El editor de esta revista me preguntó si esta vez dedicaría unas palabras a Zalo Reyes, por su reciente fallecimiento. Pero el 8 de agosto ya había quedado comprometida esta modesta pluma con la desoladora partida de otra grande de la canción popular, Olivia Newton-John. El «gorrión de Conchalí» habría merecido, ciertamente, un homenaje, pero habrá que dejarlo para otra ocasión.
Decir una palabra sobre Olivia Newton-John en esta página, me obliga a hacerlo desde un cierto compromiso personal y no con la estéril pretensión de agregar algo a lo que sus biógrafos no hayan dicho ya. Si hubiera tenido la oportunidad de conocerla personalmente, le habría confesado que su figura, su voz, sus canciones, han acompañado mi propio caminar, desde mi adolescencia y hasta el día de hoy, a través de muy diversas etapas. Le diría que, para mis amigos y familiares, es decir, para aquellos que más me conocen, mi gusto y mi admiración por su belleza y por la de su voz ha sido una verdadera característica mía. Ello explica que el día de su fallecimiento haya recibido múltiples saludos y sinceras expresiones de condolencias, reconociéndome así como un auténtico deudo. Me escribieron amigos que no he visto por años, y los que hoy están más cerca se apresuraron a hacerse presentes para compartir este momento triste. Algo así había ocurrido cuando la artista vino a Santiago en el año 2010 para dar un concierto (al que por cierto asistí, acompañado de la Cecé) y en 2017, cuando hizo una presentación en el Festival de Viña de Mar.
Podría decir, con orgullo, que he sido un fan desde los inicios de su carrera. Su primer disco es de 1971 y ya a lo largo de esa década recuerdo haberla seguido a través de aquellos videos de The Midnight Special, que un canal de televisión criollo reproducía por las tardes, mientras yo hacía mis deberes escolares. Eran tiempos en que no había otro acceso a imágenes en vivo de nuestros artistas favoritos, y en que había que estar atentos a la escucha de las incipientes radios FM, para conectar una grabadora con el fin de dejar registrada una canción, casi siempre de manera incompleta y con el consabido ruido de la combinación de teclas para el rec. Tiempos de vinilos (los antiguos) y de cassettes escasos y de difícil acceso para nuestros escuálidos presupuestos.
Avanzando en los años setenta, mientras todo el panteón artístico popular anglo se encaminaba a la música disco, Olivia Newton-John se mantuvo fiel a la música melódica y con algún vínculo con el mundo country, en el que se había iniciado. Siguió siendo la musa rubia de las canciones de amor y muchas estrellas del momento la buscaron para compartir con ella el escenario: Elton John, Abba, Bee Gees, Andy Gibb, Cliff Richard… Mención aparte habría que hacer de John Travolta, un gran beneficiado de las virtudes de todo tipo de la cantante. Es cierto que el filme Grease (1978) buscó (y logró) aunar las dotes del Travolta de Saturday Night Fever (1977) con el encanto, la belleza y la calidad vocal de nuestra artista, pero me parece innegable que los méritos a reconocer en esa película, sobre todo, por cierto, los musicales, se le deben a ella. Creo que sería un error atribuir a Grease una especial relevancia en la carrera de Olivia Newton-John como artista. Su madurez ya venía afianzándose desde antes, y siguió haciéndolo posteriormente. Es cierto que ya no tuvo la misma popularidad que alcanzó a todo lo largo de la primera década de su trayectoria y que culminó con el excelente disco que es Physical (1980), pero en los ochenta y en los noventa hizo varios discos de estudio de gran factura, en los que combinó un progreso en nuevos repertorios con reversiones de canciones suyas ya clásicas.
A partir de los años dos mil nos encontramos con una fase de recopilación y de profundización, en conexión con su biografía y en especial con su lucha contra la enfermedad que finalmente nos la arrebató.
Su vida ha sido un fecundo recorrido. Y ese recorrido yo lo he seguido «devotamente», como dice ella misma en una canción inolvidable.
Tu labor está más que realizada, querida Olivia. Descansa en paz.