Comentario del mes a lo más destacado de la música.
Volvamos nuestra atención al jazz más puro, y que me perdone mi amigo Antonio. Desde hace ya varias crónicas he estado apuntando el radar hacia otros mundos musicales, sin duda riquísimos y meritorios. Pero hoy quiero dar algo así como un golpe de timón. El piano es el instrumento base de todo género musical, y para qué decir en la comarca del jazz. Hay ocasiones en que la jerarquía es indiscutible (al menos, en la música). He aquí dos discos que parten de este supuesto y, al mismo tiempo, en ambos se nos deja de manifiesto que esa convicción no es una simple afirmación del solipsismo, ni desconoce el valor de la colaboración en la creación de belleza musical y de un diálogo permanente con la cultura popular.
En la carátula del disco figura un Gonzalo Rubalcaba vestido de blanco, elegante, en un entorno igualmente refinado y sobrio. A su lado, un florero repleto de rosas de diversos colores. Son, según dice el título del álbum, «rosas prestadas». La expresión se refiere a que todos los temas de la producción pertenecen a otros autores: «Summertime» (George Gershwin), «Take Five» (Paul Desmond), «Here There and Everywhere» (J. Lennon/ P. McCartney), «Windows» (Chick Corea), «Night And Day» (Cole Porter) y una bellísima versión de «Shape Of My Heart» (Sting), solo por mencionar algunos. El pianista se apropió de estas piezas y las ha recreado, para preparar así un ramillete, que es un regalo para todos nosotros, los oyentes. Acogiéndolo, me he abandonado a la atmósfera quieta y reflexiva que domina en esta finísima grabación, realizada en la intimidad del hogar del artista. Nacido en Cuba en 1963, Gonzalo Rubalcaba recibió su primera formación como músico en la isla, en prestigiosas instituciones y bajo la guía de importantes maestros, tanto en percusión como en piano. En 1980, o sea, cuando tenía apenas 17 años de edad, obtuvo en el Festival Internacional de Buga, Colombia, su primer premio como arreglador de orquesta. Poco antes, en 1978, ya había formado su primer grupo y desde entonces comenzó a dar que hablar por su talento, en especial en el piano. Por entonces, el gran trompetista Dizzy Gilliespie quedó prendado de este joven músico y juntos grabaron, en vivo, en 1985, el primer registro de la discografía del pianista, que a la fecha ya supera los cuarenta títulos. Rubalcaba es, a mi parecer, un grande del jazz contemporáneo, un músico del más alto nivel. Pero en la industria musical todavía se lo clasifica como un pianista de latin jazz. Es evidente la estrechez de esta mirada. Dejemos que hablen por sí solas estas «rosas prestadas», y sepamos redescubrir con Rubalcaba la belleza siempre nueva de estos standards y de estas melodías inmortales que otros artistas crearon para la humanidad toda.
El pianista italiano afincado en Paris, Giovanni Mirabassi, discípulo de Enrico Pieranunzi, y el contrabajista francés Pierre Boussaguet, cuentan que, como suele ocurrir en la vida, coincidieron por azar en algún evento artístico europeo y de ese encuentro nació una complicidad musical que ha culminado en esta bellísima producción. Siguiendo en la línea de lo que hemos venido desarrollando, es evidente el protagonismo del piano en un dúo con otros instrumentos, y en particular con el contrabajo. Sin embargo, este disco muestra también que, en la dinámica de la inagotable creatividad humana, es posible establecer ciertas relaciones que permiten el acrecentamiento mutuo de las posibilidades musicales de los instrumentos en diálogo. Esto es evidente, en este caso, para el contrabajo de Boussaguet. Aunque es un instrumento que asegura el ámbito fundamental de los registros bajos de la estructura armónica de toda obra musical, sea cual sea el género, en general se lo considera un instrumento «de acompañamiento». Siendo eso efectivo en cierto sentido, cada vez más se han ido poniendo de relieve las potencialidades del instrumento, tanto en su versión clásica acústica, como en su versión conectada. Jaco Pastorius (+ 1987), Stanley Clarke, John Pattitucci y Derrick Hodge, solo por mencionar algunos grandes bajistas del mundo del jazz, ya han mostrado suficientemente no solo el carácter imprescindible de su instrumento, sino además que puede ser también «solista» e incluso protagonizar proyectos musicales. En este disco se siente muy claramente cómo el piano se ve desafiado y a la vez sostenido, en cada compás, por el contrabajo, que, sin alejarse del sendero compartido, hace lo suyo y a la vez colabora para que el piano lo haga también, construyendo así juntos lo que sería inconcebible sin esa colaboración.