Participación adulta: ¿Es posible en la Iglesia y la sociedad?

El ciudadano del futuro deberá entrar al diálogo político con generosidad, planteando lo que piensa, pero dispuesto a renunciar al bien propio cuando el bien común así lo requiera. ¿Será esto una utopía?

En la Iglesia católica se ha venido dando un proceso muy interesante, en el cual ella misma se pregunta por los modos de dar mayor participación a sus miembros. Este mes de octubre se desarrollará el Sínodo sobre la sinodalidad, que continuará en octubre del año próximo. En este caso será un encuentro de obispos con laicos y laicas, en el cual recogerán el trabajo realizado a partir de pequeñas comunidades cristianas a lo largo y ancho del planeta, concentrando conclusiones en cada diócesis y, luego, en conferencias episcopales continentales.

Es una buena noticia. A pesar de la imagen verticalista que tiene el gobierno eclesial, la sinodalidad es una nota fundamental de la Iglesia desde sus inicios, alojando diversidad de carismas, con el desafío de permanecer, sin embargo, unida, y fiel a lo que el Espíritu le vaya inspirando.

La sinodalidad es un modo de encuentro y de trabajo de los cristianos guiados por el Espíritu Santo, que produce una profunda comunión entre personas de culturas muy diversas y promueve una activa participación de todos en una misión compartida. Aunque la Iglesia tiene notas muy distintas de un país, creemos que este camino sinodal puede darnos luces para promover y cuidar la democracia y el desarrollo de nuestro país. Con esa precaución haremos aquí ese ejercicio.

SÍNODO SOBRE LA SINODALIDAD

Históricamente, los sínodos fueron asambleas de cada una o varias diócesis, pero desde Pablo vi se han convocado sínodos de obispos como órganos consultivos para asesorar al Papa. Se convocan cada vez que es necesario dar una orientación a la Iglesia global sobre temas relevantes. Obviamente, ha habido temas doctrinales sobre los que dar claridad, pero en otras ocasiones se ha convocado para orientar sobre temas diversos de la vida de la Iglesia o fuera de ella. Habitualmente, concluye con una Exhortación Apostólica Postsinodal donde el Papa ofrece una orientación para todos.

En este sínodo en particular el tema propuesto por el Papa es la misma sinodalidad, es decir, los modos que tiene la Iglesia de dar participación en las decisiones respecto de sí misma. Con ello abre la posibilidad de que las decisiones en la Iglesia no se aborden principalmente como disposiciones de una única persona que tiene la autoridad legítima, sino como medidas consultadas ampliamente a grupos diversos para, juntos, discernir la voluntad de Dios.

Lo que reconoce la sinodalidad es que todo bautizado posee el don del Espíritu y, por tanto, su voz al interior de la comunidad es relevante. El punto de partida de la Iglesia es el encuentro y diálogo de los bautizados quienes, en su diversidad de experiencias y contextos, van aportando lo que creen es el deseo de Dios para todos.

El primer desafío para la Iglesia es la comunión, el vínculo interno. Si la Iglesia quiere ser abierta y acogedora, esa diversidad implica que ella misma esté tensionada internamente. Pero la tensión puede ser algo muy positivo, puesto que la enriquece y moviliza. Esa tensión la hace una Iglesia en búsqueda.

Un segundo desafío es hacernos corresponsables en la misión. Aquí el Sínodo no ha esquivado temas importantes, como la pregunta por los servicios que cada miembro puede prestar en la Iglesia y el mundo, generando nuevos ministerios. También surgen las preguntas por la promoción de la dignidad de las mujeres bautizadas, la pregunta por el aporte particular de los bautizados laicos y laicas, los presbíteros y los obispos. Esperamos que el juego político al interior de la Iglesia, que se da como en cualquier sociedad, dé paso a la honesta escucha del Espíritu.

También surgen las preguntas por la promoción de la dignidad de las mujeres bautizadas, la pregunta por el aporte particular de los bautizados laicos y laicas, los presbíteros y los obispos.

Un último desafío para abordar es la participación activa en la toma de decisiones a nivel local y global. En este nivel la tensión ocurre entre la decisión y la responsabilidad de quienes deciden, pero también en el modo de articular la participación amplia con el servicio de la autoridad.

De fondo, hay por abordar un tema capital al interior de la Iglesia. Ella lleva más de un siglo y medio animando y formando al laicado para que asuma responsabilidades en el gobierno de la sociedad, pero el mismo laicado ha sido tratado como menor de edad dentro de la propia Iglesia. Eso no es sustentable y arriesga al divorcio entre los pastores y los fieles.

Es muy interesante que no se hayan evitado los temas que han surgido desde las comunidades locales, que el discernimiento esté abierto. De hecho, el Instrumento de trabajo previo que guiará el próximo sínodo no consiste en un documento borrador para ser discutido, sino que aclara los conceptos básicos y formula fichas de trabajo que recogen los aportes de diversos sectores del planeta para la oración personal de los asistentes.

