El camino del Sínodo es poético porque es sorpresivo, porque tiene baches en el camino, porque nos hace tomar la brújula y recalcular el norte magnético, porque nos hace seguir caminando.
Propongámonos pensar en una razón poética para el Sínodo, en una poética sinodal. La poética sinodal o la razón poética para el Sínodo la quiero definir como un modo de pensar (razón), la experiencia sinodal desde un logos más dinámico, imaginativo y lúdico1. A propósito de esta última dimensión, lo lúdico, dice Huizinga:
«La poesía, nacida en la esfera del juego, permanece en ella como en su casa. Poiesis en una función lúdica. Se desenvuelve en un campo de juego del espíritu, en un mundo propio que el espíritu se crea […] se halla más allá de lo serio, en aquel recinto, más antiguo, donde habitan el niño, el animal, el salvaje y el vidente, en el campo del sueño, del encanto, de la embriaguez y de la rosa. Para comprender la poesía, hay que ser capaz de aniñarse el alma, de investirse el alma del niño como una camisa mágica y de preferir su sabiduría a la del adulto»2.
La razón poética, entonces, es aquella que coloca acentos o miradas en la construcción —poiesis— de un logos que vaya escudriñando otro sentido de la realidad en la que se despliega el ser humano. En el caso de la vivencia sinodal, diríamos que el Sínodo se nos muestra como camino poético o como camino entendido desde la razón poética en tanto cuanto es un proceso por construir, por pensar y por actuar, específicamente porque no sabemos cómo nos vendrá el futuro con el Sínodo. Tenemos esperanza en el camino, pero no sabemos —a ciencia cierta— cuáles serán las peripecias de ese mismo camino. Lo poético, con ello, supone un ensanchamiento en la razón y en el mismo logos.
Al hablar de razón poética no puedo sino volver a María Zambrano, para quien la poesía viene a horadar, en cierta manera, el pretendido único modo de hablar propio de la razón científica o instrumental. Hay que volver a la unidad entre filosofía y poesía3. Como dice Zambrano:
«Apegados a cultivar discernimientos y a ahondar diferencias, habíamos olvidado la unidad que reside —y sostiene— en el fondo de todo lo que el hombre crea por la palabra. Es la unidad de la poiesis expresión y creación a un mismo tiempo en unidad sagrada»4.
Hay una dimensión fundacional en la poesía en cuanto creación de un mundo bajo el signo de la palabra, elemento también reconocido por H.G. Gadamer: «La pregunta por la unidad del sentido queda como una última pregunta por el sentido y encuentra su respuesta en el poema»5. En el caso de M. Zambrano, la autora reconoce un vínculo íntimo entre la poesía y la historia: «La poesía unida a la realidad es la historia»6. Algo estamos construyendo con la razón poética, con aquella que va más allá de la rima y la métrica, con aquello que adquiere el talante de episteme y de modo de comprensión del mundo, hasta de un «escuchar más atentamente»7, como indica G. Steiner. Por su parte y como dice la poeta Ada Salas, «de algún modo el poema subyace informe. La labor del poeta es hundirse en la cueva primigenia y alumbrar. Recorrer luego el estrecho pasadizo y rescatar a la idea de su sueño»8. Nuevamente, el carácter creador y organizador (sentido) de la poesía, es decir, un modo de ser humanos.
La razón poética aplicada al Sínodo supone la construcción (poiesis) de una identidad, de una representación del mundo, de una espacialidad —el camino— y de un modo de pensar (razón).
Junto con ello se podría reconocer una tensión constitutiva en el pensar poético aplicado al Sínodo, tensión que sería lo propio de la poesía. El camino cristiano reconoce que Jesús de Nazaret es el único camino (Jn 14,6) y que Él es el comienzo de todo camino sinodal, en cuanto camino comunitario de seguimiento discipular. Los que caminan, construyen y también reconstruyen el camino compartido son diversos (1 Cor 12,12-27).
