelli no ha conocido a nadie que haya estado en terapia intensiva, ergo, es falsa la importancia que se ha dado a la pandemia. Por tanto, cualquiera que sale a la calle y ve un robo, puede concluir que ya no se puede vivir por tantos robos, aunque en otra parte de la ciudad 20 ciudadanos honrados han devuelto billeteras o portafolios extraviados por sus dueños. Los italianos siguen convencidos, porque se lo ha dicho Salvini, que hay millones de africanos listos para entrar en Italia, que los que han llegado son el 25% de la población, que quitan trabajo a los locales, que son una carga… pese a que el Instituto Nacional de Estadística peninsular indique que son el 8% de la población, aportan más recursos de los que se usan para recibirlos, y sin ellos varias empresas no podrían cubrir las vacantes (que, por cierto, son muchas).
Posiblemente, estos políticos serán pronto un recuerdo (un mal recuerdo), porque no están a la altura de la realidad política (basta ver lo que ha ocurrido con la pandemia en Brasil y Estados Unidos). Pero queda el problema de cómo construimos nuestro conocimiento. Confiar a ciegas en las palabras de la figura de nuestra confianza nunca es una buena idea. Si no aparecen datos concretos que confirmen sus dichos, lo prudente es dudar. Nuestras sensaciones y percepciones son indicadores, pero no definitivos de lo que ocurre. Precisamente, porque podríamos estar viendo solo un costado de la verdad, a la que debemos acceder por completo (visto al revés, un 6 puede ser un 9). Y eso se hace verificando la información de la que disponemos, contrastándola con otra. No nos suceda también a nosotros, como a Bocelli, de tener que explicar que hemos creído en una tontería… y que esa confianza se transformó en un voto.
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Fuente: https://ciudadnueva.com.ar