¿PUEDE ILUMINAR ESTE PROCESO ECLESIAL ESTE MOMENTO CRÍTICO DE NUESTRA DEMOCRACIA?

Creemos que sí, pero hay que hacer algunas salvedades. La primera es que la adscripción a una iglesia toma a la persona a partir de dimensiones muy íntimas, como es la religión, que incluye no solo convicciones intelectuales, sino también experiencias espirituales y comunitarias. Por lo mismo, la pertenencia se da de modos distintos que la vinculación con un país. Y, lo segundo, es que las iglesias se entienden a sí mismas como portadoras de un mensaje y realizadoras de una misión que asumen sus miembros.

Entonces, un desafío para cuidar la democracia es la construcción de pertenencias a un colectivo más amplio que el círculo familiar. Inevitablemente, esto tiene que ver con los afectos. Surge la pregunta sobre cuánto cariño tenemos por nuestra patria, que debería ser una verdadera comunidad nacional, solidaria y fraterna. Dicho esto, nos parece que hay analogías que pueden ser interesantes.

Así como en la Iglesia hay un reconocimiento de que cada bautizado puede aportar en el discernimiento eclesial, con ciudadanos cada vez mejor educados es insoslayable que surjan más y mejores opiniones en cada uno de ellos sobre la cosa pública. Hay un deseo de participación, de que otros no elijan arbitrariamente sin considerar nuestra opinión. Eso desafía a la democracia representativa. Pero también desafía a la corresponsabilidad de los ciudadanos, puesto que la participación en las decisiones implica hacerse cargo también de sus consecuencias y, eventualmente, comprometerse a concretar esas decisiones aportando creatividad y trabajo.

Si entendemos la democracia como «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», como en la definición de Abraham Lincoln, vemos que es crítico generar los mecanismos para que el pueblo participe del gobierno y, por otra parte, que la intención del gobierno sea el beneficio del pueblo.

En lo primero, vemos una tensión entre una mayor participación en las decisiones y la capacidad que tienen los ciudadanos de entrar a decidir sobre temas que son cada vez más complejos. No basta sumar a todos en múltiples plebiscitos si no se garantiza la buena formación e información de los ciudadanos para decidir. Más todavía cuando han manifestado ser volubles a las estrategias del marketing político. Además, una buena decisión requiere debate y apertura a escuchar posturas diferentes. Pero la formación para la argumentación y el diálogo está en deuda en muchos países. Quizá la democracia representativa se vería fortalecida si los representantes políticos tuvieran más espacios de conversación con sus representados, donde se formaran las decisiones en grupos locales más pequeños, y rindieran cuenta de sus decisiones. En democracia es clave que los representantes tengan contacto estrecho con sus representados.

En lo segundo, hay que reconocer que Occidente ha sido fuertemente influenciado por una cultura individualista, lo que dificulta mucho la incorporación del bien común como criterio fundamental de una decisión. El debate democrático requiere cierta abnegación de los propios intereses cuando parece que ello puede favorecer los intereses de la mayoría, especialmente de los menos favorecidos. Sin embargo, la democracia es una ganancia para cada ciudadano, porque en la democracia constitucional los derechos fundamentales están al resguardo de la arbitrariedad de cualquier poder político, incluso la opinión mayoritaria, y por eso, dentro de su ethos, el ciudadano también debe saber renunciar cuando enfrente hay consideraciones imparciales relativas al bien común, o decisiones legítimas con las que está en desacuerdo. Esto quizá sea el mayor desafío para la democracia.

PARTICIPACIÓN ADULTA

La participación en la Iglesia requiere formar un cristiano consciente de la misión que ella tiene, pero eso no basta. El cristiano de la Iglesia del futuro, en palabras de Karl Rahner, deberá ser un místico, con capacidad de ponerse a la escucha del Espíritu y fe en que del diálogo abierto entre creyentes pueden brotar mejores decisiones para la Iglesia. Estructuralmente, la Iglesia debe propiciar el encuentro entre distintos carismas y visiones, de manera que el ejercicio de la escucha sea real. Pero, para que el diálogo sea fecundo, es imprescindible la formación de los cristianos en los temas que haya que decidir. Sin esto último, las decisiones no serán buenas.

De modo análogo, la participación política en democracia necesita de un ciudadano con una visión social de bien común, con capacidad para escuchar con atención a otros actores sociales que tienen visiones diferentes y confiados en que del debate entre personas diversas surgen mejores decisiones. Un diálogo de este tipo requiere, con necesidad, ciudadanos mejor informados y formados sobre las materias en discusión. Ello será una ayuda para decidir mejor. La prensa y el periodismo tienen en esto una enorme responsabilidad ética. El ciudadano del futuro deberá entrar al diálogo político con generosidad, planteando lo que piensa, pero dispuesto a renunciar al bien propio cuando el bien común así lo requiera. ¿Será esto una utopía? Esperamos que no, porque es el único camino para una democracia sana y sustentable.

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0