Tal vez nuestro momento sea de siembra, de ofrecer un espacio de descanso y de acogida en medio de los agobios y problemas.
Hace tiempo leí un artículo que llevaba este mismo título. Se refería a un pequeño pueblo que había tenido mucha vida en el pasado, pero en el que hoy solo viven cuatro personas. A primera vista, lo lógico es pensar que este pequeño pueblo está prácticamente despoblado y llegando a sus últimos días. Sin embargo, el artículo contaba que hace unos años el pueblo se había quedado totalmente vacío, hasta la llegada de una familia que es la que hoy forma toda su población. Estos habitantes del pueblo, aunque pocos, trajeron consigo una gran ilusión que iba a cambiarlo todo en poco tiempo. Venían de la ciudad, huyendo de prisas y agobios, por eso decidieron dedicarse al campo, a lo de siempre, pero de otra manera… Montaron una casa rural, para que la gente pudiera visitar el pueblo y desconectar. Su idea es hacer que la gente que vive agobiada en la ciudad comparta su vida durante un tiempo y descanse.
Una vez vista la situación, se planteaba una reflexión sobre si el pueblo estaba despoblado y muerto, o efectivamente rehabilitado, no con la misma vitalidad que antes, pero con una savia nueva que quizá contagie a otros en un futuro. Probablemente a estas alturas de la lectura te preguntes qué hago hablándote de pueblos, casas rurales y campos… Pero déjame que te pregunte yo a ti (a la vez que me pregunto a mí mismo): ¿No nos pasa algo parecido a veces a los cristianos?
¿No te has desanimado nunca viendo números, haciendo cálculos, o escuchando noticias? Antes sí, pero ahora… cada vez menos… Esto no tiene futuro, se nos va de las manos… En parte estas afirmaciones son ciertas, hay un hecho, y es que, como el pequeño pueblo, ya no somos lo que fuimos y la cosa no tiene pinta (por lo menos de momento) de volver a ser como antes. Pero tal vez la clave no esté en volver la vista atrás, sino en mirar hacia delante. Quizá no llenemos todas las casas del pueblo de familias como hace años, pero a lo mejor no es eso lo que nos toca hacer ahora.
Igual que los rehabilitadores del pueblo venían de la ciudad, nosotros somos hijos de nuestra sociedad. No tenemos que abandonarla como ellos, pues nuestra fe la vivimos en medio del mundo. Sin embargo, conocemos sus problemas, sus trampas y también sus virtudes. Tal vez por ello nuestro momento sea de siembra, de ofrecer un espacio de descanso y de acogida en medio de los agobios y problemas. Es verdad que a muchos no les interesará, que los resultados no serán ni rápidos ni multitudinarios, pero quizá algún día alguien decida quedarse a pasar unos días en nuestra casa, y quien sabe si alguno no les convencerá el estilo de vida de nuestro pueblo y quieran quedarse con nosotros… De momento, es tiempo de siembra, de ilusión y de espera.
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Fuente: https://pastoralsj.org