No nos hace ningún bien vivir permanentemente desconectados de lo que nos ocurre por dentro. No podemos conformarnos con una existencia que deje crónicamente en la penumbra aquello que pensamos, sentimos o queremos.
Se nos invita a mirarnos por dentro, a descubrir qué nos pasa, a saber qué pensamos, a reconocer qué sentimos. Se nos anima, con insistencia y acierto, a poner el foco en esa vida que corre —más o menos descontrolada— por entre nuestras entrañas. Merece la pena hacer este ejercicio, arduo y generoso, que implica la verbalización, la aceptación y la validación de las propias heridas y de los propios miedos. Y a cambio se nos promete —con distintas palabras— que finalmente llegará algún tipo de paz o de sanación o de consuelo.
Piensa en ti. Conócete. Acéptate. Abraza lo que eres. Entonces, poco a poco, irás desenmarañando tus conflictos y resolviendo tus desasosiegos. Y es verdad. No nos hace ningún bien vivir permanentemente desconectados de lo que nos ocurre por dentro. No podemos conformarnos con una existencia que deje crónicamente en la penumbra aquello que pensamos, sentimos o queremos. Quizás seamos capaces de tirar así algún tiempo; quizás incluso necesitemos sobrevivir así en algunos momentos. Pero a la larga tal disociación es que, simplemente, no funciona.
Piensa en ti. Conócete. Acéptate. Abraza lo que eres. Entonces, poco a poco, irás desenmarañando tus conflictos y resolviendo tus desasosiegos.
Y, sin embargo, hay algo que se nos dice menos: que casi nunca basta tan solo con mirarse por dentro. Que, paradójicamente, muchos desvelos propios se ordenan si, de algún modo, eres capaz de ponerte entre paréntesis. Que lo de adentro también se arregla cuando enfocas hacia aquello que ocurre afuera. Sí, en esos instantes en los que la vida de otro pasa a importarte incluso más que tu propia vida. Cuando piensas en los otros, cuando conoces los dolores de otros, cuando abrazas su vida, cuando aceptas sus miedos. Porque es amando como resucitamos. Eso es desenfocarse. Y de eso van la vida de Cristo, su Pascua y su Cruz.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.