La escritora chilena Diamela Eltit acaba de recibir el premio Carlos Fuentes en México, uno de los más importantes de la literatura iberoamericana, “por su compromiso con la reinvención del leguaje”, como destaca el fallo. Es la segunda mujer en recibirlo, un premio al que no se concursa y que para ella fue una sorpresa total. “No estaba en ninguna parte de mi horizonte, pero me siento muy feliz”, dice en esta entrevista con motivo de los 70 años de Revista Mensaje.
—Alguna vez dijo que había que desbiologizar la escritura y erradicar la división arbitraria, negativa, discriminatoria entre hombres y mujeres. ¿Cree que se ha democratizado la literatura?
Por muchos años, la literatura quedó bajo el imperio de lo masculino. Es un rotundo error querer dividir a la literatura genitalmente. Lo que importa —en esencia— es la escritura, cuyo aparato motor es lo social.
En ese sentido, convertirme en la segunda mujer en ganar el Premio Internacional Carlos Fuentes rompe un poco la monotonía prevaleciente y es indicio de una mayor democratización en las letras.
Pero, creo que estamos bien lejos de eso, en la medida que digamos que estos binarismos atraviesan las superficies sociales. Y dentro de eso la literatura forma parte de todo el sistema, y porta las mismas características que el resto de las formulaciones sociales. Entonces, en ese sentido, me parece que es un territorio por construir y que falta muchísimo para que eso llegue realmente a ser equitativo.
—Y en otros ámbitos de la vida, ¿se ha avanzado en el tema de las discriminaciones o seguimos todavía tan a pérdida las mujeres?
Bueno, creo que hay una asimetría. Para poner un tema que ya está lo suficientemente abordado: las mujeres a igual trabajo ganan un salario menor. A igual trabajo, entonces, que te paguen menos que lo que gana un hombre significa que para el sistema —o los sistemas— vales menos. Eso desde luego es un punto, un signo, que se repite en otros órdenes de cosas.
Entonces si bien hay avances entre comillas, se dan dentro de una realidad asimétrica, y mientras no se rompe esa asimetría va a seguir razonando esa desigualdad. Sigo pensando que ahí hay un problema mayúsculo, porque atañe prácticamente a la mitad del mundo.
—¿Cómo ve hoy el panorama en Chile? ¿Hay algo que le preocupe en este momento?
Chile está en un proceso muy interesante, crucial y enigmático también, en el sentido de que se va a escribir una nueva Constitución. Y eso podría cambiar un mecanismo muy importante como es poner límites al mercado y no pensar que el mercado es lo que posibilita la democracia, sino también considerar al Estado mediante un nuevo pacto. Esto tiene que pasar por más impuestos a los ricos y ultra-ricos, con el fin de favorecer —precisamente— a la población con menos recursos, para cursar sus vidas en escenarios, digamos, más respetables.
Pero hay que ver cómo sigue esto, entendiendo que las energías y los distintos poderes están por destruir la Convención, porque allí se alojan cuestiones adversas a sus intereses, básicamente, empresariales. Entonces hay que observar cómo consigue sostenerse, porque tenemos permanentemente el intento visible de dañarla, y hay que recordar que hay una votación de salida. Pero, efectivamente, esa nueva Constitución va a cambiar en algo las reglas del juego. El resto le corresponde a la ciudadanía organizada y a la restauración de algo que se ha visto muy dañado en las últimas décadas, que es la idea de la comunidad, que ha tenido que rehacerse con la reaparición del hambre, con el tema de la pandemia y las restricciones. Porque las ollas comunes fueron instancias comunitarias que abastecieron a la población más afectada. No fue el Estado, pues estaba con sus cajas de un lado para otro sin saber bien a quién se las daba.
Entonces pienso que hay un escenario que está en vías de construcción y que ojalá se construya. Pero no hay que desechar esas voces destructivas que están tratando de socavar esa instancia.
—Usted habla del concepto de comunidad que es muy bonito, pero que en Chile pareciera que funciona cuando estamos en situaciones de catástrofe.
Existió un concepto bastante más comunitario antes de la instalación de la dictadura. Y ahí, por miedo, por no saber con quién estabas hablando, por desconfianza, se empezó a romper esa noción comunitaria. Y más adelante con el neoliberalismo, que se fundó en el yo, pero no solamente en el yo, sino en la competitividad de unos con otros, terminó de destruirse. Por otro lado, la transición siguió con el mismo modelo, y no logró generar culturas comunitarias y por lo tanto tampoco logró construir espacios de encuentro. Lo que ocurrió es que la clase media trató de acercarse a la alta burguesía, no puso énfasis en su historia, sino más bien en ascender socialmente. Y, por otro lado, la ciudad fue cada vez más territorializada y discriminadora, con grandes sectores fuera de la ciudad, con tiempos de desplazamientos muy altos. Todo eso confluyó para que la gente se parapetara en sus barrios, y en algunos casos segregados, por ejemplo, por el narcotráfico, generando a su alrededor muchos problemas sociales. Y la clase más poderosa, la que concentra el dinero, construyó y puso todo en sus barrios: las universidades, los colegios, en fin. Y por lo tanto no viajó, no se movilizó, no cruzó su propio espacio.
