Sr. Director:
En El Salvador, en marzo de 1977, el ejército asesinó al sacerdote jesuita Rutilio Grande y a dos campesinos que lo acompañaban. El 11 de mayo, asesinaron al padre Alfonso Navarro. En noviembre de 1989 ocurrió el asesinato de seis jesuitas —Ignacio Ellacuría, Ignacio M. Baró, Segundo Montes, Armando López, Joaquín López y Juan R. Moreno Pardo— y dos trabajadoras en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).
Desde fines de la década de los setenta y principios de los noventa, cayeron como mártires dieciocho sacerdotes, cuatro religiosas y cientos de catequistas y laicos, en un contexto de 70.00 muertos en el conflicto armado en ese país.
Los jesuitas asesinados eran personalidades fuertes y bien definidas. Habían enfrentado desafíos, los asumieron y dedicaron sus vidas a superarlos. Dieron sentido a sus vidas en El Salvador que les tocó vivir. Fueron hombres de una fe heroica, iluminada por su lucidez intelectual. La razón y la fe las pusieron al servicio de un pueblo en el que no habían nacido y al que amaron con verdadera catolicidad. Fueron auténticos académicos que concibieron la Universidad como promotora del cambio histórico, orientado a la superación de la opresión y a la consecución de la igualdad y la justicia necesarias para la realización plena de la dignidad humana. Asumían que lo que la Universidad es realmente, radica «en su incidencia en la realidad histórica, en la que se da y a la que sirve». Eran inteligentes y poseedores de una extraordinaria capacidad de organización y de producción intelectual. Podrían haber vivido cómodamente, sin riesgos, acumulando éxitos, tal como tantos universitarios de hoy. Pero los jesuitas de la UCA no se pervirtieron ni renunciaron a la misión comprometida desde su juventud. No solo fueron auténticos académicos, sino también cristianos consecuentes, porque supieron mantener su dignidad en los ámbitos públicos y privados. Comprendieron que la Universidad es parte y es expresión de la sociedad, cumpliendo como conciencia crítica.
Los mártires de la UCA habían comprendido la implicancia entre la fe y las exigencias de construcción de una sociedad humana y justa. Por ello dieron la vida, lo que significa comunión con Dios y con los demás hombres. Es la justicia que, en lenguaje bíblico, conforma la santidad. Porque la promoción de la justicia hoy es expresión de la fe. La justicia es una cara de la verdad. Y la verdad es lo que otorga sentido de trascendencia. Es lo que crea grandes acciones y espíritus grandes. Y los hombres justos y veraces se transforman en profetas.
Por la repercusión internacional que tuvo el hecho, el martirio de los jesuitas de la UCA contribuyó al inicio de las negociaciones que pusieron fin a la guerra. Parecieran, entonces, válidas las palabras de Thomas Merton: «La muerte hace que la vida llegue a su meta. Pero la meta no es la muerte, la meta es la eternidad».
Hervi Lara B.