En la cuestión poética, los modos de enunciación son plurales y polifónicos, se abren continuamente a otro decir. Hay una opacidad en el poema, al decir de Mario Montalbetti9. Esta opacidad la quiero entender a partir de la modulación de Jacques Derrida10. Para el filósofo argelino-francés, un texto no puede ser totalmente condescendiente con el lector; es decir, debe provocar una pregunta, un vacío o también una imposibilidad en el desentrañamiento de su sentido. Acontece, con ello, una crisis en el lector. Con esa no claridad del texto se da, al decir de Derrida, la emergencia de un espacio para un lector porvenir, es decir, se abre otra interpretación. El poema, por su misma constitución, no es una escritura cerrada, sino que está en apertura a otros sentidos en cuanto existen otros intérpretes y son esos otros intérpretes quienes continúan produciendo los sentidos del poema. En palabras de Derrida: «[el poema] destinado a sobrevivir en un proceso infinito a los desciframientos de cualquier lector venidero»11. Con ello, dirá Derrida, se activa el gesto de la hospitalidad en cuanto se da otra lectura, siendo la lectura una potencial «hospitalidad para el porvenir»12.
Abrir el espacio en la lectura del poema es inaugurar lo hospitalario y la potencia de la singularidad en cuanto producción de otro sentido a un texto, un acontecimiento o una práctica, en este caso, el Sínodo. El Sínodo, con ello, está llamado a ser un espacio eminentemente hospitalario, es decir, un lugar en donde todavía puede venir otro decir. Ahí radica la exigencia de la no-autoreferencialidad de la Iglesia. El Espíritu viene a ensanchar los lugares de enunciación y lectura del mundo, de la historia, de la iglesia, de los desafíos pastorales, etc. El Sínodo es la convocación para mirar juntos nuestra historia y nuestras misiones.
Con esto estamos expresando lo siguiente: proponer una lectura desde la poesía, desde el símbolo o desde un exceso de razón significa que reconocemos que el Sínodo —en cuanto producción o como situación en despliegue (de ahí su sentido poietico)— invita a que podamos leerlo desde otro logos, desde otro registro, en definitiva, que el camino sinodal, incluso con la sesión de clausura del Sínodo mismo, no habrá acabado. El Sínodo de algún modo es un poema que se continuará —y deberá continuar— interpretando porque se inserta en el corazón del desafío: la historia misma. Habría, con ello, una cierta singularidad en la confluencia de potencialidades sobre el Sínodo.
El camino sinodal, incluso con la sesión de clausura del Sínodo mismo, no habrá acabado. El Sínodo de algún modo es un poema que se continuará —y deberá continuar— interpretando porque se inserta en el corazón del desafío: la historia misma.
El escritor Benjamín Labatut denomina singularidad13 a la marca identitaria de la confluencia de energías y pulsos vitales que se activan con un acontecimiento. Si el Sínodo es un acontecer, es decir, una experiencia eclesial (en cuanto nos afecta y desafía), el Sínodo supone la presencia de determinadas singularidades, de pulsos vitales o de dinámicas que movilizan lo que en sí mismo es dinámico: el caminar. ¿Qué dinámicas se pueden reconocer en este proceso? ¿Cómo estas dinámicas ayudan a enmarcar la imagen del camino en cuanto simbólica y poética?
En primer lugar, el Sínodo supone el pulso del Espíritu que dinamiza y restaura, que crea y vuelve a crear (Gn 1; Sal 103: Jn 20), porque no podemos olvidar que estamos viviendo el Sínodo en pleno tiempo de crisis eclesial. El Instrumentum Laboris habla recurrentemente del Espíritu: dice que Él invita a la Iglesia a crecer en perspectiva sinodal, que él está hablando a las Iglesias (Ap 2,7) y que el Espíritu es el protagonista del Sínodo.
