Catalogada por The Washington Post como una de las mejores películas que se han exhibido este 2024, entraña una advertencia sobre lo que ocurre cuando se desata la violencia fratricida.
Quien quiera salvar su vida, la perderá;
Quien quiera perder su vida, la ganará.
Será muy difícil que 2020 nos deje de penar. Aunque al parecer hayamos sorteado con éxito desentendernos de él, nada borrará que ese año habitó entre nosotros una epidemia que propagó la muerte masiva por los continentes; no se había inventado la vacuna para una enfermedad que tampoco existía. No ser inmunes fue una experiencia que la humanidad había olvidado.
El 2020 fue, también, un año perturbador en Estados Unidos, la convivencia entre sus habitantes enfrentó la amenaza real de ser dinamitada. Moría George Floyd en Mineápolis, asfixiado por un policía que se ensañó con él por el color de su piel, sacudiendo la conciencia del racismo que se había negado a morir. Por ello, se proclamó sin titubear que la vida de los negros importa, Black Lives Matter. Al mismo tiempo, una parte importante de ese país, disconforme, quería que América volviera a ser grande, apostando por un segundo mandato de Donald Trump, mientras la otra veía en Joe Biden una esperanza de una sociedad mejor.
Todas esas fuerzas chocaron en una de las campañas presidenciales más polarizadas de las que se tenga memoria, que mantuvo en vilo a la política internacional. Hubo enfrentamientos armados en distintas ciudades de la nación norteamericana, teniendo por colofón el asalto al Capitolio en enero de 2021. En ese escenario, el inglés Alexander Garland concibió, maduró y comenzó a escribir el guion de Civil War, catalogada por The Washington Post como una de las mejores películas que se han exhibido este 2024.
Guerra Civil es una película fuerte, adrenalínica. De alto impacto emocional, deja con el corazón en la mano por la historia que narra, la forma de contarla y un inusual diseño de sonido que nos sume en el sonido ensordecedor de las armas disparando a matar.
Dirigida por el propio Garland, se estrenó en Chile el pasado 18 de abril (y se ha anunciado que aparecerá en alguna plataforma en las próximas semanas). Autor de Ex Machina y Big Game, entre otras, la ciencia ficción era lo suyo, resultando ese género una escuela cinematográfica única para dirigir su primera cinta bélica. Garland quería que los espectadores sintieran los estragos de un conflicto armado entre compatriotas, no la alegoría de aquel, plasmada en sucesos fantásticos de mundos inexistentes.
Con pocas escenas de combate en frente de batalla, sin embargo, el film entraña una visión descarnada sobre la precariedad de la existencia cuando se desata la violencia fratricida, que de una manera u otra fue incubada por quienes integran la sociedad que ahora se bate a muerte.
En un distópico futuro a la vuelta de la esquina, la guerra civil se ha instalado nuevamente en suelo estadounidense. Las tropas de las secesionistas California y Texas, bajo la común bandera de las Fuerzas Occidentales, avanzan a paso rápido hacia la capital de una federación de estados que se ha desmembrado.
Entretanto, en una Nueva York sumida en la escasez y rozando la anarquía, un par de periodistas freelance decide ir al corazón de las tinieblas.
Cada cual con su propia motivación y cada uno con las secuelas de la vida que ha llevado, inician el viaje en carretera hacia Washington D.C. Lee Smith (Kirsten Dunst), una fotógrafa de renombre perseguida por los recuerdos de las atroces muertes que ha retratado para Reuters, y Joel (Wagner Moura), un reportero ambicioso, lunático, que va tras la exclusiva de entrevistar al aún presidente de los Estados Unidos de América, amenazado por el fuego que abrirán contra la Casa Blanca las Fuerzas Occidentales, situadas a pocos kilómetros del Potomac.
A regañadientes, aceptan que se les unan en su ruta a la hoguera un veterano periodista de lo poco que queda del New York Times y una novata fotógrafa iniciándose en la vida adulta. Sammy (Stephen McKinley Henderson), un avezado corresponsal de conflictos armados que no se resigna estar al margen, y Jessie (Cailee Spaeny), una joven amateur que admira profundamente a Lee.
Los actores y las actrices que dan vida a este drama dan el tono que exigen sus personajes, cada uno de ellos con su propio conflicto bélico en el alma, cuyos arcos evolucionan en una progresión sin baches. A su vez, el montaje de la película es preciso; la fotografía, sobresaliente; y el soundtrack es alucinante. Guerra Civil da pie a profundas contrariedades y reflexiones. Las imágenes dan cuenta de la inconmensurable devastación que deja tras sí la destrucción de la paz, que se retrata quirúrgicamente en la pantalla. La película muestra la letalidad de la guerra, valiéndose también del silencio de las cámaras fotográficas que documentan la crueldad y la violencia sin límites.
El road movie de Alex Garland es un metraje complejo. No se detiene solamente en la aniquilación de la vida, también se sirve del trayecto para sumergirnos en el itinerario de la disociación causada por la violencia y el trauma, que trastorna a víctimas y victimarios, así como a los que son arrojados a la guerra o devorados por esta. Vivir o morir se transforma en una frivolidad rutinaria en un mundo beligerante abocado a cumplir el deber de matar, cuyas consecuencias marcan la suerte de quienes sobreviven o pierden la vida en la guerra.
Pero Guerra Civil también es el itinerario en sordina del anverso de aquellas disociaciones humanas, de la ruta que nos vuelve personas, que nos lleva a recobrar el sentido de las emociones entre quienes se han inmunizado a ellas para así documentar fríamente el despliegue de la guerra. El precio de recuperar la humanidad es alto, supone darle cabida al terror de morir, supone liberar el instinto de cuidar la vida de quien nos acompaña, a riesgo incluso de perder la propia vida, pues —nos deja entrever la película— perderla también es ganarla.
El precio de recuperar la humanidad es alto, supone darle cabida al terror de morir, supone liberar el instinto de cuidar la vida de quien nos acompaña.