El autor y activista chino presenta, por primera vez en Chile, una exposición que reúne trabajos de distintos formatos y técnicas, y que da cuenta de los grandes temas de su obra, marcada por la denuncia y el propósito de integración.
Han pasado ocho años desde la primera vez que el brasileño Marcello Dantas intentó traer a Latinoamérica la obra de Ai Weiwei. Con la idea de presentar en su país una gran exposición que diera cuenta de la trayectoria del artista, el curador viajó el 2010 a China, pasó unos días con el autor y juntos esbozaron un proyecto de exhibición. Pero el plan de ambos hombres se vino abajo cuando, el 2011, Ai Weiwei, a esas alturas un reconocido y hostigado disidente, fue encarcelado por casi tres meses en una prisión secreta bajo el cargo de evasión de impuestos.
Al salir en libertad, Ai Weiwei trabajó durante más de un año en una serie de dioramas que representan sus días en cautiverio y que estrenó el 2013 en Venecia. El conjunto de maquetas —que recrean, a escala, la humillante vigilancia a la que era sometido mientras dormía, comía o se duchaba— se convirtió en una de sus creaciones más famosas, lo que era predecible, considerando su estatus de celebridad artístico-política.
«Él es una de las figuras más emblemáticas de nuestro tiempo. Tiene una talla comparable a la de Andy Warhol», dice Marcello Dantas, quien una vez que el autor recuperó su pasaporte, confiscado desde su reclusión, volvió a plantearle su deseo de que expusiera en nuestra región. Esta vez su proyecto incluyó tres ciudades del Cono Sur —Buenos Aires, Santiago y Sao Paulo— y derivó en una muestra que consta de más de treinta obras y que se titula «Inoculación». El nombre refleja el propósito del arte de Ai Weiwei, que es involucrar a la comunidad e influir en ella, según explica el curador, quien pronto viajará a Chile para montar la exhibición en Corpartes, donde se inaugura el 27 de abril. «Él es uno de los pocos artistas que, de manera brillante, ha tendido un puente entre las culturas de Oriente y Occidente», afirma.
«Inoculación» —ya vista en Argentina— es una especie de retrospectiva del autor y activista chino, nacido en Pekín en 1957. Hijo del poeta Ai Qin, que fue perseguido por el Gobierno en la época de la Revolución Cultural, estudió cine en la capital y luego emigró a Estados Unidos, donde vivió entre 1981 y 1993, la mayor parte del tiempo en Nueva York. Allí se formó en el diseño, a sobrevivir como retratista y a establecer vínculos con escritores y otros artistas locales.
«Ai Weiwei ya cumplió 60 años, pero su carrera no tiene ni 20, porque cuando volvió de Estados Unidos a China permaneció seis años sin hacer nada; solo visitaba anticuarios y estudiaba las técnicas de la artesanía en madera y porcelana. Esa tradición se encuentra en cada átomo de su obra. Bueno, de él puede decirse que es un joven artista de 60 años, porque su visibilidad empezó a generarse recién hace poco más de una década», comenta Dantas.
ACTIVISMO SIN FRONTERAS
Su producción, por otro lado, es tan diversa como sus propias vivencias y su formación. Abarca el video, la performance, la escultura y la instalación. Si bien en la actualidad reside en Berlín y se le ha prohibido exponer en su país, hay una gran obra pública en la que su sello está presente: el Estadio Nacional de Pekín, construido para los Juegos Olímpicos del 2008. Ai Weiwei, quien colaboró en su diseño, no era entonces considerado un enemigo del Estado por las autoridades, calidad que se le atribuyó a partir de ese año por denunciar, a través de su blog, la corrupción, los abusos del poder y el ocultamiento de información asociados al terremoto de Sichuán.
«Pero su activismo no se limita a China ni a la opresión. También le importan la tradición, el rol de la mujer, la relación del hombre con la naturaleza y los animales, y los refugiados», precisa Dantas. Sobre este último tema, Ai Weiwei ha dicho que no hay crisis de refugiados, sino «una crisis humana» y que en el enfrentamiento de ese problema «hemos perdido nuestros valores básicos».
El artista ha abordado ese gran conflicto en diferentes trabajos, dos de los cuales forman parte de su exposición en Santiago: «Law of the journey», una gigantesca réplica, en PVC blanco y negro, de una balsa que a bordo lleva 258 figuras sin rostro, y «Safe passage», una instalación compuesta por miles de chalecos salvavidas originalmente usados por refugiados que llegaron a la isla de Lesbos. Estos objetos cubrirán las columnas del Archivo Nacional (Miraflores 50) desde fines de mayo (la exhibición de Ai Weiwei también contempla el despliegue de obras en diferentes puntos de Santiago).
«Law of the journey» es parte de la selección que ofrece Corpartes, al igual que «Forever bicycles» —una estructura armada con más de mil bicicletas—, un tríptico fotográfico en el que deja caer al suelo una urna de la dinastía Han y «Sunflower seeds», una de sus piezas más emblemáticas, expuesta el 2010 en la Tate Modern de Londres. La integran cien millones de semillas de maravilla hechas en porcelana por artesanas de un pueblo chino que trabajaron dos años en su elaboración.
«Esa obra es un gran ejemplo de inoculación, de la intención que tiene Ai Weiwei de contagiar el entorno con su arte. Ese trabajo cambió la realidad de esas mujeres, les dio protagonismo a sus vidas. Ai Weiwei es un transformador social», comenta Dantas. MSJ