Los anfitriones de la cumbre mundial del clima parecieran ser los mayores interesados en promover el uso de combustibles fósiles: las suspicacias no debieran extrañar.
Esta será una «PETROCOP»: tal fue la reacción de muchos ambientalistas cuando supieron que el sultán Ahmed al-Jaber presidiría la COP 28 en Dubái. El sultán es el presidente de la empresa petrolera nacional Adnoc. El país es el séptimo mayor productor de hidrocarburos y uno de los grandes emisores de dióxido de carbono. Abu Dabi, uno de los siete emiratos que conforman Emiratos Árabes Unidos (EAU), tiene planes para incrementar su producción de petróleo en 25 por ciento para el 2027. Está a la vista que el país vive del y para el petróleo.
Ante semejante realidad, son comprensibles los prejuicios y sospechas de ecologistas. Las suspicacias tendieron a confirmarse días antes del inicio del evento, el 30 de noviembre, cuando medios internacionales, entre los que destaca la BBC, la cadena estatal británica, mostraron documentos que revelan que el anfitrión ha buscado utilizar las reuniones de la COP para promover negocios petroleros y gasíferos. Esto, en circunstancias de que una de las metas de la más importante reunión climática del mundo es, precisamente, buscar una reducción del consumo de los combustibles fósiles a nivel global.
Entre los documentos exhibidos, hay propuestas de negocio relacionadas con la industria petrolera con una quincena de países, entre los que figuran Brasil, China, Alemania y Egipto. La normativa de Naciones Unidas exige al país anfitrión actuar sin enfatizar el interés propio ni con prejuicio alguno. Consultadas autoridades de los EAU sobre el alcance de los documentos revelados, no negaron su autenticidad, aunque la relativizaron y se limitaron a responder: «Las reuniones privadas son privadas».
El Centre for Climate Reporting y la BBC mostraron textos que señalan a un ministro colombiano reconociendo que Adnoc está disponible para desarrollar los recursos fósiles de Colombia. En el caso de Brasil, se sugiere que se consulte al ministro del medio ambiente para que ayude a «obtener respaldo para asegurar» la propuesta de Adnoc. Se trata de la compra de Brasquem, la mayor empresa procesadora de petróleo y gas en América Latina. Hace algunas semanas, Adnoc hizo una oferta por 2.100 millones de dólares para adquirir una parte sustantiva de la compañía.
Adnoc ha sugerido a una serie de países petroleros, entre los que destaca Venezuela, que «no hay conflicto entre el desarrollo sustentable y la explotación de recursos naturales de un país (por cierto, los hidrocarburos, entre estos) y el compromiso por moderar el cambio climático».
El peruano Manuel Pulgar-Vidal, quien presidió la COP 20, realizada en Lima en 2014, señaló: «Si algún presidente de la COP trata de imponer algún interés particular, incluidos intereses comerciales, ello podría significar el fracaso de la COP».
«Se han confirmado algunos de nuestros mayores temores» en cuanto a al-Jaber, declaró Al Gore, exvicepresidente de Estados Unidos y Premio Nobel por sus campañas en el campo climático. En tanto, Christiana Figueres, que estuvo a cargo de temas climáticos en la Organización de Naciones Unidas (ONU), dijo que el anfitrión fue pillado «con las manos en la masa». En tanto, John Kerry, representante de Estados Unidos en la COP, salió en defensa de al-Jaber: señaló que estaba en una posición ideal para lograr un acuerdo en las negociaciones en curso para frenar el calentamiento global.
Cada año, los cerca de doscientos países miembros de la ONU se reúnen en lo que la jerga burocrática denomina Conferencia de las Partes (COP). Esta vez, son alrededor de setenta mil personas, encabezadas por mandatarios, empresarios, activistas ambientales y lobistas (unos 600) representando intereses industriales diversos convergen en Dubái.
Ello, en momentos en que se viven calores récord en la mayoría de las latitudes. La tierra vivió una experiencia inédita en los meses de noviembre de 2022 y en octubre recién pasado. Nunca, en decenas de miles de años, las temperaturas promedio del planeta excedieron en 1,5 grados Celsius la media de la era preindustrial, vale decir, mediados del siglo XIX. El grado y medio de aumento es la línea roja, trazada por los organismos internacionales. Los científicos advierten que, si se cruza este umbral, el mundo arriesga un futuro incierto ante una catarata de fenómenos climatológicos concatenados. Destacan el derretimiento de glaciares y polos, el aumento del nivel de los mares y sequías en algunas regiones, mientras otras experimenten inundaciones devastadoras. Ello, entre una infinidad de otras consecuencias. Ya se anticipa, en esta década, el cruce del techo fijado en 1,5 grados a nivel global. Peor aún: muchos científicos se repliegan y señalan que una meta realista sería un incremento de tres grados, si las emisiones gases de efecto invernadero (GEI) continúan su curso actual. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en el escenario más optimista la posibilidad de limitar el aumento de temperatura a 1,5 grados es ahora tan solo del catorce por ciento.
¿Qué pasará si, en efecto, en la próxima década se confirma este vaticinio? A lo largo del planeta, se espera un aumento de los incendios forestales. Este 2023 mostró un incremento de 14 por ciento bosques consumidos por las llamas y, para 2050, la ONU proyecta un aumento de 50 por ciento. Los océanos, que representan el 70 por ciento de la superficie de la Tierra, registraron sus mayores temperaturas, 21,1 grados, un récord de calentamiento. Situación que supera la marca más alta registrada en 2016, que promedió los 20 grados. Océanos más cálidos impulsan una variedad de fenómenos climáticos. De entrada, produce un exceso de vapor de agua, que ocasiona huracanes hasta 50 por ciento más intensos o lluvias más torrenciales y prolongadas que lo habitual. Océanos acidificados y más cálidos causarán el blanqueo de los bancos de corales, lo que repercutirá en una baja sustantiva de la vida marina y afectará en especial de los cardúmenes.
