¿Cuántos ángeles y demonios caben en Neruda?

A cincuenta años de que se le otorgara el Nobel de Literatura, la figura del poeta chileno mantiene a la vista aristas controversiales y cuestionamientos, mezclados con fake news que han perdurado en el tiempo. La noticia del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Pablo Neruda, el 21 de octubre de 1971, fue celebrada en todo el mundo no solo por el valor de su obra literaria, sino también porque, como lo señala el dictamen de la Academia sueca, en ella se encuentra a “la comunidad de los oprimidos”. En el mismo texto se decía que Neruda era “el[...]

A cincuenta años de que se le otorgara el Nobel de Literatura, la figura del poeta chileno mantiene a la vista aristas controversiales y cuestionamientos, mezclados con fake news que han perdurado en el tiempo.

La noticia del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Pablo Neruda, el 21 de octubre de 1971, fue celebrada en todo el mundo no solo por el valor de su obra literaria, sino también porque, como lo señala el dictamen de la Academia sueca, en ella se encuentra a “la comunidad de los oprimidos”. En el mismo texto se decía que Neruda era “el poeta de la humanidad violentada”, condición honrosa en la era de la descolonización y cuando en todo el mundo se condenaban los bombardeos contra Vietnam y prosperaban los movimientos de emancipación. En ese momento Neruda era, además, la voz poética mayor de un país que buscaba un camino propio hacia la justicia social.

Pero la celebración no fue unánime. Cuando en el senado se propuso convertir en museo la casa natal del poeta en Parral, se levantaron voces que alegaban que no era posible dilapidar fondos públicos en glorificar a un poeta que en sus delirios de grandeza se había comprado un castillo en Francia. El crítico Hernán Díaz Arrieta, Alone escribió: “La noticia de que Pablo Neruda había comprado en Francia un castillo resonó como una bomba”. La información dio la vuelta al mundo.

Alone advertía que no se trataba de un castillo cualquiera, sino del que había pertenecido “a la familia histórica más novelesca de la alta aristocracia, la de los duques de Rohan”. Además, como la propiedad de esas tierras otorgaba el título nobiliario correspondiente, se insinuaba que Neruda podría convertirse en conde de Rohan. Volodia Teitelboim vino a recordar un pequeño detalle: la Revolución francesa había abolido la propiedad rural señorial con todos sus privilegios anexos.

Lo que Neruda había adquirido fue solo una dependencia de servicio de un castillo, que sirvió como pesebrera y caballeriza y que después fue acondicionada como casa de campo. Al enterarse de estas acusaciones, Neruda comentó: “Traté de comprar el palacio de Versalles, pero no me lo quisieron vender”.

Sin embargo, como lo advierte Teitelboim, Alone apostó “a que, pese a todas las grises pruebas empíricas, el castillo nerudiano seguiría flotando como una leyenda. Y efectivamente fue así, “pero no como leyenda sino impostura”. Agrega Volodia: “Al regreso de Europa, en cada capital sudamericana donde el avión hizo escala, leí en la prensa del día la misma historia fabricada por la misma agencia: el poeta rojo que se había comprado en Francia el castillo del duque de Rohan”.

Esto es lo que hoy llamaríamos una fake new. El modelo de esta, que hemos descrito, es lanzar una noticia que tiene algo de verdad y que a la vez produce perplejidad y una fuerte reacción emocional, con lo que anula todo juicio crítico por parte de quien la recibe. Este tipo de noticias seguiría afectando a Neruda, aun después de muerto. El caso que acabamos de comentar contribuyó a la creación de una de las imágenes tópicas del antinerudismo, aquella en la que el poeta aparece como el comunista inconsecuente, izquierdista en el discurso y en la vida real potentado. Otro ejemplo de esta corriente es el artículo de un diario peruano, firmado por V.M.G.P. y titulado “Neruda se cree superior a Vallejo y enlodó la memoria de Gabriela Mistral”, en el que se lee: “Pablo Neruda, poeta chileno; terrateniente; millonario; dueño de Isla Negra; de mansiones en Santiago, Temuco, etc., etc.; accionista poderoso; grande como el Aconcagua y pequeño como su corazón…”.

