Argentina despide al genial periodista camaleónico Jorge Lanata

¿Cómo recordaremos a Lanata? ¿Como un gran periodista, creador de medios, de formatos, de lenguajes y estilos? ¿Como impulsor de la carrera de los mejores, muchos de los cuales lo recuerdan con cariño, mientras otros prefieren olvidarlo?

«¿Así que usted es periodista y argentino?», me pregunta don Joaquín, mientras arma el ramo de ocho rosas que escogí y las rodea de ramitas tiernas. «¿Supongo que sabe que se murió Lanata? Para algunos era un héroe; para otros, un monstruo», acota, moviendo la cabeza mientras sus manos diestras atan el cordel rojo alrededor de las flores… «Qué extraño, ¿no? No sé si hay un periodista actual en Chile que despierte esas pasiones encontradas».

Y, por un par de minutos, se concentra en atar el nudo rojo y adosarle un moño del mismo tono. Queda apretado, perfecto para regalo de aniversario de boda.

Estamos en un mínimo local en Manuel Montt y Providencia. Antes, mientras yo elegía las rosas, él me había preguntado qué hacía yo, y me había comentado la noticia del día: la justicia había dado la razón a la periodista Paulina de Allende Salazar, injustamente despedida del canal MEGA por referirse a un carabinero recién asesinado con el nombre de «paco».

Y entonces, por sorpresa, don Joaquín agrega: «Sí, pero acá en Chile los amores y los odios a gente que uno no conoce no llegan a tanto como allá, ¿no?».

En esa pequeña tienda refrigerada en medio del verano santiaguino, rodeado de flores y cintas y moños, el florista me dio el eje, el enfoque y las preguntas centrales para compartir con el público chileno algunos datos e ideas sobre el recientemente fallecido «Gordo» Lanata, el periodista argentino más determinante de los últimos 40 años.

PÁGINA/12

Nacido en Mar del Plata en 1960, Lanata tuvo una infancia triste y solitaria, con un padre duro y arbitrario y una madre que murió cuando él apenas despuntaba preguntas; fue criado por una tía y una abuela, y a los 55 años se enteró de que era adoptado. Su familia no fue determinante en su vocación, pero apenas empezó a escribir en el colegio, voló.

Contó a varios entrevistadores que su primer texto publicado fue un ejercicio escolar. El profesor les pidió escribir sobre un cuento de Conrado Nalé Roxlo, que entonces estaba en boga. Buscó su nombre en la guía telefónica, lo llamó y lo fue a entrevistar a su casa. La revista del colegio publicó su entrevista. Desde entonces Lanata nunca perdió esa creatividad, empuje, desparpajo y ambición.

Trabajó en radio desde los 14 años, mintiendo que tenía 19. A los 26, fundó el diario Página/12 y desde entonces se convirtió en uno de los siete creadores de diarios que cambiaron la historia del país.

Estos son sus precedentes: el primero fue el secretario de la Primera Junta de 1810, Mariano Moreno, con La Gaceta de Buenos Aires. El segundo, Bartolomé Mitre, general, presidente, escritor y fundador de La Nación. El cuarto, Natalio Botana, creador del periodismo narrativo y popular Crítica, donde escribieron Roberto Arlt y Jorge Luis Borges. En los cuarenta, el diario que representó el nuevo país del peronismo, el Clarín de Roberto Noble, diario de masas, todavía el más vendido e influyente. En los sesenta, La Opinión de Jacobo Timerman, el de la izquierda intelectual y la salida al mundo.

Y con el fin de la dictadura, el Página/12 de Lanata fue el último gran invento del diarismo argentino, juntando lo mejor de los sobrevivientes de La Opinión, como Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez y José María Pasquini Durán, con lo más creativo y osado de las nuevas plumas: Juan Forn y Rodrigo Fresán, entre otros, se alternaban en la crónica de contratapa; Marcelo Zlotowiazda escribía de economía; Ernesto Tenembaum, de política; Walter Goobar, de internacionales. Horacio Verbitsky investigaba el poder menemista.