En segundo lugar, podemos pensar en el pulso y energía del sensus fidei que escucha y profetiza en el camino, creando otro relato, otro poema, otro decir desde el Espíritu y desde la participación de todos los miembros del Pueblo de Dios.
En tercer lugar, podríamos reconocer los pulsos de energía de la cultura, que es una trama en donde confluyen otros caminos, otras enunciaciones peatonales al decir de Michel de Certeau14. Con dichas enunciaciones peatonales, Certeau comprende que la topografía habitada de ciudades y pueblos se va creando gracias a los movimientos de los que se desplazan en esas mismas zonas habitadas. La Iglesia sinodal no es tal para sí misma, de manera exclusivista, sino que es tal en cuanto camina con las culturas y con ellas va creando nuevos caminos poéticos de humanización.
En otro texto, el mismo Michel de Certeau15 indica que el Espíritu (de Dios) y el espíritu (el alma o sentido de las instituciones) escapa de los grupos humanos cuando esas mismas estructuras se termina convirtiendo en «espectáculos desolados o en liturgias de ausencia»16. Se da un verdadero exilio —dice Certeau— cuando la arquitectura de las instituciones ya pierde su sentido de dar sentido. Lo más interesante es que ese Espíritu (en términos teológicos) no desaparece, sino que escapa para habitar «en otro sitio»17. El Espíritu continúa animando ya no en el centro sino en el límite. El Sínodo, con ello, supone también un desplazamiento, tanto en la simbólica del caminar juntos como en la capacidad de que ese mismo camino aprenda a desplazarse a través de otras rutas. Como dice el Instrumentum Laboris:
«En este contexto [el nuestro, el actual], variado, pero con rasgos comunes a nivel mundial, se ha desarrollado todo el proceso sinodal (…) Lo que está en juego es la capacidad de anunciar el Evangelio caminando junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, allí donde se encuentren, y la práctica de la catolicidad vivida caminando junto a las Iglesias que viven en condiciones de particular sufrimiento (cf. LG 23)».
A partir de estos elementos quisiera ofrecer algunas reflexiones desde la simbólica y de la poética del caminar, de manera de trazar algunas líneas en torno a la poética sinodal en vistas a la producción de un decir o de un pensamiento que ayude a seguir profundizando en el Sínodo.
En primer lugar, la idea del camino como sorpresa. David Le Breton en su Elogio de los caminos escribe:
«El descubrimiento del entorno puede hacerse en lugares grandiosos o anodinos; hasta los espacios más habituales en ocasiones revelan ser inesperados y abren caminos de sentido. Toda caminata, incluso en el barrio vecino, provoca sorpresa, nada nunca es dado al caminante, él siempre va por delante de sí mismo en la ignorancia de la provisión de memoria que acumula durante el camino»18.
El carácter de sorpresa es particularmente plástico en la comprensión del camino, pero precisa que el caminante tenga una disposición para ver en lo acostumbrado un chispazo de novedad. El Sínodo sobre la sinodalidad puede ser también un espacio de novedad, aun cuando en las décadas pasadas —desde 1965, Sínodo de los Obispos— se hayan dado otras experiencias sinodales a nivel universal. Si hay una apuesta explícita por ciertos temas dentro del Instrumentum Laboris o la orientación que el Sínodo brinda a las iglesias locales, ese camino compartido —que fue pensado en base a la novedad o a la renovación— también debe ser profundizado con ojos de asombro.
En segundo lugar, el carácter propiamente poético del camino sinodal. En estas reflexiones —en todo caso, muy provisionales— hemos mostrado que lo poético supone un modo de acercarse a la realidad, de organizarla y de mostrar cómo la pregunta por el sentido se puede articular a partir de otro lenguaje. Además, con M. Zambrano y A. Salas hemos visto que el poema habita en el fondo de la realidad y que en él se puede entender el proceso de creación. Si el Sínodo es poético, es porque él no está finalizado, sino que está en camino y que ese dinamismo móvil está abierto, incluso es incierto en el futuro. La Iglesia espera que el Sínodo suponga espacios de renovación, pero, paradójicamente, la esperanza supone también lo no acontecido, lo todavía por venir. Por ello es bueno que el Sínodo continúe siendo poético porque demandará de las comunidades cristianas una actitud de lectura, interpretación y construcción permanente.
