Es un ritual de todos los años el intentar adivinar quién se llevará el principal premio literario del mundo occidental: si por fin —¡por fin!— tocará a Salman Rushdie o a Margaret Atwood, o si será para algún autor de novelas gráficas, para así dignificar el género y considerarlo dentro de la gran literatura… Como todos los años, la decisión, una vez que se da a conocer, provoca sorpresa o discusión entre los críticos literarios. Sin embargo, este año (a diferencia de Abdulrazak Gurnah, el ganador de 2021(1)), Annie Ernaux sí figuraba en varias listas de candidaturas que circulaban en la prensa.
Esta autora, relativamente poco conocida en el ámbito internacional —aunque cuenta con muchas de sus obras traducidas (hace poco) al castellano—, nació en 1940 en una ciudad pequeña en el norte de Francia. En la «vida real» se ha desempeñado como profesora de la lengua y literatura francesas; primero, en colegios y luego en el Centro Nacional de Educación a Distancia, labor que ejerció hasta hace unos veinte años. Publicó su primera novela, Les armoires vides (Los armarios vacíos), en 1974, y desde entonces ha sido una autora bastante prolífica, publicando un trabajo nuevo en promedio cada tres o cuatro años. Su última obra, Le jeune homme (El hombre joven), se publicó en Francia en junio de 2022.
A lo largo de todo este tiempo, ha sido una autora que ha recibido bastantes elogios por parte de la crítica en Europa, pues desde que su segunda novela, Ce qu’ils disent ou rien (Lo que dicen o nada), recibió el «Prix d’Honneur du roman», en 1977, ha logrado muchos reconocimientos franceses, italianos, alemanes y españoles (como el «Premio Formentor de las Letras», en 2019) tanto por algunas de sus obras específicas como por la totalidad de su trabajo literario. Además, ha estado en la shortlist para el «International Booker Prize». Desde esta perspectiva, el Premio Nobel es, sin duda, su galardón más destacado, aunque también es una consecuencia lógica de una trayectoria larga y constantemente bien tratada por los críticos y lectores interesados, siendo asimismo la trayectoria de alguien que siempre supo mantenerse en el foco del interés literario. Como otro reflejo de su relevancia en su país natal, se puede nombrar una serie de películas, todas realizadas en Francia, basadas en sus obras. La última de ellas, El acontecimiento, de 2021, ganó el León de Oro del Festival Internacional de Cine de Venecia.
UN GIRO HACIA LO AUTOBIOGRÁFICO
Si bien sus tres primeras obras son consideradas novelas en el sentido generalmente aceptado de la palabra, a partir de la premiada La place (El lugar), de 1983 —una especie de homenaje a su padre, fallecido pocas semanas después de que su hija se graduara—, sus textos dan un giro muy distinto. En general, su trabajo desde entonces es comúnmente llamado «autobiográfico», pero en realidad, esos curiosos textos, en su mayoría más bien cortos, trascienden rápidamente los límites de lo íntimo y subjetivo. Sin embargo, esto es justamente lo interesante en ellos. La place, específicamente, retrata la biografía de su padre, hijo de un campesino sin tierra (versión francesa de un «inquilino»), quien se desempeña primero como obrero en una fábrica y luego maneja junto a su esposa, también una exobrera, un pequeño almacén con café comedor incluido, en un barrio obrero de una ciudad de provincias. Su hija, a través de sus palabras, revive las desgracias y catástrofes experimentadas por él, como la guerra, las enfermedades, la muerte de su hija mayor… Y también la pobreza, la aplastante y humillante pobreza, la falta constante de recursos financieros, educativos, intelectuales, así como la vergüenza de hablar un francés dialectal, «feo», y la conciencia de existir en los bordes de la sociedad «bien». Su única hija sobreviviente —Annie, la autora— logra titularse como profesora de secundaria, un esfuerzo descomunal y que de cierta manera la aleja de sus padres. El «cruzar» de Annie a otro entorno, en donde la educación y la comodidad financiera son absolutamente naturales, en un proceso que complica su relación con sus padres, de alguna manera demasiado humildes, también forma parte de la narración y el acto de narrar la biografía de su padre, junto con la manera en la que ocurre, es el último paso en la reconciliación, ya póstuma.
UN LENGUAJE DEPURADO
Cuenta todo en un lenguaje depurado hasta resultar escueto, desprovisto de cualquier adorno verbal, como metáforas, figuras retóricas e ironías. Tiene una tendencia a la reducción y la sencillez en común, por ejemplo, con Louise Glück, otra poeta de un lenguaje austero y otro Premio Nobel (de 2020)(2), aunque el efecto es muy diferente. La lectura en sí, justamente por ese estilo aparentemente tan sencillo, no presenta ninguna dificultad para ser comprendido (ni, menos, una impresión elitista: nada más lejos de las intenciones de Annie Ernaux), pero esta misma desnudez muy pronto empieza a constituir, a forzar casi, una confrontación con los temas duros y dolorosos de sus obras —la pobreza, la exclusión, los conflictos y las enfermedades, los que están tratados de una manera muy directa, sin sentimentalismos ni equívocos—, en tanto es de suponer que sus padres vivieron días o momentos felices en su vida en común, lo cual ni en La Place ni en la La honte (La vergüenza) (1997) juega algún rol. El lector, una vez que se adentra en el texto y el universo de la autora, es obligado a confrontarse con las sensaciones desagradables, sin tregua y sin nada que romantice la situación o suavice el golpe. La misma autora explica, acerca de su estilo de escribir, que «maneja la escritura como una navaja, un arma casi», y que las palabras se convierten en portadoras de las imágenes y sensaciones que busca transmitir.