Trabajó en radio desde los 14 años, mintiendo que tenía 19. A los 26, fundó el diario Página/12 y desde entonces se convirtió en uno de los siete creadores de diarios que cambiaron la historia del país.

DESCUBRIENDO TALENTOS

Entre muchos que hoy son grandes nombres en medios y libros, los jovencísimos Cristian Alarcón y Graciela Mochkovsky aprendieron el oficio en su polvorienta redacción, donde se mezclaba el ruido de los cables y el olor a tinta y humo. Fue Lanata quien descubrió a una joven cronista de Junín, Leila Guerriero. También él fue quien pensó que un novelista en ciernes, Martín Caparrós, podía escribir crónicas.

Así lo cuenta Caparrós en su reciente libro de memorias, Antes que nada. La anécdota, pienso, muestra la brillantez de Lanata para liderar equipos, descubrir talentos y caminos, adelantarse a todos. Y recrea en una escena su gracejo criollo irresistible.

A comienzos de los noventa, Martín, que ya había colaborado con Jorge, lo fue a ver para proponerle hacer crítica gastronómica (rechazado por «pretencioso») o dirigir la revista mensual Página/30 (también rechazado, porque «nos vamos a pelear todo el tiempo»).

«Ya me iba, derrotado, cuando me dijo que por qué no hacía “territorios”.

—Hacete uno por mes, un territorio de algo cada mes y te los pago bien. Dale, ¿por qué no empezás con Tucumán? Todo el quilombo que hay con Bussi.

El general Doingo Bussi era un asesino que estaba por ser elegido gobernador de la provincia donde había sido dictador y la propuesta era curiosa. Por esos días en la Argentina, fuera de la revista El Porteño, no se hacía “periodismo narrativo”. O se hacía en muy pequeñas dosis: a veces, notas de Página/12 usaban formas de relato para contar ciertas situaciones —una reunión de ministros, un crimen, un castigo— en artículos que nunca excedían el millar de palabras.

—Bueno, si me dan el espacio suficiente y no me rompen las bolas…

—No te preocupés. Claro que te vamos a romper las bolas. (……) Dale, a vos te gusta hacer esas porquerías ilegibles. Empezá con Tucumán y después vemos».

Los «territorios» de Caparrós se convirtieron en el origen del mejor periodismo de «viajar para entender» que hay hoy en Latinoamérica, tal vez en el mundo. Los perfiles de Guerriero y las crónicas de Forn son los modelos para el mejor periodismo narrativo actual. Lanata los supo descubrir incluso antes que se vieran ellos mismos, y los invitó a hacer aquello que nadie haría mejor.

¿Estos tres, y tantos más, serían lo que son sin el empuje y el ojo de Lanata? No lo creo.

¿EL LADO BUENO DE LA HISTORIA?

Esta forma de descubrir y guiar a lo mejor del periodismo joven, con ser mucho, no fue lo central de Página/12. Lo fue la forma de combinar periodismo de golpes noticiosos con humor, datos con ironía, cultura popular con alta cultura, guiños a la izquierda con información necesaria y diversión inédita para todo público.

En los recuerdos desperdigados en redes a propósito de su muerte, junto con insultos a Lanata o insultos a los que lo insultan, las memorias de tapas emblemáticas de su diario genial recordaban, sin querer, una época en que el chiste mordaz era mucho, tanto más efectivo que los insultos.

La mayoría son de su época de gloria, la década menemista.

Como cuando Menem acusó al diario de amarillismo, y al día siguiente salió todo el diario en papel amarillo.

O cuando Menem indultó a los genocidas de la dictadura y la tapa apareció en blanco, con un pequeño recuadro abajo, que por chiquito gritaba tanto más que las letras tamaño extremo.

O cuando salió con un agujero en medio para denunciar el faltante en el presupuesto.

