Bernardo Donoso Riveros se ha desempeñado numerosos cargos relacionados con medios de comunicación. Fue presidente del Consejo Directivo de la Corporación de Televisión de la PUCV y miembro del Consejo de Ética de la Federación de Medios de Comunicación de Chile (2002-2006), presidente del Consejo Nacional de Televisión (2000-2001) y presidente de la Asociación Nacional de Televisión (2008-2012). De ahí que hoy observe con conocimiento y preocupación cómo la emoción nuble a veces la razón en los nuevos modos de comunicarnos: “No parece ajeno pensar en el impacto de la emocionalidad, no en el sentido liberador y creativo, sino que en el dominio de las emociones que pueden bloquear la racionalidad necesaria”, señala en esta entrevista con ocasión de cumplirse el aniversario 70 de Revista Mensaje.
—¿Es posible hablar hoy de una ética en los medios de comunicación, dada la influencia e interferencia de las redes sociales?
Sí, es necesario asumir, nunca eludir, la misión de los medios, donde los actores de tal misión no tienen otra opción que no sea el actuar dentro de los parámetros éticos. Es su deber ante la sociedad que los valora y confía. Claro que siempre hay diversos cantos de sirenas que pueden desviar el rumbo de la navegación. Hoy las redes sociales, obra del ingenio humano, con las potencialidades que tienen, son también un riesgo ante el cual hay que estar atento para no caer en las trampas que pueden afectar la convivencia sirviendo al odio y siendo instrumento destructor de la verdad. Es la persona, la responsable de tan noble encargo, quien debe, con sus sentidos plenos, eludir esos riesgos, discernir en cada instante y con coraje relevar la libertad de expresión basada en la ética.
—Usted ha sido moderador de debates presidenciales en cuatro oportunidades, ¿podría hacer un juicio crítico de lo que han comunicado los candidatos a la presidencia en esos debates vs. lo que hoy se espera de los políticos que conduzcan nuestra nación?
En los debates presidenciales uno puede, en una mirada longitudinal, encontrar temas o preocupaciones permanentes, asociadas a las más esenciales necesidades humanas. Lo que cambia son las formas de asumirlas según los tiempos. Los contextos en particular tienen su dinámica. Miremos el mundo de hoy y de ayer: un país en cincuenta años seguirá teniendo, por ejemplo, a la educación como un foco central, pero será diferente la aproximación si comparamos los decenios. Por otra parte, hay temas más puramente emergentes, que aparecen en una época; los referidos a los cambios culturales son muy evidentes.
Ahora, el formato, contexto y objetivos pretendidos por los debates y los actores, pueden poner en juego la profundidad o el rigor. Esa parece ser una característica universal en las democracias. La credibilidad percibida juega su parte. ¿Qué puede esperar una persona de aquellos que disponen su nombre para guiar a un pueblo en las travesías del futuro? Verdad, honorabilidad, las virtudes cardinales hechas carne durante todas las horas del día, humildad, cercanía no instrumental, no traicionar con promesas simples incumplibles que provocan desestabilización, entender la complejidad del mundo y sus relaciones, ser presidenta o presidente de todos los que habitan esta tierra, ser instrumentos de paz, héroes de la libertad… No estoy hablando de ángeles, solo de personas nobles a quienes la historia les juzgará por ello. El pueblo, en el sentido puro y no instrumental, sabe distinguir a los grandes de los pequeños, en el dolor y en el gozo y la esperanza.
—¿Es usted nostálgico de algún momento de la prensa y televisión chilena?
Más que nostalgia, valoro aquellos momentos en que los medios se unen para servir a su país en los momentos trágicos, cuando las fuerzas de la naturaleza nos conmueven o cuando la nobleza de la solidaridad nacida desde el corazón se hace visible.
—¿Qué debería preocuparnos del presente?