EL BLUF DE NERUDA

Otra de estas figuraciones negativas afecta a la obra de Neruda, a la que se califica como un bluf inflado por las maquinaciones de una corte de admiradores.

Así por ejemplo, en el diario La Opinión, del 15 de diciembre de 1934, se lee: “Los jóvenes poetas de más valer, aquí y en otros países de nuestra lengua, consideran a Neruda un poeta mediocre o un simple bluf hinchado por un grupo tan mediocre como él”(1).

Pablo de Rokha, colaborador de ese diario, escribió:

“Neruda ha trabajado y va trabajando y administrando su renombre con paciencia y cautela (…) He ahí entonces un renombre de estafa, he ahí entonces un renombre que obedece a una gran máquina, perfectamente montada y administrada por el astuto criollo que hay adentro de Pablo Neruda: he ahí entonces un bluf comercial editado por Nascimento”(2).

De Rokha encuentra un defecto adicional a la poesía de Neruda: la califica como “la más antiviril de América”. Domingo Robledo, en la revista rokhiana Multitud, agrega que sus versos son “decadentes, feminoides, neutros, esteticistas”.

Ricardo Paseyro acusa al poeta de “grafomanía, engaño, hinchazón anecdótica, vulgaridad, falta de ideas, carencia de espiritualidad, de alma…”. Para Paseyro, la poesía nerudiana se reduciría a puro “formalismo y capricho tipográfico”, y sería solo un “engaño para esconder los hiatos y las cacofonías de una mala prosa que se viste, como la mona, de una imitación de seda poética”(3).

Desde el anarquismo, el norteamericano Stephen Schwartz, en el artículo “Neruda, un mal poeta, un mal hombre”, escribe, entre otras cosas: “Neruda me parece un vasto caos de palabras vacías”.

La posición de Paseyro et al, desconoce una abultada bibliografía de estudios sobre la obra nerudiana, muchos de ellos hechos con el máximo rigor crítico. Si le creyéramos a Paseyro, Neruda tendría tal capacidad de embaucar, que habría engañado, con el fraude de su poesía, a una multitud de tesistas de doctorado, especialistas en estudios literarios y hasta al jurado del Premio Nobel de Literatura.

EL ENMASCARADO ACUSADOR

Cada momento consagratorio de la vida de Neruda era seguido por una secuela de diatribas. El 16 de junio de 1945, en el acto en que se celebró su Premio Nacional de Literatura y su investidura como senador de la República, Neruda parodió a sus detractores. Después de la intervención de los oradores invitados, el poeta comenzó su alocución. Entonces se instaló junto a él un enmascarado, que permaneció inmóvil y mudo hasta el momento en que interrumpió el discurso para proferir una especie de antología de las invectivas y críticas que se le dirigían a Neruda desde distintos sectores.

En el discurso hubo tres interrupciones del enmascarado, que, como lo comenta el biógrafo Edmundo Olivares, anticipan las trescientas o tres mil voces que —desde ahí en adelante— tanto en el recinto del Senado como en la prensa criticarán o condenarán al poeta.

ANTINERUDISMO MILITAR

Luego del golpe militar de septiembre de 1973, el antinerudismo empezó a correr por cuenta del gobierno. Entonces, las casas del poeta fueron vandalizadas y muchas valiosas piezas de sus colecciones, destruidas. Pero al mismo tiempo surgía un poderoso y espontáneo pronerudismo, contestatario y popular. Los funerales de Neruda se convirtieron en el primer acto de desacato a la dictadura militar. De ahí en adelante Neruda, junto a otras figuras, como Violeta Parra y Víctor Jara, pasan a ser símbolos de los valores del viejo Chile, que el gobierno de Pinochet estaba destruyendo. Si se examinan los afiches y volantes de los actos culturales no oficiales de esa época, la imagen y el nombre de Neruda aparecían con frecuencia, y su nombre se invocaba para convocar a la resistencia.

