El centenario de José Donoso: El autor y sus límites

Al cumplirse cien años de su nacimiento, recordamos algo de los mundos que conforman su literatura, que nos ofrecen una accidentada topografía literaria que exhibe zonas de realismo literario, imaginación desbordada, prosas perfectas y otras más vacilantes, en un marco de géneros diversos.

El 5 de octubre de 2024 se ha recordado el natalicio de José Donoso Yáñez y distintos programas académicos e instituciones han realizado homenajes de diversa laya, por lo cual hemos visto la opinión de quienes jerarquizan y proponen listados de primeros, segundos y terceros lugares dentro de sus obras. Sin embargo, quizás el mejor homenaje a Donoso sea volver a leer su obra de la manera más amplia, sin escabullir cumbres y simas. El propósito de este artículo es incitar la lectura de su inmensa creación literaria como descubriendo un mundo, como desempolvando memorias de un antiguo almacén.

Donoso nos ofrece una accidentada topografía literaria que exhibe zonas de realismo literario, imaginación desbordada, prosas perfectas y otras más vacilantes, géneros diversos, registros de procedencia periodística, novelística, testimonial y memorística, poemas de escasa densidad, y una vertiginosa relación con la lengua, que va desde la transparencia de la lengua cotidiana —el habla de las clases sociales—, pero sobre todo que se hunde en el habla de una comunidad, originada en torno al castellano viejo y de sus aprendices nativos. Donoso, tanto como novelista o memorialista, goza en el paladar la enunciación de palabras perdidas en la memoria de la infancia, esas palabras que decía una abuela de la que se tenía solo un par de viejas fotos en el álbum familiar.

PASIÓN ENFERMIZA Y DELIRANTE

Como escritor, el interés de Donoso por el lenguaje que será su lenguaje literario es el producto de una faena de conocimiento y descubrimiento. Lo deducimos de algunas de sus historias íntimas. Por ejemplo, mientras buscaba experiencias que forjasen su vocación de escritor, viaja a la Patagonia chilena para trabajar como obrero de una estancia ovejera. Pero en aquella estancia, lejos de forjarse un camino de aventuras y músculos testimoniales, entre tiempos robados al pastoreo, lee a Proust. Y consigue con ello una experiencia más significativa que la de haber pastoreado y jineteado en las llanuras australes. Para un escritor, como para los buenos lectores, la verdadera experiencia vital es la lectura, el encuentro con una lengua, con una familia de palabras asociadas a cada una de las voces de los autores que el lector va encontrando en su camino.

Como escritor, el interés de Donoso por el lenguaje que será su lenguaje literario es el producto de una faena de conocimiento y descubrimiento.

Con posterioridad, viajará a Princeton a estudiar literatura inglesa. Las aventuras de obrero en Buenos Aires y de pastor en el sur no proveen de las experiencias definitivas a alguien que lo que quiere es escribir, con la tensión dramática y la pasión a veces enfermiza y delirante con que lo hará en muchos de sus trabajos posteriores: El lugar sin límites (1966) y El obsceno pájaro de la noche (1970).

Donoso exhibe la vocación literaria que un sinnúmero escritores modernos poseen; esto es, que, una vez enterados y asumidos de su imposibilidad de obrar en el mundo de la vida práctica, imposibilitados de hacer algo distinto, que les permita vivir, que no sea la escritura, se abandonan a ella sin ya poder revertir un destino que se avisaba como fatalidad.

SUPERAR EL CRIOLLISMO

Diversas escenas de la vida cotidiana y de la vida en familia que se pueden conocer del escritor José Donoso se encuentran diseminadas en sus diarios, rescatados por especialistas y comentados por su hija y otras autoridades académicas, con posterioridad a su muerte. Algunos de sus textos narrativos remiten a puntos cardinales de su escritura, pero sin duda el libro escrito por su hija Pilar —Correr el tupido velo (2009)— resume, entre anécdotas y cartas, la vida frágil, la emoción quebradiza y el desquiciamiento alucinado que soterradamente se vislumbra en sus textos. Aun así, creo que nada de todo lo que podamos descubrir ahí, por más fiel que parezca ser su retrato, reemplazará la experiencia de leer la obra de Donoso como una inmersión en las honduras de una lengua tribal que permea todas sus incursiones escritas.

Un aspecto crucial del mundo narrativo del escritor santiaguino se puede encontrar en la voluntad de este, así como de varios de su generación, de superar el criollismo imperante en las letras nacionales. Esta tendencia, que hundía sus raíces en los modos literarios del realismo y el naturalismo europeos aclimatados a las selvas y llanos americanos, subrayaba la vida silvestre —la preeminencia del paisaje— como experiencia determinante en los modos de ser y de hacer de los americanos.

