Immanuel Kant: Filósofo de la razón, de la libertad y de la dignidad humana

A 300 años de su nacimiento, podemos afirmar que el filósofo alemán tiene con nosotros y con el presente una relación profunda, mientras nos invita a un pensar desprejuiciado y a un buen uso de nuestra libertad.

El nombre de Immanuel Kant se sigue escuchando muchas veces y de diversas maneras. Es un nombre sin duda conocido y estudiado en los ámbitos de la filosofía, las ciencias políticas, el derecho y las humanidades en general. A veces lo leemos en los periódicos o lo escuchamos en boca de analistas, periodistas, abogados, políticos, hombres y mujeres, en fin, que buscan, de una u otra manera, indicar que lo que proponen o afirman posee una base filosófica sólida. Por cierto, no es raro escuchar que los que leen o han leído a Kant comparten las mismas dificultades fundamentales: es un autor difícil; sus textos son complejos; se enfrenta a temáticas muy variadas con un espíritu sistemático que muchas veces cuesta comprender a cabalidad.

Pues bien, más allá de esta realidad, hoy, a 300 años de su nacimiento, podemos afirmar que, con todo, Kant con nosotros y con el presente en el que vivimos tiene una relación especial, incluso profunda, que va más allá de la sola interpretación académica y también de las imágenes superficiales que podamos hacernos de este filósofo de la Ilustración.

Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724 en la localidad prusiana de Köningsberg (actual Kaliningrado, Rusia), donde también falleció en 1804. Si bien Kant ejerció, a lo largo de su vida, una importante labor intelectual y académica (nunca más allá de 150 Km. de su pueblo natal), lo fundamental de su pensamiento, por el que es hasta hoy conocido, se despliega lentamente, en la madurez de su vida, a partir del año 1770, cuando publica su tesis Sobre la forma y los principios del mundo sensible y del inteligible, que le permitió asumir como profesor de lógica y metafísica en la universidad de su ciudad natal. Sin embargo, después de este punto de partida, fueron necesarios once años de silencio para que, recién en 1781, a los 57 años, publicara su primera gran obra: la Crítica de la razón pura. Es entonces tarde, tanto en su vida como en el transcurso del importante siglo XVIII, cuando acontece lo que podríamos llamar la «revolución kantiana» de la filosofía y del conjunto mismo de la obra de su autor. Con esto Kant inaugura un nuevo modo de pensar, planteando, de una manera radicalmente novedosa, las preguntas tradicionales de la filosofía: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar?

No nos detendremos mayormente en la elaboración de una semblanza ni en un resumen de sus ideas principales. Para eso, son muchos los lugares a los que se puede recurrir, aun cuando la calidad de la información y de la documentación es muy variada. Para una mirada de conjunto, recomendamos el sitio de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española (SEKLE: www.sekle.org), con varios vínculos de interés, y la página Kant 2024, especialmente preparada para este tricentenario por la Sociedad Académica de Filosofía de España (kant2024.org), que recoge algunas de las principales actividades de este año en todo el mundo. En Chile, conviene destacar el trabajo realizado durante años por Roberto Torretti y, en especial, su obra Manuel Kant: Estudio sobre los fundamentos de la filosofía crítica (1967), la que puede considerarse aún uno de los mejores estudios en lengua castellana sobre la filosofía de Kant, como recordamos hace unos años en esta misma revista1.

Lo que aquí pretendemos es responder, en parte, una pregunta: ¿Qué le debemos hoy a Kant? La que, por cierto, puede declinarse de otras maneras: ¿Por qué se sigue enseñando a Kant en los currículos universitarios de filosofía o derecho, o en cursos diversos de ética? ¿Por qué nos ha parecido bueno que un espacio como este visite, en parte, su pensamiento? Los tres verbos de las preguntas más arriba mencionadas, que sintetizan, como dice el mismo Kant, todo el interés de la razón, pueden ayudar a esbozar nuestra respuesta: saber, hacer y esperar.

