Federico Ribechi, de 31 años, nacido en Turín y crecido en Roma, lleva tres años y medio en Chipre. Consiguió la licenciatura de tres años en Ciencias Políticas en Italia, luego un máster en Bélgica con una tesis sobre migración, y después —en mayo de 2018— llegó a Nicosia, para realizar el año de voluntariado internacional de la Unión Europea. Fue poco después cuando conoció a Cáritas, que en abril de 2019 lo contrató como coordinador del Centro de Migrantes. “Se dieron cuenta de que necesitaban mis conocimientos —nos dice— y también a alguien que dominara el francés como yo, porque la población inmigrante en Chipre estaba cambiando”.
—¿Qué ha cambiado exactamente en los últimos años?
Cuando llegué como voluntario, Cáritas tenía unos mil migrantes registrados; hoy son diez mil. Los campos se han convertido en tres: uno pequeño, Kofinou, creado originalmente para los sirios; uno grande, Purnara, creado hace dos años, por el que pasa todo aquel que necesita solicitar asilo y, finalmente un tercero, Limnes, del que se sabe poco, porque todavía no ha salido ningún migrante y las ONG no pueden entrar.
—¿Han cambiado también los orígenes?
Sí, definitivamente. Antes, las llegadas a Chipre procedían principalmente del mundo árabe o de Oriente Próximo: Siria, Irak, Jordania o El Líbano, devastados por la guerra. También había un buen componente del subcontinente indio: de la propia India, Paquistán, Bangladesh, etc. Luego, a finales de 2016, estalló la guerra en Camerún entre los francófonos y los anglófonos, lo que provocó que muchas personas huyeran a Europa. No pasar por Libia, sino por Turquía: mil euros de visados y luego llegar a la parte turca de Chipre, donde un solo alambre de espino te separa de la Unión Europea. Cruzarlo es ciertamente ilegal, pero mucho menos peligroso que el Mediterráneo. Así que ahora están llegando africanos —no solo de Camerún, sino también de la República Democrática del Congo y Nigeria— que actualmente constituyen la mayoría de los inmigrantes en la isla.
Varios destinos de desembarco, como Grecia e Italia, son a menudo países de tránsito: los migrantes pueden tener en mente Francia, Alemania, el Reino Unido o el norte de Europa. Sin embargo, con Chipre es más complicado.
—La población migrante de Chipre sigue creciendo.
El problema es precisamente este. De hecho, es muy fácil llegar a Chipre, pero muy difícil salir. No hay posibilidad, por ejemplo, de probar suerte con un barco, porque Turquía y Grecia controlan muy bien sus costas. Y, por supuesto, una vez que han entrado ilegalmente en la Unión Europea, los migrantes no pueden tomar un avión de incógnito: así que algunos prueban la vía del pasaporte falso, pero muchas veces son detenidos y devueltos a centros de detención. Por ello, la población migrante de Chipre sigue creciendo.
—Este problema de los migrantes ¿es el más importante de Chipre?
No. Como mucho es lo segundo, pero lo primero —al menos para el gobierno— es la división de la isla. Lo siento todos los días de camino al trabajo: la parte trasera de nuestra iglesia está, de hecho, dentro de la zona de amortiguación, controlada por la ONU. Edificios abandonados, un trazado totalmente irregular, algunos centinelas aquí y allá: un lugar fantasmagórico, sin duda.
—En el 2004 se celebró un referendo para reunificar la isla, que fue rechazado por los chipriotas. La parte turca votó a favor, pero la parte griega —que es la inmensa mayoría— lo rechazó. ¿Por qué la reunificación parece hoy tan lejana?
Una razón es política e histórica, fácilmente comprensible; la otra, más oculta, es pragmática y se refiere al bienestar. Los grecochipriotas están en la Unión Europea y no les va nada mal: aquí en el sur de Chipre no se ve gente viviendo en la calle, por ejemplo.
Han creado un Estado económicamente sólido (el turismo funciona, las finanzas están por las nubes), su renta per cápita es superior a la de la propia Grecia —no es casualidad que muchos griegos vengan a Chipre, porque se vive bien y se gana más— y no tienen intención de compartirla con la parte turca. Por su parte, los turcochipriotas son víctimas de la situación: minoría en el norte, donde llegan muchos turcos de la madre patria, y rechazados en el sur, donde a muchos se les niega el pasaporte simplemente por tener padres turcos.
—Esto no da la idea de una convivencia fácil.
A nivel étnico, no tanto, sobre todo por las implicaciones políticas y económicas que he mencionado.
A nivel religioso, en cambio, no hay problemas, porque en la isla hay sitio para todos. La parte sur de Chipre es multiétnica con diferentes credos: ortodoxos, católicos de rito latino, maronitas, una gran comunidad armenia, pero también muchos musulmanes. Aunque, por otro lado, la isla siempre ha sido así, desde un punto de vista histórico.
—¿Qué significa la llegada del Papa en este momento?
Para muchos migrantes será un momento especial: llamé a varias personas para invitarlas a la oración ecuménica que tendremos aquí el viernes por la tarde, en la parroquia de la Santa Cruz, y algunos no se lo podían creer.
Personalmente, esta visita me parece un hermoso gesto, y creo que Francisco lo hará para dar un doble mensaje: recordar a los cristianos que la situación migratoria nos pone frente a la seriedad de nuestra fe, y decir a las instituciones que la humanidad y la acogida son la única respuesta posible, en un momento en que una parte de Europa reacciona en cambio con violencia y muros.
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Fuente: www.vaticannews.va