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Step 1
Comentario del mes a lo más destacado de la música.
Estos dos discos han sido, lejos, los que más me han impresionado en el último mes. Me ha costado encontrar la clave que los conecta. ¿Por qué, siendo tan distintos, me han cautivado a la vez? De pronto, me percaté de que se trata de dos músicos que he venido escuchando desde hace tiempo. Es, por tanto, su persistencia y su creatividad en la búsqueda musical aquello que comparten y que ha hecho posible una suerte de irrupción en la vida de tantos. Son, también, dos artistas que se han caracterizado por una permanente actividad de colaboración con otros músicos. Recomiendo hoy, en medio de un camino que supongo no terminado, sus últimas grabaciones de estudio.
Al pianista Aaron Parks lo conocí por sus colaboraciones con grandes músicos, como los guitarristas Mike Moreno y Kurt Rosenwinkel, la cantante Gretchen Parlato y el bajista Derrick Hodge. En las producciones de estos artistas, la participación de Aaron Parks nunca ha sido solo accesoria; él nunca ha pasado inadvertido, porque tiene el don de la musicalidad, del buen gusto, de una digitación y de un sentido de la armonía de gran inspiración. Pero es también suyo algo que aquí, por cierto, aparece claramente: el arte de co-laborar, de construir con otros una obra verdaderamente común, algo que no podría esperarse de un ser humano solitario, por más genial que fuera.
La producción está clasificada como jazz, pero eso, sabemos, es hoy en día una palabra demasiado amplia. Aquí, tal vez, deberíamos hablar de música contemporánea, sí, pero enmarcada en estructuras clásicas y con elementos jazzísticos, como un cierto tipo de armonías y los infaltables momentos de improvisación, que tampoco sobreabundan. Es, en este sentido, un jazz que se deja oír, que no es para iniciados, que no perturba, sino que, por el contrario, puede encantar a un público más amplio; por de pronto, por las temáticas musicales y los arreglos de gran factura, que el grupo desarrolla. Me parece especialmente llamativa la interacción entre el piano y los instrumentos de cuerda. Por ejemplo, en el segundo corte, «Locked Down», está muy marcado —y le da un carácter muy fuerte al tema— el unísono de la mano izquierda del pianista con el contrabajo (David Ginyard) y, a la vez, el unísono de la mano derecha con la guitarra (Greg Tuohey). El resultado es una sonoridad, si bien no del todo novedosa, muy elegante y envolvente. Completa la «redondez» del sonido de esta notable producción, el pocas veces destacado aporte de la percusión, en este caso a cargo del baterista coreano Jongkuk Kim.
¿Cómo describir a Becca Stevens? Tal vez, como una Joni Mitchell de estos tiempos: una figura femenina potente, de gran presencia, con una voz llena de personalidad y, al mismo tiempo, una cantante de los márgenes de la popularidad y más cercana al viejo ideal de la música con sentido y en búsqueda de la sabiduría y la autenticidad. Este disco la muestra, precisamente, en esta clave: una voz, una guitarra y, con ello, la desnudez de su propuesta, como insinúa la carátula del vinilo. Algo así como en los tiempos de las grandes trovadoras, en parte hippies, en parte activistas de causas planetarias como la paz y la justicia, entre las que se contaron la gran Joni y Joan Baez, entre otras… En la misma tradición se nos presenta Becca Stevens, en estos tiempos posmodernos en que reina la búsqueda desesperada del brillo y del éxito individuales. Es la misma que conocí y que admiré desde un comienzo, por sus colaboraciones con grandes músicos, como David Crosby, Taylor Eigsti y Brad Mehldau. Debo decir que a veces he pensado que esta cantante ha tenido sus mejores momentos en estas colaboraciones y que, en general, sus discos como solista o como líder de banda, no han alcanzado el mismo nivel de inspiración. Pero en esta ocasión, en esta impronta de folk puro y crudo, sí he podido conectar con ella y con su más fuerte talento: cantar canciones hechas para una audición serena y, sobre todo, reflexiva y profunda.