O —este es un recuerdo mío, no lo he visto en ningún lado— cuando un reportaje de investigación denunció que una empresa francesa traía desechos fecales humanos de tierras galas para enterrarlo en la Patagonia. El título sonaba a chiste de colegio: Olalá popó.

A mí me sigue haciendo sonreír. El título es un chiste. La investigación, mucho más seria que las genuflexiones al poder de turno de los otros diarios.

No era solamente la introducción del humor: era la gracia en su sentido más amplio, el compartir el guiño y el respeto por la verdad y por los valores que unieron a esa generación posdictadura, las ganas de mejorar el país y el mundo sin violencia, los derechos humanos, el ansia de saber, la sospecha de que los poderes te quieren engañar, el sentirse uno con un medio que te expresa, que trae valores perdidos y también representa la modernidad.

Ir en el colectivo o el subte con Página/12 debajo del brazo era, en esos años, mostrar que uno estaba del lado bueno de la historia. ¿Demasiado ilusos, ingenuos?

Lanata estaba en el centro de esa bendita ilusión.

Y LA GRIETA

Pero la etapa de Lanata en Página terminó, y su permanente inquietud y, me temo, su afán de protagonismo y notoriedad lo llevaron a la televisión y a la radio. Fundó medios, como la revista Veintiuno, que después fue Veintidós cuando llegó el Siglo XXI, y después fue Veintrés no sé bien por qué. Trabajó en radios, en televisión, escribió muchos libros, entre ellos dos best seller que contaban la historia patria con algo de la mordacidad y el humor de su viejo diario: Argentinos.

Pero él debía querer más, otra cosa, estar en el centro. Y la oportunidad le llegó en la época de Néstor y Cristina Kirchner. El viejo enemigo del menemismo ahora se enfrentaba a sus viejos aliados, a los periodistas que él mismo había enseñado y sostenido.

La nueva Página/12 y los medios de radio y televisión «progresistas» estaban al lado del matrimonio Kirchner.

Y Lanata poco a poco se fue convirtiendo en el principal enemigo de la pareja presidencial. Los acusaba de mentir apropiándose de la lucha por los derechos humanos, cuando en dictadura y durante el reinado de Menem no había levantado la voz ni movido un dedo. Pero mucho más: los acusaba de armar una mafia corrupta que denunciaba semana a semana en su nuevo programa de televisión, Periodismo para todos en el Canal 13 del Grupo Clarín.

Si durante la década del peronismo de derecha de Menem, Lanata lideró las investigaciones y la burla al mal gusto de Menem, en esta nueva década kirchnerista se reinventó como azote televisivo y como tábano de esta pareja de adalides de los pobres que inventan creativas formas de hacerse millonarios. Lo hizo durante más de una década en su programa matutino, Lanata sin filtro, el más escuchado del país, en la Radio Mitre, también del Grupo Clarín.

El Lanata enemigo jurado del grupo periodístico más poderoso del país se había convertido, para sus seguidores, en aliado de Clarín porque vio que, más allá de sus diferencias, los unía el enfrentar a un poder autoritario y controlador de los medios.

Para sus enemigos, se convirtió en un vendido al gran capital del medio hegemónico. Y sus peores críticos fueron, lógicamente, los que antes lo amaban en su etapa de Página y ahora lo llamaban traidor.

Genial como siempre, le puso nombre a la nueva época: bautizó la era kirchnerista como «La grieta». De un lado, los fanáticos K. Del otro, los fanáticos anti-K.

Pero Lanata no solo bautizó ese largo período tóxico: él fue la grieta. Él comenzó un periodismo que, si bien tenía datos, testimonios, buena factura audiovisual, creatividad y golpeaba con investigaciones como las que desnudaron a los testaferros K, transformó el periodismo en un campo de batalla. Hizo periodismo militante en contra de sus antiguos compañeros militantes.

Para mí, cayó del pedestal de la imparcialidad en el momento en que llegó al gobierno Mauricio Macri y debió jugársela como contra Menem y los Kirchner; y no lo hizo.