El debilitamiento de la cohesión social, esa fuerza que nos une como personas para ser parte, junto a otros, de un horizonte. El impacto negativo que ello tiene puede ser inimaginable, solo palpable al asumir el valor de la cohesión herida. Otra preocupación se refiere al aprecio que se tenga por las instituciones que dan sustento a la vida en sociedad, a las reglas de convivencia. Su desprecio puede hacer caótica esa vida y afectar la gobernabilidad, entendida como estabilidad para alcanzar el desarrollo humano. En tercer lugar, debiera preocuparnos el rompimiento del lazo entre deberes y derechos; de ser así estamos ante otro riesgo que puede llegar a afectar profundamente las relaciones y tocar la cultura. Finalmente, tenemos que preguntarnos sobre el sentido de la dignidad, para evitar ambigüedades y confusiones que, aunque motivantes, pueden ser desorientadoras. La dignidad tiene que ver más con la fraternal conversación sobre la persona humana, anterior a muchos pactos.
—¿Qué cree usted que lo está cambiando todo hoy respecto del pasado?
El cambio acelerado es un manto que cubre, que penetra la existencia, que envuelve las actividades y las prácticas. Una primera afirmación tiende a referirse a la tecnología y la evidencia de ello está ante nuestros ojos. Las conversaciones sobre la inteligencia artificial, lo ya visible y las hipótesis acerca del futuro. No está lejos el tiempo en que lo que parecía ficción se hace realidad hoy. Uno puede preguntarse si la cadena de tradiciones y de lazos quedan atrapados en el cambio acelerado. No se trata de ver solo esta perspectiva, sino que valorar necesariamente la contribución a la vida de nosotros. Pensar en los algoritmos, sus desarrollos e impactos nos puede ilustrar la pregunta.
No parece ajeno pensar en el impacto de la emocionalidad, no en el sentido liberador y creativo, sino que en el dominio de las emociones que pueden bloquear la racionalidad necesaria. ¿Habrá un peso mayor de las emociones y las percepciones en la construcción de la realidad, sin considerar la contribución de la racionalidad? ¿Podrá suceder que se acentúe el egocentrismo, el individualismo, a partir de las verdades nacidas de la perspectiva personal sin dar espacio al otro? ¿Y dónde se encuentra el saber?
—¿Sobre qué es usted optimista?
Sano es preguntarse por motivos para tener una perspectiva optimista. A veces puede pagarse un precio alto y también correr riesgos de cancelación, ese concepto en boga. No deja de ser atractivo hacer un equilibrio entre preocupaciones y optimismo. Progreso material ha habido para todos y puede aquilatarse la evidencia con una mente abierta y aceptar que, por decenios o siglos, según el escenario, esto se puede observar. El desarrollo tecnológico se desplaza por la tierra, por el aire, comunicando a las personas, está en los hospitales, en la capacidad de predicción. Interesante es apreciar cómo se difunde la capacidad de innovación, la fuerza creadora de la humanidad.
Imaginemos qué habría sucedido con la ineludible pandemia que acosa la humanidad. Miremos a la ciencia, a los avances y los senderos infinitos por explorar. Las vacunas que salvan vidas son un motivo para ser optimistas, una prueba en medio del dolor que deja entrar luz por las ventanas de la casa humana.
La fuerza del diálogo intergeneracional es una fuerza que puede alegrarnos, si cultivamos como país una perspectiva que contiene tantas y ricas derivadas. Si la esperanza de vida es mayor —ahí están los datos que son consecuencia del progreso— entonces se abre una oportunidad: ¿será un puente a la sabiduría, al compartir la experiencia, a la relación amorosa de las generaciones?
Una muestra más de las múltiples razones para ser optimistas está en la historia: Chile tiene un basamento republicano, con tantos actores que los estudiosos nos pueden mostrar y encontrar en su pensamiento y acción las lecciones para el futuro.
—¿Qué pensadores cree usted que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad de hoy?
