Segundo artículo dialogado… sobre preguntas cotidianas, tareas académicas, pedagógicas e investigativas en torno a la teología y a nuestras preocupaciones más vitales.
En este segundo artículo dialogado (lee el primero aquí), seguimos ofreciendo algunas de nuestras disquisiciones en el camino compartido de las preguntas cotidianas, de las tareas académicas, pedagógicas e investigativas en torno a la teología y a nuestras preocupaciones más vitales. Ello, a raíz del Día del Teólogo/a, celebrado en Brasil el 30 de noviembre. Los invitamos a dialogar con nosotros y a sumar otra(s) voz(ces) a estas líneas.
Franco: Siempre me ha dado vuelta el significado que tiene nuestra vocación teológica, el ser teólogos/as dentro de las comunidades eclesiales. Tal como ha dicho con precisión el teólogo belga Edward Schillebeeckx, en el intermezzo de su libro El ministerio eclesial, «el teólogo ‘teoriza’ críticamente lo que la praxis efectiva de las comunidades cristianas y sus dirigentes ofrecen hoy como solución concreta a las necesidades pastorales urgentes» (p. 175). Gustavo Gutiérrez, en su Teología de la Liberación, recuerda que la teología es una «reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la palabra» (p. 70), que brota de las experiencias creyentes en sus comunidades y en el modo en el cual viven en sus contextos y épocas. Sin embargo, estas y otras reflexiones más sobre el papel del teólogo/a, pareciesen ser casi irrelevantes hoy para la vida de las mismas comunidades eclesiales, salvo excepciones. Me explico: este 30 de noviembre, se celebró en Brasil el día del teólogo/a. Pero Chile no tiene un día del teólogo/a como tal, y en general la Iglesia católica no tiene un día del teólogo/a como tal. No es así con los presbíteros, religiosos/as, congregaciones, órdenes, etc. Incluso, hay países que celebran el día del matrimonio religioso. Pero, que yo sepa, no hay un día del teólogo/a, y desde las comunidades —a modo general, porque siempre hay excepciones— no hay una valoración concreta de la presencia del teólogo/a, pese a que los mismos tengan disposición de colaborar en tales comunidades. Y siempre llego a la misma conclusión: el teólogo desde la antigüedad no es tan bien visto (salvo para conservar la fe); es visto, más bien, como un peligro de la fe de los creyentes e incluso como alguien irrelevante para la vida de la Iglesia. Pero, frente a ello, quizás nuestra labor va más bien desde esta imagen de la debilidad del Dios de la vida: no desde el poder y prestigio, desde el reconocimiento de una posición privilegiada, sino más bien desde el servicio invisible y periférico, pero eficaz y significativo dentro de lo posible. Que es una imagen, por lo demás, interpeladora para toda la vida de la Iglesia. En el caso de los teólogos/as, se pueden dar algunos desde el ámbito académico; otros, desde el ámbito educativo; también, otros desde el trabajo en las vicarías e, incluso, desde el trabajo independiente.
Juan Pablo: Yo creo que la teología tiene un aspecto fantasmagórico en el sentido de Derrida. El fantasma es aquello que se plasma para siempre y es algo que vuelve a aparecer. Pareciera que la teología entonces es convocatoria de lo fantasmal, de lo que está por fuera, de una abyección original. Hay un acontecimiento —un quiebre— que sale, que busca verdaderos puntos de fuga por donde se expande su mismo sentido. Dios, entonces, es ese acontecimiento de quiebre originario. Y la teología entra en la comprensión de esa potencia transformadora.
Hay un acontecimiento —un quiebre— que sale, que busca verdaderos puntos de fuga por donde se expande su mismo sentido.
Franco: Y por ende es problemática para toda idea de quietud en la misma fe cristiana. La teología, desde la seriedad, honestidad y hondura de lo que significa pensar sobre el misterio de Dios en nuestra vida e historias, aparece como una interpelación original, como una reflexión sobre el drama de la vida, los entrecruces de la complejidad de la misma y el modo en que Dios participa de ese drama complejo a su vez.
Juan Pablo: Retomo tu idea de la honestidad. Una teología honesta a mi entender es la que constitutivamente sabe que toda su construcción es una pobre y limitada escritura; es una pobre y limitada forma de hablar. Y ahí aparece otro problema: Dios. Porque Dios es un problema. O más bien nosotros queremos capturar lo que no es susceptible de ser apresado. La psicoanalista Alexandra Kohan dice que las palabras tienen potencia y que lo peor es presionarlas. Dios es una potencia que siempre se escabulle y tomar conciencia de eso es tener honestidad.
Franco: Es por eso que, en los relatos del evangelio de Marcos, se muestra siempre un «Dios en salida». La expresión Iglesia en salida es muy conocida desde los inicios del magisterio de Francisco. Pero aquí también es Dios quien sale. Jesús sale de la casa de la suegra de Simón Pedro (Mc 1, 35-38), sale del monte donde ocurrió la transfiguración, pese al deseo de Pedro de quedarse (Mc 9, 5-9), sale de Galilea y pasan por distintos lugares hasta llegar a Jerusalén… La dinámica es salir, pero no desde lo físico simplemente, sino también desde lo epistémico. En el relato del Éxodo, se muestra un Dios y un pueblo que sale de Egipto hacia la tierra prometida. Dios va con su pueblo por el desierto, no se encuentra en la tierra prometida ni en el monte donde se manifestó a Moisés. Dios sale. Y si Dios sale, entonces es un Dios que no se puede asegurar, aprisionar en categorías y conceptos dogmáticos estáticos. Por lo tanto, la teología reconoce no solo el límite del lenguaje, sino la riqueza de que tales límites son dinámicos conforme a las épocas y las personas que viven una experiencia de Dios, que los sobrepasa, pero que les evoca algo, aquello imposible que se da como nueva posibilidad. Me parece que la teología, como reflexión crítica, tiene que asumir este desafío de salir, siempre siguiendo los pasos de Jesús en su radicalidad.
Si Dios sale, entonces es un Dios que no se puede asegurar, aprisionar en categorías y conceptos dogmáticos estáticos.
Juan Pablo: Creo, entonces, que es ahí donde la teología adquiere verdadero sentido público. Me explico. Todas esas formas de salida que bien has nombrado son expresiones de una ruptura instauradora, como la llama Michel de Certeau. No es solo el cambio físico de un lugar a otro, sino que es una auténtica ruptura con modelos que intentan detener a Dios y controlar las formas de abrazar el Misterio. Me acuerdo de nuestro buen Antonio Bentué cuando diferencia entre la expresión ritual mágica y la fe vinculada al Misterio. Lo mágico es exigir a Dios que haga lo que nosotros deseamos que haga. En cambio, el Misterio es dejarnos sorprender y conmover con lo fascinante y tremendo. Y eso es lo que vieron los contemporáneos de Jesús. Ese pasaje donde dicen que se asombran porque enseñaba con autoridad no como los fariseos es, quizás, signo de lo que también nosotros hemos de hacer: salir y asombrarnos.
Franco: Es un gran desafío tanto para la teología como para las comunidades eclesiales: salir y asombrarnos por el Misterio de Dios. Dejarnos interpelar por el acontecimiento adveniente de Dios, en Jesús de Nazaret, abriéndonos a nuevas formas no solo de interpretar la fe en nuevos lenguajes, sino también reflexionando con hondura cada misterio que evoca una interpelación existencial.
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