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La ausencia del cuerpo de Jesús en el sepulcro, las emociones marcadas por el terror y la conmoción o el desconocimiento del Jesús Resucitado constituyen los espacios en los cuales el cristianismo verifica su eminente sentido interruptor. Dios se hace presente en el devenir histórico mediante puntos impensados y la paradoja de la muerte, en medio de la pregunta por el sentido y su crisis constitutiva, a través de las sombras de la cruz y las primeras luces del domingo de Pascua.