Lo que guardan las cámaras de cajón

Este mes se estrena la serie documental La promesa del minuto, que en doce capítulos reconstruye la centenaria historia de un oficio que llevó la fotografía al espacio público y que hoy se encuentra casi extinto.

Más de alguna vez, a Luis Maldonado le han sugerido que —con el propósito de ofrecer imágenes que vayan con los tiempos— oculte una cámara digital dentro de la cámara de cajón con la que lleva más de treinta años trabajando en la Plaza de Armas. Pero él, uno de los escasos exponentes de la fotografía minutera que sobreviven en Chile, se niega sin pensarlo. Si siguiera ese consejo, cree, se perderían la nostalgia, la magia y la tradición que encierra ese oficio, que en nuestro país surgió hace poco más de un siglo y se encuentra actualmente casi al borde de la desaparición.

Miembro de una familia que empezó a cultivar esa tradición en la década de los años cincuenta en el balneario de Cartagena, Maldonado es uno de los protagonistas de la serie documental La promesa del minuto, que en doce capítulos reconstruye la historia de ese quehacer en nuestro territorio.

Disponible desde este mes en una plataforma digital homónima (https://n9.cl/0e54q), la producción aborda numerosas aristas de una práctica que nació cuando el avance tecnológico de fines del siglo XIX permitió incluir el laboratorio dentro de la cámara y los fotógrafos pudieron salir del estudio para recorrer lugares públicos. «Es un cuarto oscuro, pero en miniatura», precisa Maldonado, cuya labor está respaldada por una antigua patente que heredó de su abuelo.

Ese paso masificó y democratizó el acceso a la fotografía. Gente de diferentes procedencias socioeconómicas tuvo entonces acceso a retratarse durante un paseo de domingo al parque o a la plaza, unas vacaciones en la playa, un viaje del campo a la ciudad o una celebración ciudadana. Esos ambientes y ocasiones han marcado la trayectoria de la foto minutera, según se relata en el episodio dedicado al tipo de público vinculado a este oficio, que empezó a decaer sostenidamente en los ochenta: en la actualidad, no son más de tres los exponentes tradicionales que pueden encontrarse en todo el país.

Gente de diferentes procedencias socioeconómicas tuvo entonces acceso a retratarse durante un paseo de domingo al parque o a la plaza, unas vacaciones en la playa, un viaje del campo a la ciudad o una celebración ciudadana.

«IMPULSAR EL RESCATE DE LA FOTOGRAFÍA MINUTERA»

La promesa del minuto —dirigida por Luis Parra y relatada por el actor Luis Dubó— es un intento más por rescatar esta disciplina e impedir que muera. Con contenidos que abordan la experiencia de Luis Maldonado y otros fotógrafos, así como la presencia femenina en esa tradición, la relación de la disciplina con el registro de la muerte y el valor de la colección que conserva la Biblioteca Nacional, la serie fue realizada por un equipo que incluye a Íñigo García y Octavio Cornejo.

El primero, responsable del guion, cuenta que se interesó en el tema desde que leyó un reportaje que asoció a sus recuerdos de infancia y los álbumes de fotos en blanco y negro. A partir de esa evocación, García empezó a investigar la foto minutera y diseñó un proyecto de documental que presentó en un taller en la escuela de cine de San Antonio de los Baños, Cuba. La versión original, que era muy ambiciosa y pretendía englobar la historia del oficio en varios países de la región, no prosperó, pero sí la que circula desde este mes, que se centra en Chile —más bien, en el Gran Santiago— y reúne cápsulas de no más de once minutos de duración.

Cornejo, en tanto, se hizo cargo de la producción de contenidos de la serie. Investigador de la fotografía de cajón por más de dos décadas —desde que, mientras vivía en Brasil, trabajó en un proyecto que su hermano realizó sobre la postal—, no solo se ha ocupado de estudiar la historia de este quehacer, sino que además fue formando a través de los años un voluminoso archivo de imágenes que es el que, en parte, preserva ahora la Biblioteca Nacional.

«Nos sentimos con la responsabilidad de impulsar el rescate de la fotografía minutera, que se está extinguiendo», comenta Cornejo, que con su impulso coleccionista logró reunir no solo registros, sino también telones y réplicas de caballos —típicos elementos de ambientación—, al igual que diversas cámaras.

Una de ellas la usa para instalarse frecuentemente en lugares de masiva afluencia y hacer lo que otros hicieron antes por tradición. No es el único: hombres y mujeres de generaciones más actuales han creado una especie de movimiento que, en diversas ciudades del país, le da continuidad a esta disciplina.

En la cápsula que habla sobre la colección, uno de los aspectos destacados es el valor que tiene la fotografía minutera como testigo de las costumbres de los chilenos en diferentes periodos. «Los registros proveen una infinita posibilidad de contenidos sobre las épocas, incluyendo mobiliario urbano, transporte, vestimenta y peinados. Y también hablan sobre el propio oficio minutero y las diferentes técnicas que usaba cada fotógrafo», explica en ese episodio Soledad Abarca, jefa del Archivo Fotográfico y Audiovisual de la Biblioteca Nacional.

Especialmente atractivo es el capítulo dedicado a las mujeres minuteras, ya que, como aclara Cornejo, Chile fue uno de los países donde la presencia femenina en el oficio fue muy robusta, usualmente motivada por la muerte del marido, el exponente original. Una de las fotógrafas que destaca la cápsula es Rosa Vallejos, que entre los años cincuenta y setenta trabajó en el cerro San Cristóbal, a la salida del funicular. Era muy conocida y solía colorear las imágenes, se cuenta.

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