El fenómeno de las «noticias falsas» debe ser tan antiguo como la mentira en el género humano. En la última década, potenciadas por el alcance masivo de los nuevos medios de comunicación, han adquirido especial relevancia por la fuerza con que han movido opiniones de porciones grandes de población. En este sentido, fue relevante el impacto de ellas en la elección de Donald Trump y, actualmente, lo es en la elección que se está llevando a cabo en Brasil. Tanto la condena a Alex Jones en los Estados Unidos, por afirmar que la matanza de Sandy Hook fue una farsa, como la ampliación de poderes del Tribunal Electoral brasileño para frenar la difusión de contenido falso en redes sociales —dando un plazo de dos horas a las plataformas de redes para la eliminación de una noticia falsa—, muestran los cambios que se están produciendo. Aunque para algunos esto puede ser un atentado a la libertad de expresión, resulta útil recordar el principio liberal que limita el ejercicio de la libertad personal cuando este pueda hacer daño a otros. Y, efectivamente, la difusión de noticias falsas genera mucho daño.
LA COMPLEJIDAD DE LA MENTIRA Y LA VERDAD
El fenómeno de la mentira admite grados en su presentación. En su forma más extrema y evidente, puede ofrecerse información derechamente falsa. Sin embargo, también pueden caber otros formatos, a veces como una mezcla de hechos verdaderos y otros falsos en una misma noticia; o bien, la omisión de algunos aspectos a favor de otros. Este último modo es el más difícil de tratar, porque de hecho lo que se dice es cierto, pero no se ofrece el cuadro completo, afectando el juicio de quien recibe la información parcial. Formas más sutiles incluso tienen que ver con el orden en que se presenta la información o con los adjetivos que se utilizan para hacerlo. Todo esto es parte del trabajo de edición de la información que manifiesta la intención de quien la emite.
Por otra parte, la verdad también viene a ser compleja. La verdad completa o absoluta, desde la perspectiva humana, es imposible. La verdad humana siempre está limitada, siempre está situada, siempre ofrece una perspectiva teñida por el espacio, la cultura, el instrumento de observación, el alcance de los sentidos o la ideología. Por tanto, a lo que se puede aspirar en términos humanos es a un proceso de avance en la verdad. Con todo, si bien no se puede pedir a los ciudadanos que nos muestren la verdad completa, siempre se les debe pedir, al menos, que no la alteren maliciosamente.
VERDAD Y CONFIANZA
En términos generales, la mentira socava la confianza interpersonal y, con ello, va minando la cohesión de cualquier grupo humano. Cuando la fuente de información, ya sea una persona o una institución, pierde confiabilidad, empieza a aparecer la sospecha como principio rector de las relaciones sociales. Siempre detrás de las afirmaciones o declaraciones estará la pregunta por las intenciones o motivos de quien las emita. En un contexto de suspicacia no es posible vínculo social alguno que sea duradero. No es posible tampoco la construcción de horizontes comunes hacia donde avanzar como grupo. Al final, lo queda es la soledad del individuo envuelto en su propia paranoia.
La mentira socava la confianza interpersonal y, con ello, va minando la cohesión de cualquier grupo humano.
El papel tradicional de un periodista, cual es traer los hechos que reportea de primera fuente y comunicarlos a una audiencia, lo ponía en un lugar de confianza pública. Los periodistas eran confiables porque habían tomado contacto directo con los hechos y las fuentes de información. Este papel es cada vez más escaso, dado que las reacciones y comentarios en la red se han transformado en la noticia. Todo ciudadano con un smartphone es capaz de subir información, puede escribir y subir audios o videos. Pero ¿cómo chequear que dicha información es veraz y se ajusta a la realidad? Ese debería ser el trabajo periodístico de alguien confiable que garantiza la veracidad.
