Cristo es la vida, sin Él sólo hay muerte

El Obispo de Villarrica, Francisco Javier Stegmeier, reflexiona sobre los efectos que produce el olvido de Dios en el mundo, propagándose una cultura de muerte que lleva a la convicción social de que algunos tienen el derecho de matar y otros no tienen el derecho a vivir.

Hermanos en Jesucristo:

“Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rm 5,12). Este texto explica que el pecado de Adán es la razón por la cual todos hemos de morir. Desde él reinó en el mundo el poder de la muerte, no solo en el sentido físico, sino sobre todo en el espiritual. A esto se refiere San Pablo cuando dice que todos los hombres estábamos muertos en nuestros “delitos y pecados” (Ef 2,1). El estado de pecado original heredado de nuestros primeros padres, por el cual no poseemos la vida de gracia, conduce a la eterna condenación, también llamada “segunda muerte” (Ap 2,11).

Entre el pecado de Adán y la segunda venida del Señor está la historia de la humanidad, con su trágica secuela de muerte. El hermano mata a su hermano. El primer crimen relatado en la Biblia es un fratricidio: Caín mata a Abel (Gen 4,8). Cuando se comienza rechazando a Dios como creador de todos los hombres, se termina rechazando al hombre. La persona humana tiene un valor especial exclusivamente por ser imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26). Sin el creador, su criatura se desvanece (ver GS 36).

El olvido de Dios lleva a que se propague una verdadera cultura de la muerte. Ya no se mata solo por pasiones desenfrenadas, sino con la convicción social de que algunos tienen el derecho de matar y otros no tienen el derecho a vivir. Los primeros, atribuyéndose prerrogativas divinas, abusan de su poder. Los segundos son siempre débiles e impotentes, incapaces de defenderse debidamente. No otra cosa es, por ejemplo, la legalización del aborto y los actuales trámites legislativos orientados a aprobar la eutanasia en Chile.

Nos hemos horrorizado por los cobardes atentados contra hermanos católicos mientras celebraban la Resurrección del Señor en Sri Lanka. Más de 300 cristianos fueron asesinados simplemente por su fe en Jesucristo. Con razón el mundo entero condena hechos de esta naturaleza y exige que se haga justicia. Pero es muchísimo más grave justificar los atentados contra la dignidad humana y su legalización, dejando impunes a los criminales.

El Padre, Creador de todas las cosas, no quiere nuestra muerte. Por eso, “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Jesucristo, vencedor de la muerte con su Resurrección, ha iniciado una nueva etapa en la historia. Por el nacimiento nuevo del agua y del Espíritu en el bautismo nos ha hecho hijos de Dios, nos ha devuelto la imagen y semejanza de Dios y nos ha vuelto a ser hermanos.

+ Francisco Javier Stegmeier
Obispo de Villarrica

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Fuente: Comunicaciones Villarrica, www.iglesia.cl

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