En Chile, el crítico literario, profesor y sacerdote francés Emilio Vaïsse, quien firmaba sus escritos como Omer Emeth, había sido un férreo impulsor de una literatura de carácter nacional, donde el protagonista fuese el paisaje como marca identitaria, determinando el carácter de los personajes en una relación de determinismo. Sus acólitos imperaron por décadas en las provincianas letras chilenas, con algunas contadas excepciones que tuvieron una ardua lucha por hacerse de un lugar entre editores y lectores. Más de alguno debió sufrir algún tipo de ostracismo cuando sus propuestas creativas no se arrimaban a estos dictados. Pero tras el largo imperio de este nativismo, es en la generación de medio siglo —1953 es un año clave, en el que se encuentran Donoso, Edwards, Lihn, Giaconi, Lafourcade y muchos más—, donde se comienza a forjar la ruptura, iniciada en gran medida por algunos autores del 30, como el trascendental Carlos Droguett. Por lo general, el criollismo traduce la visión de mundo de los terratenientes respecto de un mundo tosco, iletrado y bárbaro que resulta desgraciado e indómito a los ojos de un criollo tradicional, de hablar puntilloso y desconfiado. Estos modelos literarios se encarnaban en los nombres de Díaz Garcés, Rafael Maluenda, Mariano Latorre y un largo etcétera que alcanza a Marta Brunet, pasando por Luis Durand y Eduardo Barrios.

En alguna medida, Donoso escribe como ellos, pues su «método» narrativo no difiere en lo fundamental; pero paulatinamente comenzará a escribir a contrapelo de esa perspectiva y pasará a forjar una lengua donde, sin que falten «chilenismos» y localismos, aparecerá una mirada escéptica y un modo narrativo complejo que se distanciará poderosamente de la tradición criollista. Su lengua literaria no renunciará al chisme, la copucha, al corrillo, a las hablillas, a las letanías campesinas, a las palabrotas y las palabras que nos hacen reconocibles dentro de una tribu que hunde sus raíces en la colonia y en el mestizaje, en la prepotencia patronal y el servilismo del inquilino, en la cerviz aquiescente y en el látigo del capataz. Es decir, en las raíces del odio, el resentimiento y en la convivencia de fonda y de prostíbulo de un Chile que se nos ha ido pulverizando.

EL DOBLE FONDO DEL HABLA DE CHILE

Entre los primeros relatos de Donoso, quisiera sugerir aquellos de los años 1955 y 1960, es decir, entre Veraneo y otros cuentos, Coronación y El charlestón, un núcleo temático que se amplificará en el resto de su obra. En «China» —uno de sus relatos—, Donoso comienza su trabajo de restitución del mundo fragmentado de la infancia en una casa de la burguesía santiaguina. Hasta ese momento no encuentra sentido en la vida recluida y segura del orden familiar, encabezado por un padre que, hierático e indiferente, lee en la comodidad de un sillón a la vez que indiferente al mundo que se revela en China. China es la calle San Diego, la calle de los olores y los colores, los brillos y los misterios que la casa paterna no ofrece. A partir de allí, Donoso abre mundos clausurados a los ojos de sus lectores, ofreciéndolos como se le aparecen a él, a los ojos de un niño que ve en el mundo de la vida de fuera de sus muros el origen de la vida, el movimiento y la curiosidad. Mundos sexualizados, erotizados, sombríos y herrumbrados, que muestran los encantos de sudores y aromas, de prostíbulos y lechos populares, en contraposición con el impoluto hogar burgués. La desdeñosa designación de China, que la madre da al mundo de los otros, al mundo popular, es un emblema que perdurará en la literatura de Donoso como eje de atracción de lo distinto y diverso. A veces, como es el caso de «China», en un plano más realista, a veces, despegando de la representación tradicional a cambio del delirio imaginativo. Allí, en China, está el despliegue de las alas que alzará el vuelo de Donoso.

Los excesos y la locura, la dominación ejercida entre las clases, una por la vía del poder económico y otras por los poderes del deseo, muestran una sociedad cruzada en distintas direcciones por el erotismo travestido, haciendo del fundo o los crepusculares poblados de la zona central de Chile, anuncio de un presente dislocado. Permanece el escenario de la tradición criollista hasta el cansancio, pero ahora como espacio de transgresión y transformación, de insurrección contra la figura del patrón pérfido que ha comprado las almas de sus empleados para mal de su propio linaje. Ese mundo desplegado a partir de El lugar sin límites (1966) será una de las marcas de toda la escritura de Donoso.

Si los escritores nativistas representaban el mundo popular como un ello distante y bárbaro, Donoso lo hará bajo el signo de la seducción de lo otro, descorriendo el tupido velo que el clasismo chileno quisiera ocultar bajo los ademanes de la caridad y las buenas maneras. El mundo literario de Donoso nos incita a descubrir el luciferino mundo de las ancianas que sin esconder su bondad caritativa explotan de por vida a las nanas que crían a sus hijos, alimentan a sus esposos y riegan hasta morir el antejardín de la casona familiar.

El mundo literario de Donoso es esférico, no se le puede conocer solo desde un plano geométrico. Leerlo es descubrir el doble fondo del habla de Chile, de sus proliferaciones lingüísticas mundanas y de la sal que quema sus heridas nunca suturadas.

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