En las páginas de este retrato familiar surge, así, algo más complejo que un simple relato autobiográfico: a saber, un panorama de la vida francesa en la primera mitad del siglo XX, uno de una Francia radicalmente distinta de los clichés habituales sobre el país, de la ciudad de la luz, los campos de lavanda y comida fina. Es la otra Francia, la humilde, fea, pero terca y resistente, y mucho más parecida a la experiencia vivida por muchos franceses que aquella a la que puede aludir, digamos, un anuncio de perfumes.
Todos tenemos presente la noción del enorme crecimiento urbano en el siglo XX, de la migración rural hacia las ciudades, fenómeno ocurrido en todo el planeta, en todos los continentes. Millones de personas en todo el mundo vivieron esta misma experiencia, la de realizar la transición de una vida campesina a la de una clase media urbana más o menos acomodada; a veces, dentro de una o de varias generaciones. Y, sin embargo, esta experiencia tan cotidiana juega un rol sorprendentemente pequeño en el arte y la literatura contemporáneas, menos todavía con la lucidez despiadada que muestra Ernaux.
GÉNERO IDIOSINCRÁTICO
Es a partir de esta obra que Annie Ernaux empieza a desarrollar un género muy propio. Los suyos son textos que, sin ser ficciones, tampoco son, strictu sensu, confesiones personales, sino que oscilan entre la literatura —con ecos de Proust en su trabajo con la memoria y los pequeños detalles que la desencadenan— y la sociología y su análisis del individuo, pues, escudriñando en sus memorias íntimas, buscan reflejar su visión de determinados aspectos de la sociedad francesa a través de sus propias vivencias o las de su familia. No tiene miedo de temas que pueden resultar controvertidos o incluso traumáticos, como la muerte de su madre por alzheimer, su cáncer de mama o un aborto que se realizó en los años sesenta (cuando en Francia era ilegal).
Los suyos son textos que, sin ser ficciones, tampoco son confesiones personales, sino que oscilan entre la literatura y la sociología y su análisis del individuo, pues, escudriñando en sus memorias íntimas, buscan reflejar su visión de determinados aspectos de la sociedad francesa.
Tal vez su obra cumbre en este género idiosincrático es Les Années (Los años), de 2008, libro que, guiándose por fotografías de archivo de la autora, produce un amplio panorama de la vida francesa desde los años cincuenta hasta el inicio del siglo XXI. Ella misma, en una serie de entrevistas, recogidas en L’Écriture comme un couteau (El escribir como una navaja) (2003), se refiere a esos escritos como auto-socio-biográficos, y comenta que se considera muy poco como un ser único, sino más bien como una suma de «experiencias y determinaciones», y es este el sentido de universalidad que busca expresar, más que relatar, una vivencia estrictamente privada. Es decir, su cáncer y la enfermedad de su madre, su hermana fallecida antes de que la pudiera conocer —L’Autre fille (La otra niña) (2011)—, son episodios personales que en las manos de esta autora se convierten en meditaciones sobre la naturaleza humana, sobre cómo nos enfrentamos a fenómenos como la enfermedad, la pérdida o el dolor, y también la desigualdad social o las relaciones amorosas complejas (Passion simple, 1992). De alguna manera, y pese a todas las distancias, recuerda a Frida Kahlo, otra artista que mediante su propio cuerpo y sus propias vivencias busca reflejar experiencias y emociones universales.
De hecho, Ernaux (en la misma serie de entrevistas) distingue claramente entre sus diarios privados, de carácter íntimo, espontáneo, incluso fugaz (aunque a posteriori pueden convertirse en fuentes para sus ficciones), y sus obras marcadas por la búsqueda intensa de una perspectiva, una voz clara y fuerte, con una intención artística y social bien clara.
Y, efectivamente, si bien la autora jamás protagonizó algún escándalo internacional (a diferencia de —digamos— el galardonado de 2019, Peter Handke(3)), tampoco nunca ha escondido sus convicciones políticas, y estas están bastante sincronizadas con la visión de la sociedad expuesta en su obra literaria. En varias elecciones ha apoyado al candidato izquierdista Jean-Luc Mélenchon. Durante las protestas de los llamados «chalecos amarillos» ha expresado su apoyo verbal a las masivas manifestaciones callejeras, y durante la pandemia de COVID-19 ha criticado duramente el manejo de esta por parte del gobierno de Emmanuel Macron, manteniendo siempre una actitud consistente y crítica. De hecho, se la ha visto participar en las protestas organizadas por Mélenchon contra las políticas del gobierno en octubre de 2022.
Es, sin duda, esta lógica y consistencia entre su labor literaria y su actuar como personaje de la vida pública, esta capacidad de fusionar en sus textos las tradiciones de las letras francesas con las inquietudes de la sociología, el saber transportar un «yo» a un «nosotros», lo que llamó la atención del Comité de la Academia Sueca, que comenta que el premio se le otorga «por el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las trabas colectivas de la memoria personal». Este es un argumento revelador, hecho como a propósito para recordarnos que el Premio Nobel de Literatura se entrega no simplemente por escribir muy bonito, sino, y según el propio Alfred Nobel, por hablar de temas que «proporcionen un beneficio a la humanidad».
(1) Ver «Nobel de Literatura 2021: El escritor de los exilios», Olga Ries. Mensaje N° 704, noviembre 2021, pp. 58-60.
(2) Ver «Louise Glück, el Nobel para la poesía», Olga Ries, Mensaje N° 694, noviembre 2020, pp. 59-61.
(3) Ver «El Nobel incómodo», Olga Reis, Mensaje N° 684, noviembre 2019, pp. 55-57.