Ayunar también es abrir los ojos: el llamado profundo de la Cuaresma

Una respuesta concreta al amor de Dios que nos invita a una vida más plena y más justa.

En Cuaresma, la Iglesia nos invita a tres prácticas fundamentales: el ayuno, la oración y la limosna. A veces, estas palabras pueden sonar rutinarias o lejanas. Ayunar es dejar de comer carne, orar es decir más Padre Nuestro, dar limosna es ayudar a alguien que lo necesita. Pero la Cuaresma nunca ha sido un llamado solo a la forma, sino a la conversión del corazón. A mirar hacia dentro. A dejar que Dios vuelva a hablarnos desde lo más profundo.

Durante esta semana, a través de la campaña Ayuno de patriarcado y sexismo en la Iglesia, muchas hemos caminado con otras mujeres —y también hombres— y nos hemos sentido interpeladas por temas que suelen quedar en la penumbra de nuestras prácticas de fe. ¿Qué tiene que ver esto con la Cuaresma? Mucho más de lo que parece.

Ayunar, como lo hemos vivido estos días, no ha sido simplemente dejar algo, sino elegir ver lo que normalmente se calla. Ayunamos de los estereotipos de belleza que nos hieren, del lenguaje que no nombra a todas, del rol limitado al que tantas veces se reduce a las religiosas y a las mujeres en la Iglesia. Ayunar, así entendido, es desarmar estructuras internas y externas que nos alejan del Reino. Es dejar de tolerar lo que nos impide vivir plenamente como hijas e hijos de Dios.

Pero no nos hemos quedado ahí. La oración también ha estado presente. No solo en palabras dirigidas a Dios, sino en esa escucha interior que se activa cuando una reflexión nos remueve por dentro, cuando una frase del Evangelio resuena de otra manera al leerla con ojos de mujer, cuando recordamos a quienes nos han sostenido en la fe desde el silencio. Orar también es dejar que el Magníficat nos despierte, que la figura de María se nos revele como profeta y no solo como modelo de sumisión.

La oración también ha estado presente. No solo en palabras dirigidas a Dios, sino en esa escucha interior que se activa cuando una reflexión nos remueve por dentro.

Y la limosna, entendida no solo como ayuda material, sino como donación de nuestra mirada, de nuestro tiempo, de nuestra atención y compromiso. Esta semana, dar limosna fue detenernos a agradecer a las religiosas que marcaron nuestro camino, reconocer a las mártires olvidadas, leer la Biblia desde una traducción inclusiva, compartir una palabra de aliento a quien aún se siente excluida dentro de su comunidad de fe.

En el fondo, esta campaña ha sido también una forma de practicar las obras de misericordia espirituales, esas que a veces olvidamos en la catequesis o pasamos por alto:

– Dar consejo a quienes dudan,
– enseñar al que no sabe,
– corregir al que yerra (sí, también a nuestras estructuras eclesiales),
– consolar al triste,
– perdonar las ofensas,
– soportar con paciencia,
– orar por los vivos y los muertos.

Cada día de esta semana ha sido un ejercicio de una o más de estas obras. No en un sentido moralizante, sino como respuesta concreta al amor de Dios que nos invita a una vida más plena y más justa.

En la espiritualidad ignaciana, San Ignacio de Loyola nos recuerda que «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras» (Ejercicios Espirituales, N° 230). Esta campaña es justamente eso: amor hecho práctica, fe hecha gesto, esperanza hecha denuncia. No es lo uno o lo otro. Es vivir lo de siempre con profundidad nueva. Porque, como decía Monseñor Romero, «no se trata de tener una Iglesia diferente, sino de ser Iglesia de otra manera».


Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.

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