Reconocer que Cristo se hace carne, se hace rostro indígena en medio de cada cultura amazónica, pero también en Europa, en China o en África, significa que podemos acoger el don de la Encarnación.
Hace unos días, en medio de un encuentro en la Amazonía, reunimos cantidad de objetos de arte de los pueblos originarios de toda América Latina. Ante esta linda estampa una persona preguntó: «¿Dónde está Cristo aquí?», él mismo respondió: «Aquí no está Cristo, pero están los valores del Reino».
Pensando en esas palabras me vienen a la memoria infinidad de rostros, de vidas y de manos que tallaron esos objetos. Elementos que depositan su fe y el peso de un pueblo en esos símbolos, y creo que si no reconocemos que Cristo está ahí, en medio de esas vidas, en el fondo de esas culturas, de esas tradiciones, no nos tomaremos en serio la Encarnación.
Los valores del Reino no son abstractos, pues remiten siempre a una persona: Jesucristo. Y reconocer que Cristo se hace carne, se hace rostro indígena en medio de cada cultura amazónica, pero también en Europa, en China o en África, significa que podemos acoger el don de la Encarnación, que se nos regala en cada lugar, en cada presencia y en cada persona.
Los valores del Reino no son abstractos, pues remiten siempre a una persona: Jesucristo.
El Dios de la vida, Jesucristo, el Hijo, se hace presente en cada realidad resucitándonos de prejuicios, heridas y cruces. Nos libera de etnocentrismos cerrados o atrincheramientos cognitivos que no reconocen la fecundidad evangélica de otras tradiciones y culturas. Ojalá se nos regale el don para que sepamos reconocer los diferentes rostros de un Dios que sigue donando por doquier para así, donarnos los unos a los otros.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.