Comentario del mes a lo más destacado de la música.
Un aspecto de la música que me parece altamente interesante, pero que no suele abordarse, es cómo se constituyen las agrupaciones musicales, es decir, aquellos grupos de personas que se asocian para compartir la interpretación de una obra musical, sea cual sea su género. En las grandes orquestas, en especial las pertenecientes a instituciones o al Estado, la vía de incorporación de nuevos integrantes son las audiciones, en las que los postulantes deben evidenciar los méritos esperados. También, y sin contradicción, está la vía de la amistad, la vía de la certeza que brinda una experiencia previa de vínculo personal, mediado precisamente por la música como pasión compartida. He aquí un par de discos en que ambas modalidades se manifiestan y se entrecruzan
A Taylor Eigsti, destacado pianista, compositor y arreglador orquestal estadounidense, lo he comentado varias veces en estas crónicas, desde que lo descubrí a fines de los años 2000. Siempre me ha impresionado su musicalidad, ese don innato que posee para ofrecer en cada pieza una intensa expresividad musical, un sentido muy personal de la belleza y, junto con eso, un evidente conocimiento y dominio técnico de su instrumento y de la teoría musical. Tiene algo (todavía lo tiene) de joven talentoso. Toda pieza musical que ha salido de sus manos es un regalo para sus oyentes.
Él mismo ha comentado que en la planificación de este disco hizo el esfuerzo de tener más de un ejecutante por cada instrumento, supongo que como una manera de disponer de una mayor diversidad de sonoridades posibles. Naturalmente, en la selección final aparecen nombres que ya han estado antes en producciones suyas. Reconozco algunos: el baterista Kendrick Scott, el guitarrista Julian Lage… y, sobre todo, las maravillosas cantantes Becca Stevens («Look Around You») y Gretchen Parlato («Beyond The Blue»). El caso de estas dos artistas me parece especialmente destacable: es impresionante cuánto han contribuido a la música de Eigsti y a la vez es evidente cuánto han ganado ellas mismas, no solo por haber podido participar en tan buenos discos, sino sobre todo por haber tenido la oportunidad de cantar bajo la dirección de un músico tan talentoso y cultivado. El disco tiene otras sonoridades, también debidas al aporte de músicos-amigos del anfitrión: saxo (Ben Wendel, Dayna Stephens), trompeta (Terence Blanchard)… y una sección de cuerdas que viene a dar fundamento al todo en varios momentos del disco. Es una producción, en suma, que nos reafirma el talento y el amplio conocimiento musical de Taylor Eigsti, pero que además expresa con especial intensidad la fuerza de la belleza que él ha sabido forjar, a lo largo de toda su carrera, desde la amistad en torno a la pasión por la música.
Este disco de Martin Sjöstedt, pianista, contrabajista y arreglador sueco nacido en 1978, nos pone en otro contexto musical: la tradición de la big band. Lo que predomina en esta producción es la creatividad y el liderazgo de un músico connotado frente a una agrupación de especialistas en el lenguaje del jazz. En otras palabras, la relación del director con una orquesta que tiene ciertas particularidades. Una big band expresa una característica muy especial del jazz: por una parte, depende de obras bien definidas, cuyas partituras deben ser rigurosamente seguidas por los ejecutantes; por otra parte, está la necesaria apertura de esos mismos músicos al desafío de la improvisación. En qué momento esta deba darse y qué instrumento deba incursionar en ella, dependerá de lo que el autor haya señalado en la partitura, o de la decisión y la inspiración del director. La obra ejecutada es, en suma, un diálogo en diversos sentidos y niveles: del director con la obra, de los músicos con esta misma, de los músicos con el director y entre sí, y, habría que resaltarlo, de la orquesta toda con el público presente.
Un ingrediente especial de este disco es que Sjöstedt ha tomado piezas de connotadas figuras de la historia del jazz, para releerlas y poner esa relectura en la forma de arreglos propios que ha entregado a la Stockholm Jazz Orchestra para darles realidad sonora. El disco comienza con «Butterfly», de Herbie Hancock, que permite brillar al propio anfitrión. Más adelante llega el turno de los saxos, siempre sostenidos por una activa orquesta, con «Donna Lee», de Charlie Parker, y «26-2» de John Coltrane. Dos composiciones propias de Sjöstedt destacan por su belleza más bien serena y sus arreglos atinados: «Mulgrew» y, sobre todo, «Tengtones».