Pienso que hoy también habría una posible —eso hay que verlo— restitución de lo comunitario en la medida que apareció la otredad, especialmente con la Convención. No solo por la Lista del Pueblo —que fue una sorpresa— sino también con los territorios: el norte, el sur, la minería, la pesca, lo agrícola y, muy especialmente, los pueblos originarios. Entonces es posible que ese encuentro que se produjo pudiera reproducirse de otra manera. Es una posibilidad, no digo que suceda así, pero es una posibilidad.
—¿Está optimista, tiene expectativas de la Convención?
Pienso que tener expectativas ya es un buen síntoma, porque en un momento ni siquiera esas expectativas eran visibles. Entonces ahora al menos tenerlas, me parece muy positivo. Pero, sin duda, la ciudadanía es la que tiene que intervenir para que la realidad se modifique.
—¿Qué cree que lo está cambiando todo hoy?
Creo que algo que borra las sociedades, por los cambios y el vértigo que produce, es la tecnología, que genera nuevos sujetos, nuevas maneras de ver el mundo y nuevas líneas comunicativas. Eso es así y también genera otros espacios de poder, con grandes capitales comprometidos ahí. Pero no sabemos cuáles van a ser sus límites, en el sentido que hoy tenemos un hecho inédito como son los viajes VIP al espacio. Que lo vemos como novedad, pero podría normalizarse que un millonario pague una suma altísima para estar 10 minutos en la atmósfera.
Otro de los cambios que está afectando todo es la globalización. Ahí el daño planetario que puede llegar a generar, por ejemplo, el traspaso de virus de un animal a un humano, como ocurrió con el COVID, lo estamos viviendo ahora. Pero creo que, efectivamente, estamos viviendo una época tecnológica, con todo lo que eso implica.
—¿Qué pensadores cree que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad hoy?
Pienso que es interesante también entender que hay diversidad de saberes, y que estos no son únicos, ni necesariamente académicos. Efectivamente, hay saberes académicos muy valiosos, pero también hay otros que provienen de culturas que hoy son un gran aporte. En ese sentido, creo que la inscripción de los pueblos originarios trae consigo una forma de saber muy importante que tiene que ver, básicamente, con el medioambiente, porque para ellos la relación con la naturaleza es fundamental. Entonces el ingreso material de ese saber —que es el de todas las culturas de pueblos originarios y se funda en la naturaleza como un regalo y no como algo extractivista— pudiera contribuir a evitar una catástrofe dramática para el planeta. Creo que ese saber es, tal vez, uno de los más importantes que hay que tener en cuenta hoy para nuestro futuro.
—A propósito del cambio climático, a su juicio ¿qué es lo más urgente?
Bueno, es que es justamente de lo que estamos hablando. Tiene que ver con el extractivismo que no beneficia a las comunidades, sino que es un signo de enriquecimiento. Todo lo que está pasando con el planeta tiene que ver con las riquezas. Entonces, habría que interrogarse sobre cuál sería el límite del enriquecimiento. Si miramos la Amazonía ahora, es un desastre, hay un intento de destrucción pocas veces visto, para tener ganancias a corto plazo. Pero, la destrucción es a un plazo muy largo y muy dañina para la población. Ahí es fundamental ver cómo se comportan los que autorizan, los legisladores, que han estado muy corrompidos también por el empresariado, que literalmente han dictado leyes a su favor.
—¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y que considera clave para el futuro?
No me siento capaz de dar un mensaje. Creo que lo importante es pensar en los jóvenes que son los que lo habitarán, y ver cómo se produce ahí un sistema más igualitario para ellos, donde todos valgan lo mismo y donde las culturas también valgan lo mismo. Y que esos niños, niñas que pertenecen —por ejemplo— a los pueblos originarios o a las culturas más periféricas, estén en igualdad de condiciones.
Porque los niños más afectados por estos sistemas, pienso en los del SENAME, el 50% de esos niños, su destino no es otro más que ir a dar a la cárcel. Entonces tenemos que pensar en otro futuro para ellos y que más allá de sus condiciones se les permita tener una vida plena. La desigualdad ha sido y es un horror en Chile.
—Si pudiera recomendar algún libro de los que han marcado su vida, ¿cuál sería?
Es una cuestión tan personal, pero yo pondría Pedro Páramo, que es un libro que tiene una poética sobre, precisamente el campesinado. MSJ
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Diamela Eltit. Escritora y ensayista chilena. En 2018 fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura y en 2021 con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Recientemente recibió el Premio Carlos Fuentes en México, uno de los más importantes de la literatura iberoamericana.