El deceso de Nicanor Parra en enero pasado dio lugar a múltiples reconocimientos a su obra, a los cuales nos sumamos en estas páginas recordando algunos de sus poemas.
Todos creíamos que el poeta chileno Nicanor Parra era inmortal. Por eso, en una carta que envié a un diario, no publicada, señalaba: «El último antipoema: la muerte de Nicanor Parra». Hacía poco menos de cuatro años que, en esta misma revista, había escrito «Un centenario antipoético», en alusión a los cien años del poeta1. Homenajes y más homenajes dieron testimonio de dicha celebración. Pero algunos años después, en específico, el 23 de enero del 2018, Parra muere. Por eso, volvemos a recordarlo y, de esta forma, compartimos con los lectores nuestro acercamiento a la poesía de uno de los grandes de nuestro acervo literario, recordando —fundamentalmente— algunos de sus poemas que más nos han llamado la atención.
En su oportunidad, aludimos a su infancia, a la relación con sus padres (sobre todo, su padre, del mismo nombre, plasmada en algunos poemas), a sus estudios, a sus hermanos. Uno de ellos es Violeta, que tuvo su celebración el año pasado con motivo del centenario de su nacimiento. Al respecto, hay que destacar el excelente libro biográfico Después de vivir un siglo, de Víctor Herrero, en donde existen algunas alusiones a Nicanor, quien en todo momento la apoyó para que diera rienda suelta a sus dotes artísticas. A su vez, no hay que olvidar su poema «Defensa de Violeta Parra» (en Obra gruesa), que se inicia con los siguientes versos: «Dulce vecina de la verde selva/ Huésped eterno del abril florido/ Grande enemiga de la zarzamora/ Violeta Parra».
RECORRIDO POR ALGUNOS POEMAS
De sus publicaciones iniciales, quisiéramos recordar los títulos de los poemas que, en lo personal, más nos atraen, con algunos de sus versos. Por diversos motivos, destacamos su humor, ironía, calidad poética, vanguardismo, entre otros. De Cancionero sin nombre (1937): «Suicidio violento» («Me muero por mi corbata/ de rosa de sombra ardiendo,/ si quieres que te lo diga,/ me muero porque te quiero»).
De Poemas y antipoemas (1954): «Sinfonía de cuna» («Una vez andando/ Por un parque inglés/ Con un angelorum/ Sin querer me hallé»), «Se canta al mar» («Es que, en verdad, desde que existe el mundo,/ La voz del mar en mi persona estaba»), «Autorretrato» («Considerad, muchachos,/ Este gabán de fraile mendicante:/ Soy profesor en un liceo oscuro,/ He perdido la voz haciendo clases./ (Después de todo o nada/ Hago cuarenta horas semanales)»), »Epitafio» («Fui lo que fui: una mezcla/ De vinagre y de aceite de comer/ ¡Un embutido de ángel y bestia!»), «Cartas a una desconocida» («Cuando pasen los años, cuando pasen/ Los años y el aire haya cavado un foso/ Entre tu alma y la mía; cuando pasen los años/ Y yo solo sea un hombre que amó, un ser que se detuvo/ Un instante frente a tus labios»), «Los vicios del mundo moderno» («El mundo moderno es una gran cloaca:/ Los restoranes de lujo están atestados de cadáveres digestivos/ Y de pájaros que vuelan peligrosamente a escasa altura./ Esto no es todo: Los hospitales están llenos de impostores»), «Advertencia al lector» («El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos:/ Aunque le pese/ El lector tendrá que darse siempre por satisfecho»).
