El Servicio Jesuita a Refugiados está trabajando en estrecha colaboración con otras organizaciones sobre el terreno, acompañando, sirviendo y defendiendo un retorno seguro y digno.
Dos años después de su apertura, las cosas están cambiando en el asentamiento de Lóvua, en la provincia de Lunda Norte, al noreste de Angola. Tras las elecciones democráticas en la República Democrática del Congo (RDC) y con Félix Tshisekedi como presidente electo en enero de 2019, cientos de refugiados congoleños están regresando voluntariamente a su país.
El Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) ha estado presente en Lunda Norte desde el primer día, cuando el estallido de violencia en la región de Kasai desplazó a unos 1,4 millones de personas en 2017. Más de 35 mil de ellos, de los que más del 70% son mujeres y niños, huyeron a territorio angoleño tras escapar o haber sido víctimas de violación, mutilación, pérdida de familiares u otros tipos de tortura.
Aparte de poner en marcha programas de protección y medios de vida en Lóvua, el JRS está trabajando en estrecha colaboración con otras organizaciones sobre el terreno, acompañando, sirviendo y defendiendo un retorno seguro y digno.
EL LARGO CAMINO DE REGRESO A CASA
A pesar de que la situación sigue sin estar clara en la RDC, ya que las aldeas han quedado destruidas y siguen las temibles discriminaciones por motivos étnicos, el 85% de los habitantes de Lóvua ha expresado su deseo de regresar a casa, según las encuestas realizadas en mayo de 2019 por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y sus contrapartes.
Miles de ellos decidieron caminar, por su cuenta, los 200 km hacia la frontera el pasado agosto. «Finalmente, el gobierno angoleño trajo camiones y transportó a muchos de ellos hasta la frontera en el este y el norte», dijo Tim Smith, director regional del JRS África Austral. «Fue un acuerdo caótico, algunas personas eran demasiado mayores, algunas eran niños, y llegaron los camiones, y la gente se subió», explica. «En algunos casos, algunos miembros de una familia estaban en un camión y los niños en otro», añade. Según las autoridades de inmigración de la RDC, más de 14.420 personas llegaron a Kalamba Mbuji, un punto de entrada en la frontera, y siguen en refugios improvisados. «Creemos que las condiciones no son muy buenas [allí]», ha declarado Smith.
Finalmente, la operación de repatriación, cuyo marco legal fue acordado entre ACNUR y los gobiernos de Angola y la República Democrática del Congo, que se había programado para el 16 de septiembre, se retrasó hasta el 6 de octubre de 2019. El primer convoy partió con 221 refugiados y sus pertenencias y, el 22 de octubre, otros 326 refugiados regresaron a la RDC.
«No sabemos por qué la gente quiere regresar», dice Tim Smith. «Por una parte, puede haber algo que los empuje de ese lado, lo que significa que ahora hay paz en la RDC», explica, «un nuevo gobierno que les gusta ha estado haciendo promesas diciendo que pueden recibir alimentos, dinero en efectivo… Que las promesas se cumplan o no, ya es otra cuestión».
«Por otro lado, puede ser que la experiencia en Angola no sea muy agradable», añade Smith. De hecho, el campamento está lejos de cualquier pueblo o aldea. Los refugiados tuvieron que construir sus propias casas, cultivar sus propios alimentos, no había electricidad ni agua corriente, ni negocios u oportunidades de desarrollo para adultos y niños. «Ha sido una vida difícil, no importa que la situación sea mala en la RDC, al menos saben que allí tienen acceso a una cierta cantidad de servicios que no tienen en Angola», dice Smith.
Aparte de las limitadas oportunidades de desarrollo en el asentamiento, los refugiados habían restringido la libertad de movimiento en el exterior. «El ejército y la policía angoleños, en cierta manera, los han estado acosando; si los encontraban en alguna ciudad sin documentos, a menudo los arrestaban», cuenta Tim. «Así que, aunque el gobierno de Angola los recibió y los ubicó en un campamento, la recepción no ha sido muy cálida. Y el hogar es el hogar», agrega.
ACOMPAÑAMIENTO EN MEDIO DE OBSTÁCULOS
Actualmente, el equipo angoleño del JRS coordina un Centro de salidas para los que están incluidos en la lista de repatriación. Allí, el JRS proporciona alojamiento, dos comidas al día y una ración de alimentos para el viaje, así como información sobre el proceso de repatriación. «Nuestro principal obstáculo es la incertidumbre de las fechas, así como la cantidad de refugiados que partirán en cada convoy», dice Humberto Fernando Costa, coordinador adjunto del proyecto del JRS y responsable de comunicación para Angola.
«Para otras contrapartes, como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), [proporcionar] camiones adecuados para transportar a las personas es el principal desafío ya que las carreteras no están en buenas condiciones», señala Costa. «Por desgracia, la carretera elegida [por ACNUR] estaba en muy malas condiciones, a lo que se añadió el hecho de que llovió, por lo que el convoy recorrió el camino con mucha lentitud», explica Smith. «Al final del día, solo la mitad había cruzado la frontera, pues con todo el equipaje que querían llevar había numerosos camiones», añade.
Según el ACNUR, actualmente hay 8.889 refugiados en Lóvua y de los que se espera que unos 4 mil regresen en las próximas semanas. En cuanto a las personas que solicitaron continuar viviendo en Lóvua, «no es solo [un problema de] inestabilidad [en la RDC]. Es que el trauma aún no se ha curado», dice Costa, «el daño, el miedo, las pérdidas… Todo se considera [para decidir si regresar o no]».
«Volver para ellos será un proceso lleno de temores: no saben si sus casas seguirán en pie, dónde están los miembros de su familia, cuáles serán las condiciones de recepción o si sus vecinos quieren que regresen», advierte Smith. Y añade: «Como JRS intentamos acompañarlos, estar con ellos y, cuando menos, ser parte de su historia».
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Fuente: https://jrs.net