Comentario del mes a lo más destacado de la música nacional e internacional.
Llevo muchos años de mi vida esforzándome por transmitir, primero a mis hijos y luego a mi nieto Simón Pedro, mi firme convicción acerca de la existencia del Viejo Pascuero, Santa Claus, Papá Noel, Weihnachtsmann, o como quiera que se le nombre (de hecho, creo que esta diversidad de testimonios lingüísticos es ya una prueba de su entidad). Sobre todo con Simón Pedro, ha sido grande este esfuerzo, partiendo por explicarle, mediante una compleja «Teoría de la Vaporización Temporal» (TVP), el hecho de que el Viejito Pascuero pueda entrar a nuestro departamento a pesar de que el balcón tiene malla. Eso, habiendo despejado antes, al menos en parte, sus quemantes cuestionamientos acerca de las probabilidades de la efectividad del quehacer pascuero (su nivel de «cumplimiento de metas», como se diría en jerga economicista) en favor de todos los niños del mundo y en tan pocas horas… Debo reconocer que, para este propósito, en casa siempre hemos recurrido a la decoración y, sobre todo, a la música navideña, como elementos fundamentales de un clima propicio para la ilusión de la fe en el gran misterio de la Navidad y, junto con ello, para una adhesión verdaderamente vital a las tradiciones que han acompañado, cultivado y sostenido esa fe a través de generaciones.
Siempre he pensado que Vince Guaraldi (1928-1976) debió haber asumido al final de su vida, aunque no sin dificultades, que su nombre quedaría inscrito en la historia de la música gracias a este disco, que realizó a pedido de los productores del programa de televisión de un célebre dibujo animado. Hay que decir que la música aquí desarrollada es de excelente factura y refleja el gran nivel del trío que la interpreta. Creo que muchos de los que valoramos este registro hemos tenido el deseo de saber más del líder del grupo, y hemos confirmado así su talento como pianista de jazz. Si pudiera, le diría a Vince Guaraldi que debería sentirse orgulloso y satisfecho, porque sus versiones de los grandes standards navideños que forman parte de la cultura estadounidense (y, por qué no decirlo, también universal) brillan en medio de un verdadero océano, el subgénero musical que ha llegado a ser la recreación de estos temas ya tradicionales en clave jazzística. El resultado es un disco sorprendente por la combinación que se logra en él entre la sofisticación propia de un trío clásico de jazz (piano, batería y contrabajo) y una cierta simpleza en la presentación y en el tratamiento de las líneas melódicas de los temas, sobre todo con el recurso, en ciertos pasajes, a un coro de niños. En otras palabras, es un disco fino, con valor musical, y al mismo tiempo apto para ser recepcionado (como seguramente lo ha sido) por el gran público, que no está para grandes complejidades y cuyo propósito es, más bien, preparar el corazón para un tiempo que es especial, y que lo es por diversas razones que incluyen, por cierto, lo religioso, pero que van más allá y que se mezclan con recuerdos de la infancia y sensaciones atávicas difíciles de explicar.
Este disco es, como todo lo que hace Glasper, algo «hodierno», en el más literal sentido de la palabra. Aborda temas clásicos, pero lo que transmite es un conjunto de sensaciones que nos conectan con el momento actual, con el hoy que vivimos en medio de la gran ciudad, en las calles y en los avatares existenciales de esta segunda década del siglo XXI, que nos sorprende entre aires de guerra y promesas (o amenazas) de la inteligencia artificial. Al servicio de este propósito está la genialidad de su lenguaje musical, que, como hemos destacado anteriormente, brota de su talento intrínseco, de su técnica y de su creatividad, pero también de su honda conexión con la cultura de la cual proviene y a la que pertenece de manera tan intensa. Robert Glasper es un gran pianista y líder de diversos proyectos musicales, pero rara vez lo he visto cantar. Para eso suele reclutar a sus amigos y amigas. Por su intermedio he conocido excelentes cantantes y en muchos casos me he quedado con la impresión de que no lo han hecho mejor lejos de su dirección. En este disco, tan de este tiempo nuestro, hay también tradición, pero releída y reinterpretada por un concepto musical nuevo y no por eso menos cautivante para el oído del que busca conectarse con el espíritu de la Navidad. Lo recomiendo vivamente y sugiero poner especial atención a la versión de «Joy to the World», cantada por Alex Isley, y del infaltable «Little Drummer Boy», en una recreación que deja una vez más de manifiesto la frescura siempre inédita de la música de Glasper. ¡Feliz Navidad!