El brote de ébola que ha provocado más de 600 muertes se verifica en una región africana donde 20 años de conflictos y la codicia humana han provocado estragos.
¿Cómo es posible que una guerra permanezca en el olvido pese a que no se detenga y que en 20 años haya provocado unos 5 millones de muertes? La región africana de los Grandes Lagos es el escenario de un conflicto armado entre los más largos de la historia, una situación catastrófica que provoca un verdadero infierno para los pobladores. En medio de un Estado ausente y sin otra presencia que sus militares, cuando están, la vida humana vale menos que nada. Se denuncian terribles violaciones de los derechos humanos, a través de la tortura o como en el caso de las decenas de miles de violaciones de mujeres para así aterrorizar a los pobladores. Los territorios son dominados por bandas armadas, conducidas por señores de la guerra, a menudo crueles asesinos, mercenarios que reclutan a niños para transformarlos en criminales sin piedad. Sin embargo, no hay reportes cotidianos de este conflicto, del que cada tanto aparece algún eco en la prensa.
Una de las explicaciones de esta tragedia estará posiblemente en su bolsillo: el celular que utilizamos, y de los que hay miles de millones en todo el mundo, necesitan de un componente que se fabrica con un mineral, el coltán, que se encuentra en abundancia especialmente en la zona nororiental de la República Democrática del Congo. El Kivu, hoy separado en dos distritos, el Sur y el Norte, es el principal teatro de este conflicto. Grupos armados se enfrentan en la zona que el gobierno congoleño intenta recuperar con sus fuerzas armadas, apoyadas por varios países. Del otro lado, Uganda ocupa a través de grupos aliados y apoyados por su gobierno un territorio para garantizar sus fronteras, y lo mismo hacen Ruanda y Burundi. Son los ecos de las feroces matanzas entre las etnias tutsi y hutu acontecidas en los años noventa. Los dos grupos se extienden más allá de Ruanda y Burundi. En la R. D. del Congo, los tutsis se denominan banyamulengue, reciben apoyo desde Ruanda, los hutus, en cambio, apoyan a las milicias mai mai y muchos de ellos provienen de Burundi, donde intentan derrocar el actual gobierno. Zimbabue, Chad, Angola, Namibia y Sudán apoyan al gobierno del Congo.
Tras esta trama compleja de siglas y de milicias, vulgares mercenarios, oportunistas sin escrúpulos y corruptos aprovechan el caos y comercian coltán, pero también oro y madera preciada entre los tantos recursos naturales de los que en el país abundan. Lo hacen como sea, esclavizando, obligando, aprovechando la desesperación de poblaciones pobres, vejadas por los diferentes bandos. Las grandes compañías multinacionales se hacen las distraídas acerca de la proveniencia del coltán. Lo señala con crudeza, e indirectamente, la película española El cuaderno de Sara, difundida por Netflix. Multipliquen el valor promedio de un celular por mil o dos mil millones y se darán cuenta del lucrativo negocio en torno a este aparato, lo que explica por qué no hubo ningún embargo de coltán en estos años. Recién a mediados de la primera década de este siglo la ONU intervino para frenar el contrabando de diamantes de varios países de África. Pero si algunos pueden comprar esas joyas, parece difícil limitar la venta de celulares.
Acaso por eso y también por la mediocridad de nuestros medios de información que no poseen las claves para descifrar esta guerra, es que el conflicto sigue condenando a millones de personas a una existencia desdichada en medio del olvido. Hoy cuesta intervenir en el Kivu para frenar la epidemia de ébola que ya ha causado más de 600 muertes. La comunidad internacional no se da por aludida, de no ser por medio de un puñado de organizaciones humanitarias. Acaso ¿a alguien le importa lo que ocurre en África?
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Fuente: https://ciudadnueva.com.ar