La cuarta encíclica del papa Francisco busca, a lo largo de sus doscientos veinte párrafos, una respuesta renovada a las situaciones que hoy angustian al ser humano, degradan la convivencia y oscurecen el amor de Dios en la humanidad, sumergiéndose en el tradicional símbolo del amor de Cristo, su corazón humano.
El papa Francisco ha regalado hace poco a la Iglesia la cuarta carta encíclica de su pontificado. Se trata de Dilexit nos: Nos amó. Sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo, publicada el pasado 24 de octubre. Recordemos que, dentro de los escritos de Francisco, está precedida por las encíclicas Lumen fidei, de junio de 2013, escrita «a cuatro manos» con el papa Benedicto XVI, Laudato si’, de mayo de 2015, y Fratelli tutti, de octubre de 2020.
La nueva encíclica, de título breve y explícito, está dedicada al amor de Cristo. O, más precisamente, al amor del Corazón de Jesucristo. «Nos amó» es una cita de Rom 8, 37. El mismo Papa la pone en continuidad con las dos anteriores al decir: «Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común» (DN 217).
Podría decirse, entonces, que el amor es el hilo conductor de las tres últimas encíclicas: el amor a la creación en Laudato si’, el amor a los hermanos en Fratelli tutti y el amor de Cristo en Dilexit nos.
«Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común» —Encíclica Dilexit nos, 217.
El gran protagonista de la encíclica, como aparece en su título, es el corazón como símbolo del amor de Cristo. El Papa dedica muchas páginas de la encíclica a recuperar la importancia del significado del corazón. «Cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie», dice, «de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón» (DN 2). Para él, el corazón está «devaluado» como centro interior de la persona (DN 10-11), y por una sociedad actual a la cual le «falta corazón» (DN 9). Deja a los creyentes una pregunta tal vez insólita, pero candente si cada uno mira hacia su interior y mira el mal presente en el mundo: «¿Tengo corazón?» (DN 23).
La encíclica propone, entonces, desde diversos ángulos y citando numerosos autores y documentos de la historia humana y de la Iglesia, el significado y la importancia del corazón como centro más íntimo del ser humano y como símbolo del amor de Jesucristo. Busca, a lo largo de sus 220 párrafos, una respuesta renovada a las situaciones que hoy angustian al ser humano, degradan la convivencia y oscurecen el amor de Dios en la humanidad, sumergiéndose en el tradicional símbolo del amor de Cristo, su corazón humano.
En el largo recorrido que hace para recuperar la importancia del corazón, desde la literatura y filosofía griegas, los autores bíblicos y patrísticos, los grandes nombres ligados a la devoción al Corazón de Jesús, hasta escritos recientes de san Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco reivindica el corazón como el núcleo del ser humano. Es el centro más íntimo, desde el cual puede acoger a Dios y, superando el individualismo, establecer vínculos auténticos con el prójimo. Es el «principio interior» que hace posible unificar lo que en la vida personal y social se presenta fraccionado y disperso, y dialogar, como María, con las experiencias vividas y atesoradas (DN 17-19).
El corazón es ese «desde dónde» el ser humano en general, y el creyente en particular, puede enfrentar todas las realidades, especialmente las que en nuestro tiempo lo deshumanizan y angustian. Y es el «desde dónde» Cristo nos amó y nos ama.
La expresión «Corazón de Jesús» no está en los Evangelios. Pero un recorrido por las palabras, acciones concretas y gestos corporales de Jesús en los Evangelios lo revelan: su apertura al encuentro, su cercanía, a menudo por medio del contacto físico de sus manos, su ternura y compasión, su mirada, su conmoción y su llanto y, desde luego, sus palabras que conmovían a los oyentes (DN 32-47). En una palabra: su amor.
Y el corazón de Cristo, o más precisamente, Cristo desde su corazón que solo sabe amar, es quien puede dar sentido a todo lo que se opone al amor y fortalecer así a los creyentes para comprometerse por un mundo mejor, un mundo con más corazón. La encíclica quiere renovar la conciencia de la Iglesia en la centralidad del amor para las actuales circunstancias que vive la humanidad. Una oración refleja bien esa finalidad: «Ante el Corazón de Cristo, pido al Señor que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón» (DN 31).
El Papa es consciente de que el símbolo del corazón y la devoción pueden haber perdido validez en nuestro tiempo. Pero está convencido de que las características actuales del mundo justifican una renovada recuperación: «Vuelvo la mirada al Corazón de Cristo e invito a renovar su devoción», dice (DN 87).