El grado y medio no es una medida absoluta. Pero es tomada como una frontera que no debe ser cruzada. Hoy, el grueso de los científicos da por hecho que este tope será vulnerado en los próximos cuatro años. Un secretario general de la ONU tras otro, han advertido que el planeta enfrenta una amenaza existencial. António Guterres, el secretario general actual, ha sumado su voz y ha reiterado que el mundo camina a un destino «infernal». Guterres dijo: «Las tendencias actuales aceleran la marcha de nuestro planeta a un callejón sin salida con un aumento de tres grados de las temperaturas. Esto se debe a una falla de liderazgo, es una traición a los más vulnerables. Las energías renovables nunca han sido tan económicas y accesibles como ahora. Sabemos que todavía es posible no cruzar la barrera de los 1,5 grados. Pero ello requiere arrancar las raíces venenosas de la crisis climática: los combustibles fósiles».
Los científicos utilizan los datos de la temperatura promedio del período entre 1850-1900 como una medida de cuán caliente estaba el planeta antes del aumento del uso del carbón, petróleo y gas en el mundo. Durante décadas pensaron que si el mundo se calentaba en unos dos grados se cruzaría el umbral de los impactos más peligrosos. Sin embargo, en 2018 modificaron el cálculo y lo situaron en 1,5 grados.
Cuando comenzaron las negociaciones climáticas, en los comienzos de los años noventa, la desigualdad en emisiones en lo que toca al más tóxico de los gases de efecto invernadero, el CO2, era entre países ricos y pobres. Treinta años más tarde, la situación ha cambiado. Subsiste la desigualdad, pero el mayor abismo está al interior mismo de las sociedades. Es un cambio importante en lo que respecta a cómo abordar la crisis del calentamiento. Según la Agencia de Energía Internacional, el diez por ciento más rico de la población de los países más desarrollados deja una huella de carbono quince veces superior al decil de la población más pobre. En Brasil, China, Sudáfrica e India las emisiones del decil más rico supera al 70 por ciento del conjunto de la población de más bajos ingresos. El transporte, y en especial el empleo de los automóviles, es un factor determinante en el decil superior, que emite en promedio un 30 por ciento más que el decil más pobre.
Cuando comenzaron las negociaciones climáticas, en los comienzos de los años noventa, la desigualdad en emisiones en lo que toca al más tóxico de los gases de efecto invernadero, el CO2, era entre países ricos y pobres. Treinta años más tarde, la situación ha cambiado. Subsiste la desigualdad, pero el mayor abismo está al interior mismo de las sociedades.
«Ningún país puede considerarse inmune a las catástrofes climáticas», declara Simon Stiell, el secretario ejecutivo de la ONU para los temas relacionados con el cambio climático. «Estamos acostumbrados a hablar sobre cómo proteger a la gente de lugares remotos, pero ahora estamos en una situación en que ningún punto es remoto». Para graficar la lentitud de los gobiernos en reaccionar a la gravedad de la situación, señala: «La mayoría de los gobiernos todavía caminan placenteramente, cuando lo que se requiere es correr a toda prisa».
Para contribuir a correr más rápido y reverdecer su imagen, los EAU anunciaron, en el primer día de la COP, un aporte de 30 mil millones dólares para un fondo de inversiones destinado a temas ambientales. El fondo, Lunate Capital, basado en Abu Dabi para gerenciar 50 mil millones de dólares en bienes, velará por que al menos cinco mil millones de dólares vayan a inversiones en el Sur Global. Los EAU, como grandes productores de petróleo y gas, con una población de apenas 9,5 millones de habitantes, han amasado una fortuna descomunal: en su fondo soberano, atesoran del orden 2,5 trillones de dólares.
La generosidad de los emires despierta vivas sospechas entre numerosos ambientalistas. «Captura total de la COP de Naciones Unidas, que siempre ha sido un circo, pero ahora en un mal chiste», declaró Bill McGuire, profesor emérito de geofísica y clima en el University College de Londres. A su juicio, «es necesario tener organismos permanentes focalizados en energía, transporte, deforestación… No este hinchado festival de líderes mundiales en búsqueda de oportunidades para figurar». En las palabras de Stiell, ha llegado el momento en que los líderes mundiales «deban dejar de sacar la vuelta y comenzar a actuar» en lo que toca a la reducción de las emisiones de carbono. Ello, al mismo ritmo vertiginoso con que aumentan las temperaturas que este año dejaron muchos al borde de un desastre. En rigor, las catástrofes climáticas se reproducen año a año con las crecientes olas de calor. En el hemisferio occidental, por cada grado que aumenta la temperatura, el tamaño de los incendios se triplica. En el caso de Canadá, el cambio climático antropogénico ha hecho que la temporada de incendios en 2023 sea 50 por ciento más intensa. En consecuencia, hasta julio las emisiones de carbono se duplicaron alcanzando un récord. El sudeste de Brasil, que incluye los estados de San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro, los más poblados del país, viene de vivir una ola de calor con temperaturas que batieron récores históricos, en tanto la Amazonía ha experimentado la peor sequía de las últimas décadas.
La evidencia empírica del deterioro ambiental es apabullante. Como un fenómeno cuya causa fundamental es la actividad humana, su superación está también en manos de los humanos. La COP es una de las instancias clave para lograr los acuerdos que permitan revertir la marcha a la autodestrucción. Está por verse si los Estados, empresas y la sociedad civil serán capaces de encontrar las fórmulas para garantizar el bienestar de la Tierra y sus habitantes.