De Versos de salón (1962): «La montaña rusa» («Durante medio siglo/ La poesía fue/ El paraíso del tonto solemne./ Hasta que vine yo/ Y me instalé con mi montaña rusa.// Suban, si les parece./ Claro que yo no respondo si bajan/ Echando sangre por boca y narices»), «El galán imperfecto» («Una pareja de recién casados/ Se detiene delante de una tumba./ Ella viste de blanco riguroso.// Para ver sin ser visto/ Yo me escondo detrás de una columna.// Mientras la novia triste/ Desmaleza la tumba de su padre/ El galán imperfecto/ Se dedica a leer una revista»), «Conversación galante» («Yo no te dije que te desnudaras./ Fuiste tú misma quien se desnudó:/ Vístase, antes que llegue su marido./ En vez de discutir/ Vístase, antes que llegue su marido»), «Fiesta de amanecida» («Trasnochar es un pésimo negocio/ Pero yo me tenía que lanzar.// El galán no tenía qué ponerse/ Ella apenas tenía qué sacarse/ Pero fueron las bodas más sonadas/ En cuarenta kilómetros cuadrados»), «Se me pegó la lengua al paladar» («Se me pegó la lengua al paladar/ Tengo una sed ardiente de expresión»), «Solo para mayores de cien años» («Solo para mayores de cien años/ Me doy el lujo de estirar los brazos/ Bajo una lluvia de palomas negras»), «Lo que el difunto dijo de sí mismo» («Más adelante, cuando tenga tiempo/ Hablaré de la vida de ultratumba»).
De Canciones rusas (1968): «Aromos» («Paseando hace años/ Por una calle de aromos en flor/ Supe por un amigo bien informado/ Que acababas de contraer matrimonio./ Contesté que por cierto/ Que yo nada tenía que ver en el asunto./ Pero a pesar de que nunca te amé/ —Eso lo sabes tú mejor que yo—/ Cada vez que florecen los aromos/ —Imagínate tú—/ Siento la misma cosa que sentí/ Cuando me dispararon a boca de jarro/ La noticia bastante desoladora/ De que te habías casado con otro»).
De Obra gruesa (1969): «Defensa de Violeta Parra» («Tu dolor es un círculo infinito/ Que no comienza ni termina nuca/ Pero tú te sobrepones a todo/ Viola admirable»), «Manifiesto» («Señoras y señores/ Esta es nuestra última palabra/ —Nuestra primera y última palabra—/ Los poetas bajaron del Olimpo».
De Hojas de Parra (1985): «El hombre imaginario» («Y en las noches de luna imaginaria/ sueña con la mujer imaginaria/ que le brindó su amor imaginario/ vuelve a sentir ese mismo dolor/ ese mismo placer imaginario/ y vuelve a palpitar/ el corazón del hombre imaginario»).
DISCURSOS DE SOBREMESA
En el tomo II de las Obras completas (1975-2006), nos encontramos, por ejemplo, con la versión que realizó Parra de El rey Lear, de William Shakespeare (con el título de Lear. Rey & Mendigo), que le llevó muchos años de trabajo («nunca he trabajado tan intensamente como ahora. Vivo en un estado de ansiedad intelectual permanente») y que, finalmente, fue estrenada en el teatro de la Universidad Católica en 1993, bajo la dirección de Alfredo Castro y con Héctor Noguera en el rol protagónico; además, destacamos los Discursos de sobremesa, en los cuales nos detendremos.
Discursos de sobremesa (2006) está compuesto por cinco discursos, escritos en verso, en donde hace gala de su «antipoética» mirada del mundo. Para Mario Rodríguez, «entiendo los discursos de sobremesa como la forma desacralizadora que inventa Parra para dar cuenta de la nueva situación del sujeto poético a partir de los años ochenta». Queremos aludir a dos de ellos, y contextualizar los tres restantes. El primero, «Mai mai peñi (Discurso de Guadalajara)», fue escrito con ocasión de la entrega del Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en 1991, entregado por vez primera ese año (el premio le fue concedido «por la poderosa reafirmación de la capacidad innovadora de la moderna poesía latinoamericana»). En él resalta —fundamentalmente— un homenaje al escritor mexicano Juan Rulfo, el cual, pese a su escasa producción, es considerado uno de los hitos de la literatura latinoamericana del siglo XX, con obras como Pedro Páramo (novela) y El llano en llamas (cuentos); de este discurso, quisiéramos resaltar los siguientes versos: «Pedro Páramo dice Borges/ Es una de las obras cumbres/ De la literatura de todos los tiempos// Y yo le encuentro toda la razón»(mención a Borges, otro de los escritores que nos sumerge en las vanguardias); «Mentiría si digo que estoy emocionado/ Traumatizado es la palabra precisa/ La noticia del premio me dejó con la boca abierta/ Dudo que pueda volver a cerrarla» (en concreta alusión al aludido premio); «Apoyo la idea genial de Ricardo Serrano/ Que propone elevar el triple/ El monto del Premio Juan Rulfo/ De Literatura Iberoamericana// A condición eso sí/ De que sea con efecto retroactivo» (el humor siempre presente). Y, finalmente, en el poema «Cuál es la moraleja», un verso que es más que una sentencia: «Hay que volver a releer a Rulfo». Otro de estos discursos de sobremesa, es «Also sprach Altazor», nombre que nos remite a uno de los grandes poemas en lengua española, del poeta creacionista Vicente Huidobro, escrito con ocasión del centenario del nacimiento del poeta en 1993. Aquí, en «Antes de comenzar», «Una pregunta:/ Qué sería de Chile sin Huidobro/ Qué sería de la poesía chilena sin este duende»; a su vez, «Quiero dejar en claro/ Que sin el maestro no hubiera sido posible el discípulo/ Prácticamente todo lo aprendí de Huidobro», y en «Comillas», modestia aparte, «La poesía contemporánea comienza conmigo». No faltan tampoco algunos versos en referencia al poema huidobriano «Altazor»: «Un poema que empieza varias veces/ Y no termina nunca de empezar// Una majestuosa catedral inconclusa/ La obra gruesa de una catedral/ En opinión de Tirios y Troyanos». Los otros tres discursos son: «Happy birthday. Discurso del Caupolicán», pronunciado el 23 de abril de 1993 en el Teatro Caupolicán, con motivo del Festival de Teatro de las Naciones, un gran evento teatral que se celebró en nuestro país; «Discurso del Bío Bío», leído en la Universidad de Concepción en enero de 1996, con motivo de la recepción del doctorado Honoris Causa; «Aunque no vengo preparado», pronunciado en Valdivia en diciembre de 1997, con motivo de la recepción del Premio Luis Oyarzún, otorgado por la Universidad Austral.
MUERTE DE NICANOR PARRA
En 1967, el crítico Ignacio Valente manifestó: «Desde la aparición de Poemas y antipoemas en 1954, el horizonte de la poesía chilena está dominado por la presencia de Nicanor Parra». Lo mismo se podría decir de tantos otros poetas que se encuentran en el sitial de honor de nuestra lírica. Uno de ellos es Raúl Zurita, quien a fines de la década de los setenta, con Purgatorio (1979), marcó un antes y un después en nuestra poesía; por eso, son válidas sus palabras a manera de despedida: «Ha muerto Nicanor Parra/ Ahora estoy solo/ Recibo el tubo de relevo/ faltan los últimos cien metros/ Me faltan ojos para llorar».
Nicanor Parra murió el martes 23 de enero de este año en su casa de La Reina, por causas naturales. Allí fue velado, de manera privada, por sus familiares y amigos. Al día siguiente, sus restos fueron trasladados a la Catedral Metropolitana, con el objeto de recibir «un homenaje ciudadano», para posteriormente realizarse una misa dos días después antes de su traslado a Las Cruces, su residencia definitiva. Nos acordamos de su poema «Últimas instrucciones», en donde señala: «Estos no son coqueteos imbéciles/ háganme el favor de Velarme Como Es Debido/ dase por entendido que en La Reina/ al aire libre —detrás del garaje/ bajo techo no andan los velorios// Cuidadito CON velarme en el salón De honor/ De la Universidad/ o en la Caza del Ezcritor». De alguna forma, se cumplieron sus deseos, aunque nos ha llamado la atención el velatorio en la Catedral. ¿Qué pensará el antipoeta de todo esto?
Hay que recordar que en «Lo que el difunto dijo de sí mismo» había manifestado: «Más adelante, cuando tenga tiempo/ Hablaré de la vida de ultratumba». De una u otra forma, esperamos que se materialice su promesa y nos cuente cómo es esa vida de ultratumba en donde, lo más seguro, se encontrará en un ameno coloquio antipoético con los personajes de Pedro Páramo. Voces y susurros de un poeta con una voz inmortal. MSJ