A veces, el Reino de Dios debe permanecer al pie de la cruz: esperando, rezando, ofreciendo lo que tenemos.
Hace 17 años, visité a los jesuitas en Angola. De camino a una casa de retiro fuera de Luanda, nos detuvimos en Viana, un área rural donde el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) estaba trabajando con refugiados de Ruanda, el Congo y angoleños desplazados por la guerra civil.
Diecisiete años después, visito Viana de nuevo. En 2018, parte de una Luanda en expansión, Viana es una comunidad pobre y mixta de angoleños y refugiados. El JRS todavía sigue allí.
Acompañamos a los ruandeses que se quedaron. Aquellos que podrían haberse ido hace mucho tiempo. En Viana, unos cientos de los 4.500 ruandeses que perdieron el estatuto de refugiado por decreto del gobierno hace dos años, son demasiado ancianos, demasiado pobres; y a este panorama se le añade la tuberculosis, el VIH/SIDA y las enfermedades mentales.
No pueden irse a casa, porque quienes provocaron que huyeran a Angola todavía gobiernan Ruanda. Despojados de su estatus legal, los trabajos ocasionales y una vida en la precariedad forman parte de su día a día. Tratamos de satisfacer sus necesidades inmediatas, aunque no siempre lo logramos.
Visito un grupo de habitaciones pequeñas, tal vez diez en total. El JRS ofrece habitaciones a refugiados ancianos que no tienen a nadie que los cuide. Cuando mueren, el JRS sufraga los costes del entierro. La lista de espera es larga, las habitaciones rara vez están vacías.
Nos reunimos con la comunidad durante una hora en un centro público que queremos renovar. Escuchamos historias de hambre, de desempleo, de problemas de salud insuperables y de facturas médicas. Estrechamos la mano de los presentes, les escuchamos atentamente, el personal del JRS revisa algunas de las facturas médicas. Están felices de vernos, y no se habla de lo que sucederá después.
Debo admitir que se me escapaba el lenguaje de productos y resultados. Me gusta visitar aulas, estar en reuniones de reconciliación, conversar con el personal sobre programas que cambian la vida de las personas. Soy un creyente en el Reino de Dios que se está construyendo aquí en la tierra.
En el curtido rostro de los ancianos de Viana, hablar de ese reino de Dios sería una mentira. La misión del JRS es acompañar a los más vulnerables, a los más olvidados. A ninguno de nosotros se nos pide hacer “lo mejor”, sino lo mejor que podamos.
El teólogo jesuita Jon Sobrino dijo que Jesús está vivo en los pobres y que nuestro trabajo es bajar a los pobres de la cruz. Sin embargo, a veces, el Reino de Dios debe permanecer al pie de la cruz: esperando, rezando, ofreciendo lo que tenemos.
Así es Viana, y es por eso que el JRS todavía sigue allí.
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Fuente: http://es.jrs.net