La dictadura, por una parte, decreta duelo oficial por la muerte del poeta y, por otra, prohíbe sus libros. Es triste, además, que un poeta de prestigio se haya sumado, en esas circunstancias, al antinerudismo militar y lo haya ejercido con la retórica del poder. En efecto, al comentar el libro de Hernán Godoy, El modo de ser chileno, Braulio Arenas le critica a Godoy su propuesta de poner los poemas que Neruda escribió para O’Higgins, Manuel Rodríguez y Carrera junto a las estatuas de estos próceres. Acotaba Arenas: “Si este vate predicaba y practicaba el marxismo desde la A hasta la Z, no sabemos cómo conciliar ese pensamiento esclavizador con el amor a la libertad que define al pueblo chileno”.

Arenas, que en su juventud había atacado a Neruda desde la barricada pura y marginal del surrealismo, volvió a hacerlo desde la cultura oficial en el gobierno de Pinochet, cuando ya Neruda estaba muerto y proscrito.

ANIVERSARIOS Y ADVERSARIOS

“Ante la magnitud de la celebración y ante el gran número de personalidades internacionales que se dan cita en Santiago para asistir a estos festejos, muchos arrugan el ceño y muchos escriben irónicos y destemplados artículos”. Esta cita del libro de Edmundo Olivares se refiere a celebración del cumpleaños 50 de Neruda, en 1954.

Esta situación se repitió el año 2004: en la celebración del Centenario de Neruda, se desató una ola de halagos y diatribas. Ambas se construyeron desde el desconocimiento de la complejidad del personaje, de su obra y de las circunstancias históricas en las que vivió.

Así, por ejemplo, se construyó la imagen del Neruda machista que abandona a la esposa y a la hija enferma. Esta condena puesta en escena por la dramaturga Flavia Radrigán en su obra Un ser perfectamente ridículo, fue reproducida por el periodista y abogado Hermógenes Pérez de Arce: “Su mujer legítima, Antonieta Hagenaar, tuvo una hija enferma de hidrocefalia. Ambas fueron abandonadas por el vate, quedando en la pobreza”. También la reprodujo el escritor Enrique Lafourcade: “Malva Marina murió a los nueve años. El poeta de la humanidad —que hoy celebramos en forma delirante— declinó volver a verla… Se negó a asistir a los funerales de la niña…”.

Otra de las imágenes acuñadas durante el Centenario es la del Neruda cortesano de Stalin. Algunos ejemplos:

“Como político, luchó siempre a favor de sistemas de gobierno caracterizados por la supresión y destrucción de las libertades personales, entre ellas, la de la expresión literaria. Ardiente admirador del comunismo soviético, escribió hasta una ‘Oda a Stalin’, el gobernante que ha hecho matar a más gente y sacrificado más libertades en la historia de la humanidad…” (Hermógenes Pérez de Arce).

Y:

“El gran poeta del amor romántico, el obsecuente militante comunista, como nadie vivió de rodillas, disciplinado y acrítico ante Stalin, Mao Tse Tung y otros ‘libertadores’” (Enrique Lafourcade).

Habría que contrastar estas imágenes de un Neruda deleznable con datos duros de su biografía.

Neruda sale con su mujer y con su hija de España cuando las condiciones creadas por la guerra civil hacen difícil la vida en Madrid. Viajan a Marsella y desde ahí a Montecarlo. Luego, de acuerdo con su esposa, él partió a París, donde había conseguido un trabajo en la organización de un congreso antifascista, en tanto ella y la hija se van a Holanda. Se dice que él nunca más las vio. Está documentado que fue a verlas en 1939, aprovechando el último viaje que pudo hacer a Europa, para embarcar a los republicanos españoles en el Winnipeg. Después, Holanda y casi toda Europa fueron ocupadas por los nazis. Neruda, un reconocido antifascista, no podía volver a Europa sin ir a dar a un campo de exterminio. Su hija, Malva Marina, muere en 1943 en Holanda ocupada por los nazis. Entonces, Neruda servía un cargo consular en México.

Por eso sorprende que un escritor culto y perspicaz, como fue Enrique Lafourcade, el año 2004 en el diario El Mercurio de Santiago, haya acusado a Neruda de negarse a asistir a los funerales de su hija.

