Desde las primeras décadas del siglo XX, la exploración y estudio del sitio arqueológico El Olivar han ido entregando evidencias que permiten reconstruir parte del mundo prehispánico de la región de Coquimbo. Ubicado unos 2 kilómetros al norte de La Serena y con una extensión que se estima en 35 hectáreas, ese lugar ha guardado los vestigios de comunidades que lo habitaron de manera continua a lo largo de siete siglos, entre los años 800 y 1500 de la era cristiana.
Objetos domésticos, ceremoniales y de trabajo recuperados en esa área han ido dando cuenta de las culturas que allí se asentaron. Actualmente integran una exposición que se presenta en el Centro Cultural La Moneda y que fue organizada en conjunto con el Museo Arqueológico de La Serena, donde se conserva esa colección de piezas.
La muestra cuenta la historia de El Olivar, un asentamiento cuyas primeras referencias aparecieron en el libro Los aboríjenes de Chile (1882), del investigador e historiador José Toribio Medina, según comenta Ángel Durán, director de ese museo de la IV Región. Medio siglo más tarde fue el arqueólogo autodidacta Francisco Cornely quien hizo que se ampliara el conocimiento sobre el sitio, gracias a una serie de excavaciones en las que recuperó, sobre todo, artículos de alfarería.
Los pueblos que se instalaron en la zona son definidos como agroalfareros, aunque también practicaron —en menor medida— la caza y la recolección, precisa Durán. La primera de esas sociedades fue El Molle —de cuya presencia dan testimonio los conchales encontrados—, a la que siguieron Las Ánimas y los diaguitas.
«Se considera que Las Ánimas fue un complejo cultural intermedio», explica Durán.
Sin embargo, aunque convivan en él las herencias de tres sociedades precolombinas, El Olivar es considerado el sitio arqueológico más importante de la cultura diaguita, que surgió alrededor del año 1000 d. C. y se extendió por los valles de Elqui, Limarí y Choapa. La exhibición está centrada en las marcas que esa comunidad dejó en el punto serenense (aunque también se exhiben algunas piezas de Las Ánimas, donde estuvieron sus precursores), en el que han sido hallados tanto depósitos de basura como espacios habitacionales y de quehacer doméstico, al igual que una necrópolis, la de mayores dimensiones que se conoce hasta ahora.
Vasijas —algunas de ellas, antropomorfas—, anzuelos, herramientas textiles y de caza reflejan la vida ancestral de ese pueblo originario, cuyo legado llega hasta hoy en expresiones como la música y la alfarería. «La esmerada elaboración de cerámica —cumbre de un arte geométrico de sobresaliente belleza—, así como la cuidada ornamentación de los objetos utilitarios (espátulas, torteros, pendientes e instrumentos musicales de piedra, hueso y madera, entre otros), sugieren el despliegue de una vida intelectual muy desarrollada», escribe la arqueóloga Paola González acerca de los diaguitas en un documento que revisa la evolución e implicancias de El Olivar y que está disponible en la página web del Museo Arqueológico de La Serena.
La profesional encabezó el rescate emprendido en ese sitio en 2015, un año después de que la construcción de una doble vía entre La Serena y Vallenar dejara al descubierto una serie de osamentas humanas (que no se exponen al público) y también animales de la época prehispánica. Ese hallazgo obligó a suspender los trabajos de la obra vial en un área determinada y derivó en excavaciones que posibilitaron la recuperación de un material invaluable que aún es motivo de análisis y que, por lo tanto, no ha sido incluido en el montaje del Centro Cultural La Moneda, explica Ángel Durán, que ilustra la relevancia que tiene ese emplazamiento con la mención de una placa de bronce que sí puede verse en el recorrido.
El Olivar ha despertado no solo el interés de investigadores a través del tiempo, sino también la codicia: numerosas son las excavaciones clandestinas que han alterado y puesto en peligro el lugar.
«Esa es una pieza que fue decomisada a comienzos de los años cuarenta a un saqueador, un hecho que da cuenta de la exuberancia del asentamiento», dice.
En efecto, El Olivar ha despertado no solo el interés de investigadores a través del tiempo, sino también la codicia: numerosas son las excavaciones clandestinas que han alterado y puesto en peligro el lugar, también amenazado por el crecimiento urbano.
«Este es un espacio único, porque hay en Chile otros lugares donde puede observarse la presencia de más de una cultura, aunque de manera separada. Esta es un área de 35 hectáreas, una enorme superficie, y tiene la importancia que puede atribuirse a todo lugar de este carácter: muestra la ocupación del territorio de poblaciones ancestrales y es, entre comillas, la escritura con la que contamos para reconstruir la historia de esos pueblos que permanecen en el subsuelo», afirma.