Domingo de Resurrección

Dejarnos interrogar por Jesús y responder en un diálogo profundo sobre lo que nos ocurre en el corazón.

Domingo 20 de abril de 2025
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9.

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.

Continuación… San Juan 20, 11-18.

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?». María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo». Jesús le dijo: «¡María!». Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir, «¡Maestro!». Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes’».

María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que Él le había dicho esas palabras.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

En este Domingo de Resurrección, queremos dejarnos habitar por la experiencia del amor de Jesús resucitado, un momento de encuentro e intimidad que se da en la más profunda de las incertidumbres.

El texto nos regala claves que nos interpelan de distintas maneras y nos invita a que podamos dejarnos habitar por ellas.

La primera es la oscuridad de esa primera mañana; es un amanecer lento y desolador.

María Magdalena se pone en camino porque necesita encontrarse con el cuerpo de Jesús. Es el desgarro interior que vivimos cuando experimentamos la muerte de alguien a quien amamos, más aún después de la muerte que ha sufrido Jesús.

María se pierde a sí misma con la muerte de su maestro y amigo. ¿Cuántas veces nosotras también experimentamos ese sinsentido cuando nos alejamos de Jesús? En su tristeza, María no puede reconocer lo que ha ocurrido al ver el sepulcro con la piedra corrida.

Esto la hace regresar a la comunidad, ir a buscar a los demás, compartir lo que les ha pasado. Esta clave es importante: no estamos solas, con otros y otras vamos haciendo camino.

La comunidad, representada en Pedro, Juan y María, actúa como testigo de algo que no terminamos de comprender. Pedro y Juan ven y creen, pero realmente no saben ni qué ven ni qué creen.

Solo el encuentro con el Resucitado nos permite comprender realmente lo que nos deja sin palabras.

Quisiera permitirme continuar la reflexión tomando la siguiente parte del texto. María llora desconsoladamente; el texto lo resalta con la repetición del verbo cuatro veces seguidas.

Como mujeres, muchas veces se nos juzga por expresar nuestra sensibilidad. María nos muestra lo contrario, nos invita a tomar conciencia de lo que significa perder a quien amamos, y sobre todo a Jesús. Y aquí el Evangelio da un giro, porque tanto los ángeles como Jesús hacen dos preguntas que tocan nuestro ser más profundo: «¿Por qué lloras?» «¿A quién buscas?».

Como mujeres, muchas veces se nos juzga por expresar nuestra sensibilidad. María nos muestra lo contrario, nos invita a tomar conciencia de lo que significa perder a quien amamos, y sobre todo a Jesús.

Nosotras también podemos dejarnos interrogar por Jesús y responder en un diálogo profundo sobre lo que nos ocurre en el corazón.

Es interesante que no haya negación ni cuestionamiento de la emoción ni de la búsqueda y, por tanto, se nos abre la experiencia de poder decirlo todo y que Jesús acoge todo.

¡Y aquí llega el momento fundamental! Jesús nos llama por nuestro nombre. En medio de tanta superficialidad y de las múltiples etiquetas que nos colocan, olvidamos la originalidad con la que Dios nos ha creado.

Ese nombre que nos otorga identidad nos devuelve el aliento de vida y sella para nosotras un amor definitivo y que es para toda la vida.

La parte final del texto, que no podemos dejar de rezar, es el envío de María para que comunique a la comunidad la Resurrección que ya ha acontecido.

En este envío, la Palabra nos hace protagonistas del anuncio de que Dios está en medio de nosotros y nos invita, a partir del propio texto bíblico, a repensar el rol de la mujer en la Iglesia.

Que la Resurrección nos despierte el corazón y vivamos el gozo de este encuentro definitivo.


Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.

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