Recordemos que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, universalmente extendida y de gran importancia para el mundo católico, fue perdiendo fuerza y validez desde mediados del siglo XX por las nuevas concepciones de la espiritualidad cristiana, el desprestigio de los devocionalismos y la emergencia de una imagen de Jesucristo más bíblica, histórica y social.
Por eso, reivindicar el corazón inevitablemente lleva a preguntarse por la validez de la devoción al Corazón de Cristo, tal como la hemos visto imperar en toda la Iglesia durante mucho tiempo, con un clímax en el siglo XIX y la primera mitad del XX. Para muchos puede ser una devoción añeja, con imágenes que dicen poco a la sensibilidad contemporánea, y que no tiene chance de ser rehabilitada en la forma tradicional.
El Papa es consciente de ello, y por eso parte ahondando en el significado antropológico, bíblico y teológico del símbolo principal. Tiene la convicción de que es un medio válido para integrar en la espiritualidad y en la misión de los católicos de hoy el núcleo de sentido que es el amor de Dios, manifestado en el corazón de Cristo. Si invita a renovar la devoción no es por nostalgia ni para imitar formas del pasado, sino para recuperar su sentido más genuino en una época en la que el Corazón de Jesús puede ofrecer respuesta a los signos de los tiempos actuales.
Francisco recuerda que «la devoción al Corazón de Cristo no es el culto a un órgano separado de la persona de Jesús», porque «lo que contemplamos y adoramos es a Jesucristo entero, el Hijo de Dios hecho hombre, representado en una imagen suya donde está destacado su corazón. El corazón de carne es un signo privilegiado del centro más íntimo del Hijo encarnado y de su amor» (DN 48). Por lo tanto, la verdadera devoción al Corazón de Cristo es adorar a Cristo vivo, «en su humanidad y en toda su divinidad, para dejarnos abrazar por su amor humano y divino» (DN 49).
Ante la multiplicación de formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor y otras «espiritualidades sin carne», la devoción al Corazón de Cristo nos puede defender de una religión desencarnada y del dualismo entre lo humano y lo divino.
Por otra parte, lejos de comprender el Corazón de Cristo como objeto de una devoción privada y ajena a las realidades del mundo y de la historia, Francisco propone claramente ahondar en la dimensión comunitaria, social y misionera de toda auténtica devoción al Corazón de Cristo. «Porque al mismo tiempo que el Corazón de Cristo nos lleva al Padre, nos envía a los hermanos» (DN 163). El amor de Cristo es un «amor que da de beber», es una «fuente para los demás». La unión entre la devoción al Corazón de Jesús y el compromiso con los hermanos atraviesa la historia de la espiritualidad cristiana (DN 172).
Es necesario, entonces, comprender que el amor de Cristo no nos puede encerrar en una devoción individualista e insensible a los problemas del mundo. Hacerlo sería negar lo más propio del Corazón de Cristo, que es el corazón que, en la cruz, es traspasado por amor a toda la humanidad, para liberarnos de todo lo que nos oprime, del pecado y de la muerte.
La reparación ofrecida al Corazón de Cristo, concepto tradicionalmente vinculado a la devoción, ha sido ya objeto de una nueva comprensión en nuestro tiempo. Se trata de reparar ese Corazón herido de Cristo en los hermanos que sufren, desmontando las estructuras de pecado y construyendo la civilización del amor, porque «en medio del desastre que ha dejado el mal, el Corazón de Cristo ha querido necesitar nuestra colaboración para reconstruir el bien y la belleza» (DN 182). «La reparación se entiende como liberar los obstáculos que ponemos a la expansión del amor de Cristo en el mundo, con nuestras faltas de confianza, gratitud y entrega» (DN 194).
Pero solo se puede reparar desde corazones que también necesitan ser reparados, reconociendo las culpas y pidiendo perdón (DN 187), y ofreciendo la vida al servicio de la misión de amor de Cristo (DN 195-202).
Si bien la devoción al Corazón de Jesús es marcadamente cristológica, el Papa también explicita su vinculación con las otras dos personas de la Trinidad, Dios Padre y el Espíritu Santo (DN 70-77) y con la Virgen María. La devoción al Corazón de María, estrechamente relacionada con la del Corazón de Jesús, «no pretende debilitar la única adoración debida al Corazón de Cristo, sino estimularla», ya que «la mediación de María, intercesora y madre, solo se entiende «como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo» (DN 176).
Para el papa Francisco, la actualidad del Sagrado Corazón de Jesús se comprende porque él es una síntesis del Evangelio (DN 83). El mundo puede cambiar desde el corazón del ser humano por la fuerza del amor del Jesucristo, reconocido en su Corazón de fronteras inmensas y hondura infinita. Es un fuego que puede «enamorar al mundo» (DN 205-211).