En tercer y último lugar, la cuestión de que este camino que estamos recorriendo es un dique, o bien un brazo que sale de un camino anterior, es una huella que se abre, nos vincula con el pasado, con la Iglesia de santos, profetas y mártires, de hombres y mujeres que caminaron antes que nosotros. El poema abre caminos, no es monolítico, no es monolingüístico, no puede pretender cerrarse. Quien cierra el poema, lo termina destruyendo. El camino es poético porque es sorpresivo, porque tiene baches en el camino, porque nos hace tomar la brújula y recalcular el norte magnético, porque nos hace seguir caminando. El Sínodo poético abrirá nuevos caminos. Pero, en cualquier caso, eso será algo por vivir, por pensar y por poetizar.
Sobre el autor: [email protected] – https://orcid.org/0000-0002-2474-9185
* Presentación realizada en las x Jornadas de Teología de la Universidad Católica de la Santísima Concepción el 5 de septiembre de 2024.
1 J. Huizinga, Homo ludens (Madrid, Alianza editorial, 2012).
2 J. Huizinga, Homo ludens, 184.
3 M. Zambrano, Pensamiento y poesía en la vida española (Madrid, Biblioteca Nueva, 2004), 11.
4 M. Zambrano, Algunos lugares de la poesía (Madrid, Trotta, 2007), 61.
5 H.G. Gadamer, Poema y diálogo (Barcelona, Gedisa editorial, 2004), 148.
6 Zambrano, Pensamiento y poesía, 11.
7 G. Steiner, La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan (Argentina, Fondo de Cultura Económica – Siruela, 2012), 17. El mismo tiempo de preparación del Sínodo supuso la escucha atenta de la voz de las iglesias locales que, enviando sus respuestas a Roma, mostraron cómo las fisonomías propias de sus caminos pastorales y eclesiales son una episteme por escuchar y, en consecuencia, un texto que significa.
8 A. Salas, Alguien aquí. Notas acerca de la escritura poética (Madrid, Hiperión, 2005), 15.
9 M. Montalbetti, Sentido y ceguera del poema (Santiago de Chile, Hueders, 2018).
10 J. Derrida y M. Ferraris, El gusto del secreto (Argentina, Amorrortu editores, 2009), 47.
11 J. Derrida, Carneros. El diálogo ininterrumpido: entre dos infinitos, el poema (Argentina, Amorrortu editores, 2009), 37.
12 J. Derrida y M. Ferraris, El gusto del secreto, 47.
13 B. Labatut, La piedra de la locura (España, Anagrama, 2021), 30.
14 M. de Certeau, La invención de lo cotidiano 1. Artes de hacer (México, Universidad Iberoamericana – Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, 2007), 110.
15 M. de Certeau, La cultura en plural (Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2004), 26; C. Álvarez, “La fecundidad teológica del pensamiento de Michel de Certeau. Exploraciones en el contexto de la Iglesia chilena”, Teología y vida 63/2 (2022), 179-206. Dice Álvarez: “De hecho, nos invita [M. de Certeau] a dirigir nuestra mirada teológica a los lenguajes que todavía hablan en el corazón de la cultura: los lugares de resistencia y extrañeza, así como el lenguaje del hombre común y corriente con sus astucias y tácticas” C. Álvarez, “La fecundidad teológica”, 187.
16 M. de Certeau, La cultura en plural, 26.
17 M. de Certeau, La cultura en plural, 26.
18 D. Le Breton, Caminar. Elogio de los caminos y de la lentitud (Argentina, Waldhuter, 2014), 25.