SABER: LA IMPORTANCIA DE PENSAR POR SÍ MISMO

Entre la valiosa herencia que Kant deja al mundo contemporáneo, un aspecto fundamental radica en el hecho de haber promovido la causa ilustrada de una manera concisa y certera: la ilustración consiste en que el ser humano se atreva a pensar por sí mismo. Pero no de cualquier manera, sino poniendo especial atención a dos peligros que acompañan desde siempre nuestra relación con el mundo y con la vida: el peligro de dejarse llevar irreflexivamente por prejuicios o por las supuestas certezas científicas y dogmáticas que se han ido imponiendo a lo largo de la historia (lo que, a la larga, destruye la razón, sometiendo el pensamiento a ideas fijas), o el peligro de inclinarse a un pensar desarticulado, sin vínculos con el mundo real ni con la comunidad humana a la que pertenecemos (lo que, a la larga, deja a la razón aislada de todo, inerte y sin posibilidades de desarrollarse). Atreverse a pensar por sí mismo o tener la valentía de saber (sapere aude!), como anota en un artículo que lleva por título «¿Qué es la Ilustración» (1784), implica un compromiso serio con nosotros, con la humanidad y con nuestro presente. Es, en el fondo, plantearse en profundidad la pregunta por todo aquello que permite que estemos pensando, conociendo o aprendiendo, pero siendo a la vez conscientes de que no podemos todo, que tenemos límites que obligan, precisamente, a delimitar la experiencia que hacemos del mundo y de nosotros mismos, a fin de determinar objetivamente aquello que es más universal y que mejor nos vincula con otros seres humanos. Pensar por sí mismo es, en suma, un llamado al pensar desprejuiciado, consciente de los propios límites y abierto al pensar de otros.

HACER: EL DEBER DE HACER UN BUEN USO DE NUESTRA LIBERTAD

Ahora bien, nuestra relación con el mundo y, por lo mismo, nuestro afán de saber cómo es, de conocer y de manipular la naturaleza, está profundamente anclado en un deseo. Deseamos saber, conocer el mundo y al mismo tiempo actuar sobre él, descubriendo leyes, construyendo conceptos e inventando instrumentos. Nuestra vida se mueve por esa voluntad que, al mismo tiempo, en su acción, pone día a día en juego nuestra libertad y sus consecuencias. Para Kant, el pensamiento es ya una forma de acción, incluso si es la mente la que actúa y no el cuerpo. Sin embargo, en la medida que esta acción se produce, se va, a la vez, determinando o limitando el campo de esa libertad espontánea que todo ser humano defiende para sí y proclama para los demás. Por lo mismo, el ejercicio de nuestra libertad no puede estar fundado ni sobre una antropología en particular, ni, en general, sobre la experiencia contingente que hacemos del mundo. Hay límites que universalmente deben circunscribir nuestro margen de acción. Por lo tanto, a la pregunta ¿qué debo hacer?, la naturaleza humana no puede dar una respuesta adecuada o sin equívocos, pues ella misma se ve condicionada por el mundo que determina.

La idea de la libertad como autonomía, forjada por Kant, es otro de sus legados más importantes. Para él, la libertad es posible y es fruto de una voluntad autónoma, cuyo principio consiste precisamente en una ley que ella se da a sí misma, independiente de la materia o de cualquier objeto deseado; y que, a la vez, se sostiene en una máxima que vela por la libertad y por el reconocimiento de esta misma condición en toda la comunidad humana. De esta manera, Kant, al hablar de libertad, no busca defender el libre albedrío ni tampoco establecer una moral determinada, sino que intenta sentar las bases que nos permitan reconocer la validez de la moral o de las morales que hoy configuran el universo ético donde vive y se desarrolla la humanidad en su afán de libertad. Obra siempre, nos dice Kant en la Crítica de la razón práctica (de 1788), según una máxima que puedas querer, a la vez, que se convierta en una ley universal.

