Carta al Presbiterio de la Arquidiócesis de Santiago

En estos tiempos que nos ha tocado vivir, con múltiples desafíos pastorales, sociales y eclesiales, no tengamos miedo de ofrecer al Señor los pocos peces y panes que tenemos, confiados en que el Señor los va a multiplicar generosamente.

Estimados hermanos obispos auxiliares y sacerdotes:

Desde hace meses me ronda la idea de escribirles una carta. Al cumplir un año desde que el papa Francisco me nombró Arzobispo de Santiago, y pronto a ser creado cardenal, he tomado la decisión de entregarles estas reflexiones. Hago extensivo este escrito a los sacerdotes que pertenecen a las diversas comunidades religiosas que nos colaboran en la Arquidiócesis.

Surge de manera espontánea en la oración un profundo agradecimiento por la acogida que ustedes y las comunidades me han dado. Ha sido una alegría inmensa encontrarme con compañeros de seminario y alumnos, así como sacerdotes generosos que han dejado sus comunidades para ayudarnos.

Me siento parte de este presbiterio que me dio a luz como sacerdote y como obispo. ¡Tantas historias en común, tantas personas queridas que ya han partido y que siempre recordamos!, ¡Tantas vivencias y anécdotas que nos alegran la vida!

En este tiempo, la presencia de los obispos auxiliares en diversas y exigentes tareas ha sido fundamental. Sin su presencia, apoyo, celo pastoral y arduo trabajo, difícilmente podría liderar la arquidiócesis que, por su extensión y amplitud de su vida pastoral, es muy difícil de abordar. Gracias, muchas veces muchas gracias.

Sigue firme mi compromiso de estar cerca de ustedes y de cuidarlos, tal como me lo pidió el papa Francisco. Lo hago consciente de mis defectos, debilidades y torpezas. Sé de las dificultades de toda índole que ustedes enfrentan a diario. Todos las tenemos porque forman parte de la vida. De alguna manera nos ayudan para comprender mejor el sufrimiento del Pueblo de Dios.

Las dificultades seguirán, lo importante es abordarlas unidos y en conjunto. La intención de mi fraterna y paternal compañía sigue vigente como el primer día. La distancia física propia de una arquidiócesis tan grande no es obstáculo para saber que estamos cerca, sobre todo en la oración y en la misión. Los canales de comunicación están siempre abiertos y son ampliamente conocidos.

Agradezco a la Vicaría para el Clero por sus desvelos para acompañarnos en nuestro ministerio. Me produce mucha alegría el cuidado hacia los sacerdotes mayores y enfermos. ¡No estaremos solos en momentos de aflicción!

Desde mi llegada a la Arquidiócesis he animado a que nuestro horizonte pastoral, y de todos quienes colaboran con nosotros, sea la misión. Para lograr aquello, la unidad y la comunión entre nosotros es decisiva a la hora de emprender esta maravillosa e insustituible tarea: anunciar al Señor muerto y resucitado, luz para las Naciones, y Verdad, Camino y Vida.

Las reuniones de decanato, de zona, de presbiterio y el retiro anual, son fundamentales para nuestra vida, -y salvo situaciones graves- les pido encarecidamente su asistencia, porque son instancias privilegiadas para compartir como hermanos llamados por el Señor a anunciarlo a tiempo y a destiempo y a rezar juntos. Estos encuentros son prioridad ante las capellanías que, es bueno recordar, son posibles en virtud de la ordenación y la pertenencia al presbiterio.

Es claro que somos todos diferentes. Las historias vocacionales, personales, familiares y eclesiales son únicas e irrepetibles. Esa bella diversidad adquiere plenitud en la unidad que constituye un factor decisivo a la hora de evangelizar. Es por ello que, todo lo que se proponga para fortalecer la unidad es bienvenido.