Por su parte, la dramaturga Flavia Radrigán, en entrevista al diario La Segunda del 11 de julio de 2018, declaraba que Neruda “abandona (a su hija) en plena Segunda Guerra Mundial” y que la fue a dejar a Holanda, donde “los alemanes mataban deformes”.

Si Neruda hubiese ido a dejar a su hija a Holanda “en plena Segunda Guerra Mundial”, al primero que habrían matado los nazis habría sido a él. Además, su esposa Maruca Hagenaar y su hija, Malva Marina, llegaron a Holanda a fines de 1936 o a principios de 1937, y la Segunda Guerra Mundial empezó en septiembre de 1939.

Se dice también que el poeta abandonó a su mujer y a su hija a la miseria. Está documentado por cartas de Maruca Hagenaar, y por constancias que quedaron en los consulados a través de los cuales les mandaba el dinero, que el poeta nunca dejó de hacerlo. Así, el caso de Neruda no fue muy distinto al de la mayor parte de las parejas que se separan, y los hijos se quedan con la madre, mientras el padre aporta el dinero para su manutención. Solo que en este caso una guerra mundial separaba al padre de la hija.

ODA A STALIN

Las acusaciones de “cortesano de Stalin” se basan en la evidente adhesión de Neruda al “padre del proletariado mundial” y al líder soviético que derrotó a Hitler. Pero ignoran las revisiones críticas que hizo el poeta después de 1956. Escribió, como homenaje póstumo, el poema panegírico “En su muerte”, pero son muchos más los poemas de crítica a Stalin y de autocrítica por no haber visto la realidad.

En 1956, en el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS se reconocieron los crímenes de Stalin. Neruda condenó al dictador, pero no dejó de ser comunista. Su poesía sí cambió, pasando de las certezas de un porvenir luminoso para la humanidad, de Canto general, a las dudas y a la visión apocalíptica de Fin de mundo y de La espada encendida.

Su posición es clara. En sus memorias dice: “La íntima tragedia para nosotros, los comunistas, fue darnos cuenta de que, en diversos aspectos del problema Stalin, el enemigo tenía razón”.

En Memorial de Isla Negra dedica varios poemas a esa revisión crítica”. Así, por ejemplo, en “El miedo”, escribe:

¿Qué pasó? ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó?/ ¿Cómo pudo pasar? (…) Ay. sombría bandera que cubrió/ la hoz victoriosa, el peso del martillo/ con una sola pavorosa efigie.

Y en Fin de mundo, en el poema “El culto II”, escribe:

Un millón de horribles retratos/ de Stalin cubrieron la nieve/ con sus bigotes de jaguar./ Cuando supimos y sangramos/ descubriendo tristeza y muerte/ bajo la nieve en la pradera/ descansamos de su retrato/ y respiramos sin sus ojos/ que amamantaron tanto miedo…

Tampoco fue un obsecuente servidor del imperio soviético. En su poema “1968” critica la invasión del ejército rojo a Checoeslovaquia:

La hora de Praga me cayó/ como una piedra en la cabeza,/ era inestable mi destino,/ un momento de oscuridad/ como el de un túnel en un viaje/ y ahora a fuerza de entender/ no llegar a comprender nada…

EL VIOLADOR

Está claro el motivo por lo que se lo acusa de violador. Neruda lo confesó: cuando vivía en Singapur, en 1930, se deslumbró con la muchacha que se ocupaba de retirarle los desechos. Trató inútilmente de entablar algún tipo de comunicación con ella. Finalmente la tomó de la mano y la llevó a su cama. Neruda anota: “El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia”.

Cuarenta años después, el poeta relató este episodio en sus memorias, no en tono de alarde sino de mea culpa. Por eso acota que ella hizo bien en despreciarlo. Él mismo se despreció por aprovechar su superioridad social sobre una chica de la casta inferior, en una sociedad rígidamente estratificada.

Incurrió en un tipo de abuso que se había naturalizado en el mundo entero, donde la superioridad en la jerarquía laboral o social masculina otorgaba cierto derecho sexual tácito sobre la mujer subalterna. En América esto comenzó con la llegada del conquistador español, que abusó de las indias de servicio. En la República, el terrateniente heredó este derecho sobre la mujer y las hijas del inquilino. Y esta perversa estructura de poder se prolongó en la modernidad urbana, donde la empleada doméstica fue la iniciadora sexual de los hijos varones de la familia en que servía.

