Después de su pasión y muerte, Jesús es sepultado. En nuestro credo católico confesamos: “padeció, murió, fue sepultado y descendió a los infiernos”. Jesús, el hijo de Dios, no solo se despojó de su condición divina compartiendo en todo nuestra condición humana, sino que con su muerte desciende a los infiernos. No como un condenado más, sino por pura misericordia amorosa. Esa es su manera de liberar y liberarnos.
Decía San Irineo, “lo que no es asumido, no es redimido”. Jesús desciende a nuestros infiernos para —desde allí— liberarnos y mostrarnos el camino de la liberación, que no es la huida, el escape, la indiferencia a nuestras miserias e infiernos, sino por el contrario, la asunción responsable de nuestros infiernos para liberarnos.
En Venezuela estamos transitando por un infierno consecuencia de la arbitrariedad de aquellos que de espaldas a la dignidad humana y a la soberanía de un pueblo se empeñan en mantener el poder despótico “como sea”. Pero también, resultado de aquellos que en los distintos estratos sociales buscan sacar provecho de esta crisis y se enriquecen con ella. También, por las intrascendentes agendas mezquinas de quienes no ven más allá de “un quítate tú pa’ ponerme yo”, y, por supuesto, resultado de una cultura clientelar y rentista que nos ha empobrecido culturalmente y ha hecho del ejercicio político un descarado asalto a la cosa pública.
Hay tantas variables que nos han traído a este infierno, que enumerarlas sería interminable. Ahora bien, la más importante, sin duda alguna, es la obsesión por el poder en sí, poder cosificado, de quienes nos gobiernan. Hoy, en este tránsito entre la muerte y la resurrección, Jesús desciende a nuestros infiernos, para acompañarnos, iluminarnos y, sobre todo, para anunciarnos que no nos podremos liberar de nuestros infiernos si no los asumimos responsablemente para liberarnos y sanarnos definitivamente. Tal como nos recordaba San Irineo: “lo que no es asumido, no es redimido”. Hoy, en este silencio de muerte, Jesús desciende a nuestros infiernos para despertar nuestra consciencia y corazón, y poder —en su nombre— liberarnos de nuestros infiernos. No para repetirlo. Sino para caminar hacia el perdón y la reconciliación e inaugurar en su nombre una Venezuela fraterna, donde todos quepamos.
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Fuente: http://revistasic.gumilla.org