Aceptar la asimetría como parte de nuestras relaciones abre paso a valorar la compañía. Una compañía, real y concreta, que más que amarla nos resulta entrañable.
Nos resistimos a lo asimétrico de la vida. A aquellos momentos dispares de las relaciones humanas. Seguimos pensando, anhelando un bien, algo bueno, que parte de estar siempre en el mismo momento vital y los derroteros que de tales circunstancias se desprenden. En una amistad, en la vida de pareja, incluso en nuestra Iglesia existen días donde pareciera predominar el deseo por hallar alguna historia destacada para las redes sociales en el que todos estamos en las mismas condiciones por encima del reconocimiento que existen momentos donde alguno estará batallando en su «hora de los intentos, en la hora que nunca brilla».
Es cierto que, en ocasiones, más de lo que creemos, las relaciones humanas develan esa asimetría donde alguna de las partes se encuentra animosamente en el Espíritu, regando su jardín, mientras el otro está luchando internamente con un montón de situaciones que agobian la vida.
Aceptar esa asimetría no es fácil, no es tarea sencilla, pero es un paso necesario para crecer, para seguir creciendo juntos como sociedad y como Iglesia. No asumirla no es indiferencia, ni mucho menos; por el contrario, pasa por lo difícil de asumir la fe en las relaciones cotidianas. Bien sea porque nos duele aceptar, y no poder evitar, un mal rato al otro o porque nos cuesta aceptar nuestras dificultades y compartirlas.
Aceptar esa asimetría no es fácil, no es tarea sencilla, pero es un paso necesario para crecer, para seguir creciendo juntos como sociedad y como Iglesia.
Aceptar la asimetría como parte de nuestras relaciones abre paso a valorar la compañía. Una compañía, real y concreta, que más que amarla nos resulta entrañable, pues se hace testigo de esa especie de cartografía interior que va generando las mociones suscitadas en nuestra cotidianidad. Una compañía que abraza la duda, las soledades y brinda razones para seguir.
Y es que asumir la asimetría cotidiana hoy más que nunca sigue siendo un acto de fe y un modo de redescubrir la presencia activa y caminante de un Dios que actúa en mí y en ti y en lo que decidamos, juntos, construir.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.