Hay que poner cuidado, además, porque el mercado de los medios está altamente presionado para generar noticias. Esto puede provocar un espiral donde se busca el titular o la noticia de mayor impacto, pero que en el camino distorsiona en alguna medida los hechos. Los caminos típicos son aumentar el morbo, generar un conflicto, o exacerbar la amenaza, por ejemplo. Los medios de comunicación, al entrar en una lógica de mercado, caen en traicionar una vocación original de informar con veracidad, trasladando su foco hacia contar con mayores y más fieles audiencias, lo que se logra fácilmente apelando a la emocionalidad o maquillando la noticia.
VERDAD Y DEMOCRACIA
El manejo de la información a nivel masivo, últimamente potenciado por las aplicaciones de redes sociales, también ha permitido la manipulación de grupos grandes de población. En algunos casos, distorsionando información sobre candidatos, conduciendo el voto en alguna dirección. También se ocupan los «bots», softwares que realizan tareas repetitivas automáticamente, para diseminar por la red mensajes mentirosos o que distorsionan la realidad, provocando miedo o angustia en quienes utilizan estas redes, porque se ve a muchos usuarios de la red reenviando mensajes o reaccionando, sin saber que detrás de esa cuenta de usuario no hay una persona real, sino un software. Esto está pasando también en Chile. Lo sabemos bien.
Una de las bases de la democracia está en que los ciudadanos cuenten con información veraz y ajustada a la realidad para tomar decisiones. Cuando las fuentes de información, ya sean medios de comunicación establecidos o informales, distorsionan las cosas, se altera el juicio que puedan realizar las personas.
Un mecanismo cada vez más típico y sencillo de realizar en medios electrónicos es ajustar lo que se presenta a las anteriores búsquedas de las personas. Mediante inteligencia artificial, van reforzando los sesgos ideológicos de las personas, confirmándolas en sus perspectivas, generando la idea de que la perspectiva propia es la única verdadera. La lógica es dar al consumidor más de lo que pide. Por lo mismo, lo que va haciendo el algoritmo o software que presenta los contenidos es ir estrechando cada vez más la visión del que recibe, quien no solo encuentra las cosas que busca, sino que oye lo que quiere oír, personas que piensan como ella, o ve lo que quiere ver, aquella perspectiva de personas que son similares a ella.
RESPONSABILIDAD Y REGULACIÓN
Frente a esta proliferación de medios de información, es importante incorporar en la formación de los jóvenes algo de educación mediática, que les permita adquirir lucidez respecto de los algoritmos que están detrás de las redes sociales o sobre cómo operan los sesgos de confirmación, por ejemplo. y les entregue herramientas para analizar la información con conciencia crítica. En este sentido, es esencial la lucidez respecto de los puntos de vista personales, para enriquecer su pensamiento con otras perspectivas y salir de los círculos de pensamiento único.
Herramientas parecidas se pueden dar para hacer verificaciones sencillas antes de reenviar una información que puede ser tremendamente sesgada o derechamente falsa. Antes de reenviar cualquier mensaje recibido, es necesario analizar la pertinencia de hacerlo. En este sentido, está por verse la eficacia de leyes y mecanismos de penalización a los usuarios de redes que difundan noticias falsas, o la de recursos judiciales que eliminen noticias falsas desde una plataforma, como el caso brasileño. Pero esto tiene el peligro de generar estructuras de vigilancia que, a su vez, deban ser vigiladas.
En la formación y la labor periodística es necesario recuperar el ejercicio del reporteo, recurrir a fuentes más directas e investigar seriamente los temas que son más complejos. Solo entregando información fidedigna y de calidad, la labor periodística recuperará la función clave de garante de veracidad y de ser depositario de la confianza pública. Para esto hoy es más importante que nunca que se dé una sólida formación ética.
Finalmente, los medios de comunicación social necesitan algún tipo de contrapeso. Por una parte, es relevante que entre ellos exista competencia para equilibrarse unos con otros y no llegar a un monopolio informativo. La variedad entre medios informativos es fundamental, y que puedan verse representadas diversas opiniones es clave para una comprensión más profunda y para avanzar en la verdad de las cosas. Pero también es necesario contar con instancias de autorregulación ética de los medios, para no llegar a recurrir a «policías de la verdad».
Sin duda, contar con medidas de este tipo será una ayuda para recuperar la salud de nuestra democracia.