Somos parte del todo. Somos un fractal del Universo: el Todo está en las partes y formamos parte del campo unificado de materia, energía y conciencia.
La Realidad es el término con el que nos referimos, de un modo general, al conjunto de lo que existe, en oposición a lo que consideramos ficticio, ilusorio, aparente o meramente posible. Esta sencilla definición nos ofrece más problemas que respuestas. Pues ¿qué es lo que existe? ¿Cómo lo conocemos ¿Qué es ilusorio y cómo se distingue de mi percepción de lo real?
Que todo está en Todo (Theory of Everything) y el Todo en todas las cosas, no es una afirmación reciente. Está formulado en antiguas culturas, sabidurías y religiones orientales: la budista, la taoísta, el hinduismo, entre las principales. Si hacemos referencia al mundo cristiano, observemos a san Ignacio y lo que escribe en sus constituciones: “Buscar en todas las cosas a Dios… a Él en todas amando y a todas en Él” (P. III, cap. 1, 26). Parece una muy acertada formulación religiosa de que todo está en Todo y el Todo en todas las cosas.
Es un ejercicio muy interesante recorrer los escritos de nuestros grandes místicos, donde una y otra vez volvemos a encontrar esa expresión, de una u otra manera. Por otro lado, es un ejercicio muy revelador releer los evangelios iluminados por esta perspectiva, especialmente el cuarto evangelio. Cuando Jesús dice: “El Padre y Yo somos uno” (Jn 14, 9); “Yo soy la Vida” (Jn 11, 25); “Antes que Abraham naciese, Yo soy” (Jn 8, 58). Jesús y su vida se manifiestan como el Universal concreto. La Divinidad resplandece en la plenitud de su Humanidad: es el Hombre totalmente “por el otro” cuya gloria se manifiesta en la cruz y permanece en su Resurrección. Jesús es el Todo en todos (Mt 25, 40). ¿Podemos seguir teologizando a partir de la física cuántica? Tal vez la pregunta es demasiado sorprendente y no nos encuentra preparados para tal ejercicio. Puede ser más fácil volver a nosotros mismos y a lo que esté al alcance de nuestra experiencia. Por eso es tan importante conectar con nuestro yo cuántico, nuestro yo conciencial, nuestra fuente de vacío para entender la existencia desde allí: lo profundo y lo trascendental, y no considerarnos solamente como una mera existencia física que empieza y acaba con nuestro cuerpo físico. Esta vida es una forma, una identidad pasajera y transitoria, aunque, equivocadamente, la perseguimos como toda nuestra vida.
Peligramos vivir como los encadenados del mito de la caverna de Platón: vemos las sombras de las realidades proyectadas en la pared, pero no vemos la realidad. Se trata de despertar a la realidad, rompiendo nuestras cadenas para contemplar el resplandor de la luz. Suelen aprisionarnos esas cadenas mentales al vivir formateados por “nuestra” cultura, por la “vera” doctrina, por “nuestra” educación etc. Cuántas cosas nos separan por falsas creencias superficiales: color de piel, rango social, género, nacionalidad, religión, etc., que impiden conectar con nuestra naturaleza profunda, espiritual y eterna, donde la conciencia, la comprensión y el amor se convierten en el auténtico lenguaje de la vida, del universo y de la existencia.
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* Esta versión es un extracto del artículo original publicado en Revista Mensaje.