Este abuso se ejerció en las oficinas, en todo tipo de centros laborales y, especialmente, en el mundo del espectáculo.

A los 26 años, Neruda cometió un abuso que no tenía sanción legal ni moral. Luego, lo admitió y se arrepintió. Desde el momento en que publica su confesión, en 1974, pasaron casi cuarenta años sin que nadie reparara en aquel acto ni, mucho menos, lo repudiara. Solo cuando nace una nueva conciencia crítica este acto adquiere la categoría de repudiable, que Neruda ya había aceptado.

Lo inexplicable es que hayan convertido a Neruda en el emblema del violador, en un país en el que los varones de varias generaciones incurrieron en esa práctica perversa, en que hay directores de espectáculos que abusaron de subalternas de manera reiterada y en que se practicaron las violaciones más horrendas al amparo del Estado, en los centros de reclusión de la dictadura militar.

Es ineludible hacer una severa revisión de las perversiones del dominio patriarcal. Pero ¿se puede juzgar con la mentalidad actual conductas de otro tiempo? Sí, se puede. Entonces tenemos que estar dispuestos a responder por conductas aceptadas en nuestro tiempo, por las que nos van a condenar las generaciones futuras. Por ejemplo, por destruir con nuestros irresponsables hábitos de consumo las condiciones que hacen posible la vida en el planeta. Y por una enorme variedad de pecados “menores”, como alimentar a los niños con juegos de muerte y espectáculos que despliegan una especie de pornografía de la violencia.

EN LA POST VERDAD

Por último, me pregunto por las causas del antinerudismo. La más obvia es la reacción contra los excesos del pronerudismo. Es posible que el halago retórico y la diatriba gratuita sean reacciones típicamente nacionales frente a las figuras demasiado grandes o demasiado complejas. Son formas de hacerlas más próximas, de ponerlas en la escala del común de los mortales.

Me parece que cada diatriba hace una construcción imaginaria sobre el personaje Neruda y, al hacerlo, proyecta ciertos miedos, fobias o traumas de los autores de la diatriba respectiva, cuando no del propio país o del continente. La figura del padre abandonador, por ejemplo, tiene un arraigo traumático en este país de “madres y huachos”, en el decir de la antropóloga Sonia Montecino. Así, el poeta se ha convertido en una especie de espejo que refleja a nuestros demonios y fantasmas.

La construcción de imágenes tópicas reducidas a consignas, simplifica al personaje y hace abstracción de las complejidades de su época. No se trata de endiosar al poeta ni de convertirlo en modelo ejemplar. Solo hay que reconocerle a Neruda el derecho a su propia condición contradictoria, llena de claroscuros, como la de todo ser humano.

Finalmente, Neruda empieza a aparecer como un personaje al que se le cuelgan tantas imágenes tópicas, se le hacen tantas acusaciones y exigencias sobre cómo ser y no ser, que podría convertirse en un caso de estudio que va mucho más allá de su poesía y en la que su condición de poeta pasa a ser solo un detalle.

Vivimos en la era de la post verdad. Como advierte “Bifo” Berardi, la intensidad y el volumen de información y la aceleración de los infoflujos hace que ya nadie tenga tiempo ni interés en verificar nada, ni siquiera en discriminar entre lo verdadero y lo falso. En esta cultura de las fake news, del meme, de la peletización de la información, habría que esperar que se multiplicaran las santificaciones y demonizaciones de Neruda. MSJ

(1) En Leonardo Sanhueza, El Bacalao. Diatribas antinerudianas y otros textos. Ediciones B, Santiago, 2004.
(2) De Rokha, Pablo, “Pablo Neruda, poeta a la moda”, La Opinión, Santiago, 11 de noviembre de 1932, en Leonardo Sanhueza, op. cit.
(3) Paseyro, Ricardo, La palabra muerta de Pablo Neruda, en Leonardo Sanhueza, op. cit.

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