No busca defender el libre albedrío ni tampoco establecer una moral determinada, sino que intenta sentar las bases que nos permitan reconocer la validez de la moral o de las morales que hoy configuran el universo ético donde vive y se desarrolla la humanidad.

Nuestras decisiones y acciones moralmente relevantes, por tanto, siempre deben cumplir al menos con esta exigencia que nos saca del interés privado y nos obliga a ampliar nuestra mirada a la humanidad en su conjunto. La idea moderna de la dignidad humana surge de esto: hay ahí un límite que nunca debe ser sobrepasado.

ESPERAR: ¿CÓMO ENLAZAR CONOCIMIENTO Y VOLUNTAD; NATURALEZA Y LIBERTAD?

Nuestro deseo de saber dónde estamos y de abrirnos al futuro implica el hecho de que el mundo de la naturaleza (el mundo conocido) y el mundo de la libertad (el terreno de la voluntad y de la acción moral) puedan, de alguna forma, vincularse. Ese es el desafío que asume Kant, casi diez años después de la Crítica de la razón pura, en la Crítica de la facultad de juzgar (1789). En cierto modo, Kant no puede concebir que el hecho de conocer y de manipular la naturaleza, de determinar objetos y construir conceptos universales, pueda clausurar el mundo en un mundo «conocido» y, por ende, anular el ejercicio de la libertad humana. Para ello, en esta nueva parte de su indagación, Kant necesita también preguntarse por ese lugar que, en el seno mismo de la razón, libre de todo vínculo con los objetos y con el mundo conocido, permite que el conocimiento y la libertad puedan vincularse.

El interés de Kant es sin duda un interés racional (científico-técnico), pero también razonable y se podría resumir en dos importantes focos de interés: primero, que el conocimiento no quede estancado, que pueda avanzar, que la ciencia siga haciendo su trabajo de comprensión de la naturaleza; segundo, que el ser humano, tanto el individuo como la humanidad en su conjunto, pueda seguir ejerciendo su libertad, tanto en el terreno de la acción cotidiana, como en el ejercicio del pensamiento y de la reflexión. En efecto, para Kant, la esfera de la naturaleza y la esfera de la libertad, la del mundo sensible y la del mundo moral inteligible, están destinadas a unificarse. La libertad, por lo tanto, tiene que aparecer y expresarse en el mundo sensible. Y, para ello, hay un lugar de solución y de unificación; es lo que, en primera instancia, Kant reconoce como la belleza, un sentimiento de placer que brota en el corazón mismo de nuestro ejercicio de percibir y pensar, y que, en definitiva, postula el principio que orienta el conjunto de la vida y de la actividad humana: todo lo que está a nuestro lado, todo lo que hemos conocido, todo lo que seguimos conociendo, toda nuestra acción en esta tierra y en esta sociedad en la que vivimos, es conforme a un fin que está, a la vez, más acá y más allá de todo lo conocido y que orienta la vida humana en el deseo de poder alcanzarlo. La belleza que podemos experimentar ante la naturaleza o la sublimidad que podemos sentir ante su grandeza, son indicios, para Kant, de una suerte de feliz coincidencia entre el mundo de la naturaleza y el mundo de la libertad. No hay nada más bello que la figura humana, sugiere Kant, y nada hay más digno que el ser humano. Los pensamientos que pueden despertar estas experiencias —concluye nuestro filósofo— nos pueden dar la esperanza de habitar un mundo más humano, respetuoso y razonable.

NOS COMPETE A TODOS

En definitiva, más allá de sus investigaciones y de sus propias posturas (muchas de ellas hoy cuestionables), Kant nos sigue enseñando que la filosofía es un asunto que compete a todos los seres humanos; no es la postura del sabio o el dominio del especialista, aun cuando el filósofo formado es quien sabe llevar adelante el ejercicio filosófico; es un asunto que compete a todos y que procede del fondo de nuestra experiencia en el mundo.

1 Ver Mensaje, noviembre de 2011, pág. 42.

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