Soy testigo de los esfuerzos de la Vicaría Pastoral por realizar encuentros sustantivos en contenido, eclesialidad y sinodalidad. El papa Francisco, en su última encíclica Dilexit Nos, aborda el vínculo profundo que existe entre la misión y la comunidad. Ambas, o van juntas, o sencillamente terminarán separándonos de Jesús.

Los animo también a que le pidamos al Señor el don de la fraternidad. Sentirnos parte de una comunidad de hermanos es parte de la fe en que tenemos un Padre común que nos llamó a su servicio como somos, con nuestras luces y sombras, con nuestras fortalezas y debilidades.

La vasija de barro en la cual llevamos el tesoro, Jesucristo, forma parte del plan de Dios y será Él quien la irá moldeando con su gracia. La autenticidad en nuestra propia vida es un elemento fundamental para vivir alegres y confiados de cara a Dios, nosotros mismos y la comunidad.

Cada uno en su originalidad es un aporte a la tarea que nos convoca: evangelizar para que las personas conozcan a Cristo, crean en Él, Lo sigan, vivan según su enseñanza y sean luz en medio del mundo. No hay estereotipo de sacerdote.

Cada uno es un aporte y una riqueza en sí mismo. El discernimiento espiritual consiste en descubrir el querer de Dios desde el insondable misterio de haber sido llamado al sacerdocio. Para mí, sigue siendo un motivo de mucha reflexión y ¡no sin temor!

Siempre será motivo de discernimiento espiritual y eclesial compatibilizar las necesidades pastorales, donde “la mies es mucha y los obreros son pocos”, y el carisma que Dios nos ha regalado a cada uno. Será la caridad pastoral la que siempre ha de primar a la hora de discernir la misión encomendada porque hemos sido consagrados para servir a los demás.

En este contexto, resulta justo reconocer el inmenso trabajo que realiza la Vicaría General al estar siempre atenta ante las necesidades de los sacerdotes y sus comunidades.

Juntos, volvamos a la fuente primera de nuestra vocación y ayudémonos mutuamente a que dé frutos abundantes. Lo hacemos de cara a Dios que nos llamó por nuestro nombre y nos envió.

Desde el ministerio episcopal que se me ha encomendado haré todo lo posible para que vivan su ministerio con alegría y sin mayores sobresaltos. En tiempos complejos como los que vivimos, es fundamental tener serenidad de espíritu y certeza de la presencia de Dios en nuestras vidas y, sobre todo, saber que es Él quien nos sostiene día a día.

Es importante también ayudarnos mutuamente para vivir el ministerio de tal forma que, como los primeros apóstoles, “gocemos de simpatía en todo el pueblo”. Ese es un buen tema para conversar entre nosotros y nuestras comunidades.

En estos tiempos que nos ha tocado vivir, con múltiples desafíos pastorales, sociales y eclesiales, no tengamos miedo de ofrecer al Señor los pocos peces y panes que tenemos, confiados en que el Señor los va a multiplicar generosamente.

Sin miedo saquémoslos de la mochila que cada uno trae para que el Señor se haga presente con su poder y misericordia, y se traduzca en una gran fiesta donde nadie quede excluido. Acojamos el llamado de Francisco a ser creativos para ir al encuentro de todos sin excepción con la maravilla del mensaje evangélico.

Hermanos, tenemos una hermosa misión y cada vez más relevante en una sociedad compleja, llena de incertidumbres y con una gran búsqueda de sentido.

Que nadie nos separe del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. El mensaje evangélico es imbatible en medio de la confusión, el desánimo generalizado y la desesperanza.

Que esa certeza nos renueve la vocación sacerdotal que se presenta ante el mundo como una actividad humilde, pero plena de sentido.

De la mano de la Virgen María, especialmente este mes consagrado a ella en que la reconocemos como nuestra madre, de seguro seguiremos más animados, esperanzados y confiados.

+ Fernando Chomali G.
Arzobispo de Santiago de Chile

Santiago de Chile, 4 de noviembre de 2024
San Carlos Borromeo

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0