Así se llama la época caracterizada por la influencia de los seres humanos en las condiciones de vida en la Tierra: los cambios climáticos provocados por los más de ocho mil millones de personas que habitan el planeta pueden ser irreversibles.
Lucifer fue la denominación de la ola de calor que azotó Europa y Asia en 2017. Ahora, una nueva evocación al averno. Las temperaturas extremas recientes, que batieron muchos récores fue bautizada como Cancerbero, por el perro de tres cabezas que custodiaba la entrada al infierno donde moraba Hades, el temido dios griego de las profundidades. Está a la vista que los humanos asociamos los calores abrasantes con una de las formas más brutales de sufrimiento. En términos coloquiales: el calor extremo es infernal.
Cancerbero ha golpeado a buena parte del hemisferio norte, desde Europa austral, África del norte, el Medio Oriente, buena parte de Asia, aunque a China y Estados Unidos con particular virulencia. En ambos países los termómetros han superado los 50 grados en varias localidades. En todo caso, Cancerbero no será la última gran ola de calor. En algunos puntos los termómetros reventarán, mientras huracanes e inundaciones golpearán otros sitios. Son las consecuencias, largamente vaticinadas, del calentamiento global.
Desde una perspectiva más amplia, el grueso de los geólogos ha advertido que la Tierra vive un proceso de cambios inéditos. El consenso científico apunta a que el planeta camina a un nuevo periodo. Hasta hace poco —algo más de dos décadas—, existía conciencia de los grandes cambios climáticos que caracterizaban el período geológico vigente: el holoceno. Esta fase del desarrollo planetario ha marcado los últimos 11.700. años. Pero a lo largo del siglo en curso aumentó en forma constante el número de científicos que estima que la Tierra transita a una velocidad sin precedentes a un nuevo período que ya muchos llaman el Antropoceno: Antropo en griego significa humano, en tanto que ceno es el sufijo de los diversos períodos de la historia terráquea. Esta nueva denominación es justificada por los rasgos climáticos vigentes y que se proyectan a los siglos y milenios venideros. El Antropoceno es la época caracterizada por la influencia dominante de los seres humanos en la evolución de las condiciones de vida en la Tierra. Es más, muchos estiman que los cambios climáticos provocados por los más de ocho mil millones de personas que habitan el planeta son irreversibles.
Desde el siglo XIX una serie de observaciones alertaron sobre las emisiones de gases producto de actividades humanas con el dióxido de carbono, CO2, a la cabeza. Con el tiempo se estableció que el creciente volumen de gases daba origen a lo que hoy llamamos el efecto invernadero que aumenta las temperaturas de un polo al otro.
Ya mediados del siglo XX existía claridad sobre el impacto nocivo en la atmósfera de las crecientes emisiones de gases. Pero recién hace un par de décadas fue conceptualizada la profundidad de los cambios en curso. Se señala que tuvo lugar en una reunión internacional de científicos estudiosos del estado de la Tierra, realizada en México a comienzos del 2000. Allí se cuestionó, abiertamente la denominación del período geológico vigente. Paul Crutzen, premio Nobel de química holandés galardonado en 1995, ganó la distinción por sus observaciones sobre el hoyo de la capa de ozono, que protege a la superficie terráquea de los rayos ultravioleta. La causa de este fenómeno, que va en disminución, radica en la emisión de una variedad de gases utilizados por diversas industrias. En el curso del encuentro Crutzen postuló que ya no cabía hablar de Holoceno para designar la era geológica vigente.
Algunos presentes preguntaron a Crutzen como cabía llamar entonces al período en curso. Su respuesta tentativa fue: el Antropoceno. Desde entonces la denominación ha ganado adeptos y en la actualidad su empleo se ha generalizado, pese a que subsisten críticos que consideran prematuro hablar de un nuevo período geológico. Lo cual es comprensible para científicos acostumbrados a trabajar con rocas milenarias o de millones de años. Desde esa óptica décadas es un mero pestañeo. Los partidarios del nuevo término, por su parte, señalan que solo se trata de reconocer lo evidente: la actividad humana es el principal causante de los cambios experimentados. Un factor clave que apunta a la profundidad del cambio es el nivel de acumulación de CO2 en la atmósfera, que no cesa de aumentar. La concentración de las partes por millón (ppm) ha pasado de oscilar entre 260 y 280 ppm a lo largo de milenios para sobrepasar las 400 ppm. Las ppm son una medida para establecer el grado de concentración de los gases de efecto invernadero en la atmósfera. En 2007 la concentración atmosférica del CO2 pasó las 384 ppm, un aumento de más de 100 ppm desde 1750, año que se considera como el punto de partida de la Revolución Industrial. Según el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de la ONU (PICC), el punto crítico o de inflexión se encuentra en las 450 ppm. Los científicos han estudiado la composición de la atmósfera de hace cientos de miles de años gracias a las muestras obtenidas del hielo que se formó en esas épocas. Los análisis revelan que en cientos de miles de años las ppm de CO2 nunca sobrepasaron de 300, pese que hubo varios periodos glaciales y fases de calentamiento. Sin embargo, en abril de este año se detectó una concentración 423 ppm de CO2. Es una advertencia de que el principal componente de los GEI, responsable del calentamiento global, está muy próximo al punto de inflexión de un cambio climático irreversible. Los niveles de CO2 son medidos desde el observatorio atmosférico de Mauna Loa en Hawái.
El Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno, integrado por científicos de distintas disciplinas ligadas a la climatología y la geología, señala que el Holoceno- dio paso al Antropoceno ya a mediados del siglo XX. Esta conclusión fue reforzada mostrando como ejemplo del cambio el lago Crawford de Canadá, una diminuta reserva de agua dulce que contiene sedimentos con restos de micro plásticos, cenizas de la combustión de petróleo y carbón e incluso rastros de explosiones nucleares. En particular, de plutonio, un mineral de fabricación humana pues prácticamente no existe en forma espontánea en la naturaleza. Por ello se le considera un testimonio de residuos producidos a partir de 1945, cuando fueron detonadas las primeras bombas que contenían este mineral en Japón. Luego con el drástico desarrollo de la Guerra Fría los arsenales nucleares, con sus respectivos ensayos, proliferaron en forma continua.
Muestras de lodo del lago fueron despachadas a diversos laboratorios que detectaron el plutonio en los sedimentos más recientes. Junto con el diminuto lago Crawford se escogió una docena de puntos para realizar investigaciones similares. Algunos de los lugares seleccionados están en la Antártica, Japón, Australia e Italia. El propósito en todos los casos es establecer si el conjunto del planeta confirma, a través de sus deshechos, que se vive un nuevo período geológico. Hasta ahora las observaciones dan la razón a quienes estiman que Antropoceno comenzó alrededor de 1950.
La retroalimentación positiva alude al proceso resultante de una amplificación de respuestas de un sistema a influencias externas. Estas son reciprocadas con creciente intensidad. Es el caso del albedo que representa el grado de potencia reflectora de una superficie alcanzada por la radiación solar. El albedo varía según el tipo de material: los hielos reflejan más del 80 por ciento de la radiación, la arena seca el 40 por ciento, en tanto que las aguas oceánicas y la vegetación del orden del 20 por ciento. El albedo medio de la Tierra, es decir, la potencia reflectora de la atmósfera y de la superficie es aproximadamente un 30 por ciento. Una zona de ablación designa a un glaciar que pierde hielo y nieve por vaporización o deshielo en proporciones mayores a su acumulación. Las proyecciones señalan que la capa de hielo ártico disminuye a razón de ocho por ciento por década. De mantenerse está tasa todo, el hielo ártico habrá desaparecido para 2060. La disminución de las superficies blancas contribuye a elevar la temperatura de las aguas. Ello repercute sobre el nivel de los mares, las corrientes, la composición química de los mares y la vida submarina en todas sus formas.
Por ejemplo, la circulación termohalina alude a la densidad del agua de mar que está determinada por la temperatura y la salinidad. Estos factores provocan movimientos de agua, con las menos densas en la superficie y las más densas en las profundidades. La Corriente del Golfo se genera en el trópico, en las aguas superficiales del Océano Atlántico. Enormes masas oceánicas se desplazan hacia el Polo Norte, donde reciben el impacto de vientos gélidos, provenientes de los hielos árticos, que las enfrían (efecto termo). Ello vuelve más pesada a las aguas someras. Además, la evaporación causada por los vientos aumenta su concentración de sal (efecto halino). Por lo tanto, estas aguas se hunden. Es una condición importante del estado climático oceánico, pues permite el intercambio de calor y gases de efecto invernadero a través del interior del océano. Con los deshielos árticos y de Groenlandia, las aguas enfrían menos y los flujos de agua dulce reducen el efecto halino. En la actualidad, se aprecia una reducción del orden del 30 por ciento en la Corriente del Golfo, y ello ya repercute en otras corrientes y regímenes de vientos. Ello, a su vez, altera las lluvias, lo que tiene consecuencias en el conjunto de los ecosistemas. Si las aguas se calientan aún más en las regiones tropicales, cabe esperar un aumento de la intensidad de los huracanes, que han incrementado su potencia en 50 por ciento en el último medio siglo.
El impacto del cambio climático en el ámbito natural tiene un potente correlato en la esfera social. Tanto sequías prolongadas como grandes inundaciones desbarajustan la vida de millones de personas. Los golpea en el estómago, el hambre es uno de los factores que crea mayor desazón y angustias. Las hambrunas son la causa de innumerables levantamientos y rebeliones a lo largo de la historia.
La incapacidad para enfrentar el creciente deterioro ambiental y en particular el impacto de los combustibles fósiles se explica por la formidable influencia de la industria petrolera, automotriz y otras que viven del petróleo y sus derivados. Estos sectores invirtieron miles de millones de dólares en el bloqueo de la acción climática que limitara sus actividades. La crisis climática demuestra de manera rotunda que la libertad descontrolada de los mercados, en que cada actor persigue su propio interés, no favorece el bien común. Con ironía el economista Joseph Stiglitz señala que la mano invisible de los mercados es invisible «porque no está». El papa Francisco señaló «los productos tecnológicos no son neutros, porque crean un marco que termina por condicionar los estilos de vida y determina las posibilidades sociales según los intereses de ciertos grupos poderosos».
La crisis climática demuestra de manera rotunda que la libertad descontrolada de los mercados, en que cada actor persigue su propio interés, no favorece el bien común.
Greta Thunberg, la joven ecologista sueca, convocó a un centenar de los más distinguidos científicos y políticos, preocupados por los temas medioambientales, para que escribiesen un breve ensayo sobre el estado ambiental del planeta a partir de sus respectivas especialidades. El resultado es un macizo volumen, 446 páginas, titulado El libro del clima (Editorial Lumen). La obra presenta una mirada holística para quienes busquen comprender el fenómeno que hoy presenta la mayor amenaza para la existencia humana.