En los cuatro tristes años de gobierno de Mauricio Macri, los programas de Lanata siguieron sacando evidencias de la corrupción K, en vez de investigar al presidente que estaba tomando la mayor deuda de la historia del Fondo Monetario Internacional, y preguntarse qué pasó con ese dinero, que se perdió en los pliegues de los grandes grupos financieros que apoyaron a Macri.

Había que acabar con el único mal de Argentina, la cleptocracia K, pregonaba el Lanata furioso de esos años.

SU RESPONSABILIDAD EN LA GRITERÍA

¿Fue ese furor con datos reales pero unidireccional y sin contexto internacional un elemento central en lograr que el año pasado el 54 por ciento de los votantes se volcara por un vociferante que prometía terminar no solo con los abusos del Estado, sino con el Estado mismo? Yo creo que sí.

En una de sus últimas entrevistas, en Radio con vos, con uno de sus viejos discípulos, Ernesto Tenenbaum, Lanata se lamentó que en redes e incluso en la calle, los fanáticos de Milei lo insultan llamándolo «K». ¡Justamente a él, que fue el azote de Cristina Kirchner! Estaba viendo al monstruo en el espejo: para los descerebrados mileístas, si no adoraba al peluca motosierrista, debía ser de los «kukas», aunque obviamente, sus programas demoledores fueron gasolina en el fuego que llevó a Milei al poder.

Lanata, tal vez por primera vez, no entendía lo que estaba pasando. Estaba aterrado y asombrado de esos jóvenes fanáticos, mezclados con trols a sueldo, que construyeron el fervor actual por el impresentable Milei. Yo escuché esa entrevista. Me dio pena.

Siento que la falta total de diálogo y de mínimo respeto entre los que piensan distinto, que se fue exacerbando en la Argentina posdictadura hasta convertirse en la gritería de sordos de ahora, es en parte responsabilidad de la genial y tóxica transformación de Jorge Lanata.

Aceptarlo todo para que desaparezcan los que odiamos. «Cualquiera menos…» nos llevó a este cualquiera. Poco antes de su muerte Lanata se sintió atacado por los que lograron que su energúmeno sea presidente sin darse cuenta de que, en parte, su furor y su personaje televisivo crearon al monstruo.

Pero Lanata es, ahora que murió y se debe hacer balance, muchas cosas más.

En el obituario publicado en Clarín, Osvaldo Pepe resumió así su «personaje» este 31 de diciembre: «Jorge Lanata fue mucho más que un periodista. Fue un hombre de los medios que trascendió los medios y llegó a la condición de figura rectora, un influyente top de la cultura mediática de su tiempo. Considerado por muchos el número uno de ese universo, sin dejar de destacarse en otros, supo adaptarse y posicionarse a la vanguardia en todos los géneros del periodismo, gráfico (prensa escrita), televisivo, radial, plataformas multimedia, ciclos documentalistas y de investigación».

¿Cómo recordaremos a Lanata? ¿Como un gran periodista, creador de medios, de formatos, de lenguajes y estilos? ¿Como impulsor de la carrera de los mejores, muchos de los cuales lo recuerdan con cariño, mientras otros prefieren olvidarlo?

Lo bueno de no tener que hablar en su funeral ni tener que denostarlo en los medios que hoy lo aborrecen, como lo que queda de su Página/12, es que se puede pensar a partir de él, a partir de sus grandes logros y de su perturbadora influencia en el periodismo de hoy.

Yo me quedo con una vida y una obra desorbitadas, fecundas, que ayudan a pensar el periodismo e imaginar uno tan creativo como lo que logró el mejor Lanata, y a soñar con uno alejado de las peleas a garrotazos dentro del poder (no fuera, como debe estar) en que cayó el peor Lanata.

«Jorge Lanata fue mucho más que un periodista. Fue un hombre de los medios que trascendió los medios y llegó a la condición de figura rectora, un influyente top de la cultura mediática de su tiempo»Osvaldo Pepe, obituario en Clarín.

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