Más allá del dominio o el superficial estudio de los clásicos, estimo que en ellos se encuentra un aporte sustancial a la humanidad de ayer y de hoy. Por tanto, su vigencia está allí ante la simple mirada a un texto y su relación con el presente. Quiero mencionar a un rector de mi universidad en los años cincuenta, el sacerdote González Förster sj, recordando su escrito sobre “Cicerón, un alma ardiente”, en que nos invitaba a penetrar en su obra que “rebasa todos los límites de la fama y el influjo, en la cultura del mundo occidental”. Termina su ponencia con las palabras de Cicerón a Marco Antonio en el Senado: “Por mi parte, esta es mi actitud frente a la Patria: cuando joven, defendí a la República; ahora que soy viejo, no la abandonaré”. “Antes (de morir) quiero formular un solo voto: dejar al pueblo romano en posesión de su libertad; que ninguna tiranía se apodere de esta ciudad eterna”.
Zygmunt Bauman, que falleció hace tan pocos años, dio luces para la interpretación de la modernidad, cuyo atributo de líquida es parte del lenguaje hoy. Por otra parte, penetró certeramente en el impacto de las redes sociales, que son nuestro ambiente cotidiano. Otro que partiera tan joven, pudo anticipar tanto de lo que se ha visto después de su muerte y tanto de lo que hoy apreciamos en el presente: Orwell, el que escribió del futuro.
La misma Revista Mensaje, en su larga historia, ha sido depósito del pensamiento que ha permitido interpretar nuestra sociedad. Otro intelectual, el padre Hernán Larraín sj, también rector de mi universidad a inicios de los años sesenta fue director de la Revista.
Además, hay una corriente de intelectuales jóvenes chilenos, mujeres y hombres promisorios, que ya dan lecciones para ayudarnos a buscar rumbos interpretativos. Con buena formación y mentores, rigurosos, con coraje, buena pluma. Ellas y ellos, acogidos en algún centro de estudios, aparecen en columnas de prensa o entrevistas que son un gozo leer con sentimiento de esperanza.
Finalmente deseo citar al intelectual Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) al responder una pregunta en sus Últimas Conversaciones con Peter Seewald: “Pienso que conseguir meta tras meta con tanta facilidad y además con alabanzas es peligroso para un joven. Entonces es bueno que se vea confrontado con sus límites. Que sea tratado críticamente. Que tenga que pasar por una fase negativa. Que se reconozca a sí mismo en sus propios límites. Que conozca que en la vida no se va sin más de triunfo en triunfo, sino que también hay derrotas. Eso lo necesita toda persona, para aprender a valorarse debidamente a sí mismo, a soportar los reveses, también —y no en último término— a pensar con otros. Justo para no juzgar entonces con premura y desde arriba, sino aceptar positivamente a los otros en sus fatigas y debilidades”.
—¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y que considera clave para el futuro?
Difícil es pretender entregar un mensaje de esa dimensión. Tal vez con sencillez invitarnos a no tener miedo al tiempo que debamos asumir, porque ese tiempo tiene su potencial, tiene oportunidades que se abren. Tomar su ritmo con apertura, con adaptabilidad y disponernos a compartir con el otro el camino. Ser actores de amistad cívica. Asumir la ciencia, acompañándola en su servicio a la humanidad, considerando siempre la trascendencia de la persona. Confiar en las universidades como instituciones que abren las puertas cuando sirven a su misión. Y la elevación y el espacio urgente del cultivo de las humanidades como base o fundación de la casa. MSJ
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Bernardo Donoso es profesor emérito de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, de la que fue rector entre 1990 y 1998. Es ingeniero comercial y máster en Relaciones Industriales y Laborales y máster en Comunicación, ambos por la Universidad Estatal de Michigan. Entre otros numerosos cargos ligados a la industria televisiva, fue presidente de la Asociación Nacional de Televisión en dos periodos.