Reflexiones sobre Chile y sus desastres

Ojalá podamos encontrar modos de recordar y continuar nuestro apoyo a quienes han perdido familiares y bienes producto de los últimos incendios.

Este verano, una vez más, diversas zonas de Chile se han visto afectadas por incendios forestales; esta vez, tristemente, con un número grande de fallecidos y miles de familias damnificadas. Las imágenes de sectores urbanos totalmente quemados son elocuentes. Afortunadamente, como suele suceder en este país, la colaboración voluntaria y las campañas solidarias no se hicieron esperar. Esta reacción es un elocuente rasgo de humanidad que aún conserva la población. Todavía hay un fondo de empatía y sensibilidad que nos hace preocuparnos por los demás.

LA SITUACIÓN DE LOS DESASTRES NATURALES EN CHILE

Los desastres, en general, son eventos peligrosos que interrumpen gravemente el funcionamiento de una comunidad o sociedad, y provocan pérdidas e impactos humanos, materiales, económicos o ambientales. Es evidente que el carácter de desastre tiene relación, sobre todo, con el modo de afectar la vida humana. Es el daño al ser humano, finalmente, el punto de referencia para calificar estos sucesos como desastrosos.

El nuestro es un país golpeado permanentemente por terremotos, aluviones, tsunamis, tormentas o erupciones volcánicas. Últimamente, van cobrando mayor relevancia los efectos del calentamiento global, que se manifiesta en falta o excesos de lluvias, y las epidemias, que últimamente han adquirido un carácter global.

Es impresionante ver cómo la ocurrencia de eventos extremos y desastres va aumentando de manera exponencial. Entre 1900 y 1975, Chile contabilizó en torno a treinta eventos desastrosos. Desde 1976 al presente, ese número ha superado los 105. Evidentemente, este aumento tiene relación con el aumento de la población y su distribución en el territorio, pero aun así el aumento es muy relevante.

Una porción relevante del crecimiento de los desastres desde 1976 tiene que ver con el aumento de desastres de origen tecnológico, tales como accidentes industriales o de transporte. El origen humano de los desastres hoy no se extiende solo a descuidos personales. Lamentablemente, se ha visto, en el caso de los incendios, que en algunos ha habido intencionalidad humana de provocarlos. Pero también hoy somos más conscientes de que otros desastres calificados como «naturales» tienen también un origen humano, en la medida en que somos responsables del cambio climático, provocando sequías, inundaciones o, más directamente, deforestación.

TENEMOS MEJOR INSTITUCIONALIDAD, PERO AÚN FALTA

Con este nivel de experiencia, Chile generó ya en 1959 la Dirección de Asistencia Social del Ministerio del Interior, entidad reactiva y de apoyo a los afectados por desastres, que tuvo un importante rol en el terremoto de Valdivia de 1960. Luego de formularse como una Oficina Coordinadora de Emergencias durante el gobierno de Allende, se transformó en la Oficina Nacional de Emergencias (ONEMI) en 1974. Esta última oficina coordinó las acciones institucionales hasta la creación del actual Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (SENAPRED).

En el concierto mundial Chile es apreciado por su experiencia y eficacia. La velocidad y coordinación de respuesta ante las emergencias es muy superior a la de muchísimas naciones. Es así como se presta asesoría a muchos países cuando estos se ven enfrentados a este tipo de contingencias. Hemos aprendido a mejorar la calidad de nuestra construcción. El terremoto de Chillán de 1939, siendo de menor intensidad, dejó mucho más muertos que el de 2010, uno de los más grandes de la historia. Eso es fruto del aprendizaje.

Pero también impresiona mucho la capacidad de resiliencia social. Ante la catástrofe, las ciudades comienzan a funcionar con normalidad —comparativamente con otros países— con una rapidez enorme.

Ahora, siendo cierto lo anterior, también es necesario decir que aún quedan en la retina las irregularidades descubiertas a propósito del terremoto de 2010, sumado a la falta de coordinación con el SHOA para alertar ante el tsunami consecuente que cobró tantas vidas. Hoy, sin embargo, contamos con un sistema de alerta que puede llegar a cada teléfono celular. La experiencia ha generado aprendizaje.

EL ROL DE LA SOCIEDAD CIVIL Y LOS INDIVIDUALISMOS 

En la historia de los desastres siempre ha habido un rol importante que juega la población en ir en ayuda de quienes han resultado damnificados por una emergencia. Rápidamente se cubren las necesidades básicas de alimentación, ropa, útiles de aseo personal y alojamiento. Las campañas han ido ganando impacto con la fuerza de los medios de comunicación masivos. Los «Chile ayuda a Chile» han sido parte de la cultura del último medio siglo. Algo novedoso surge recientemente cuando diversas ONG entran en la respuesta social para recuperarse ante un desastre. Aparece la figura del voluntariado organizado, que tiene responsabilidad y coordinación, y con el cual el Estado es capaz de vincularse armónicamente.

En la historia de los desastres siempre ha habido un rol importante que juega la población en ir en ayuda de quienes han resultado damnificados por una emergencia.

La coordinación entre ambos a veces es difícil. Es necesario captar que, aunque tengan el mismo objetivo de sacar a los damnificados de la situación de precariedad y necesidad extrema en que están, el Estado y la sociedad civil tienen diferentes criterios sociales, distintas responsabilidades ante la ciudadanía; y las rendiciones de cuenta y burocracia también son dispares, como, finalmente, también lo son los ritmos de trabajo y reacción. Comprender las diferencias es muy relevante a la hora de armonizar al Estado y el tercer sector.

La colaboración entre la sociedad civil y el Estado es muy necesaria. Sin ella, podemos caer en una doble vertiente del individualismo. Por una parte, está la opción por dejar esto a que operen los mercados: cada uno se las arregla para resolver el asunto como puede. Por otra parte, es posible dejar la solución solo al Estado, con lo cual la colaboración entre ciudadanos se reduce al pago de impuestos para que el aparato estatal opere. Cuando actúa la sociedad civil y el voluntariado, en la perspectiva de los damnificados hay una ayuda muy diferente, porque no son funcionarios quienes los sostienen, sino que el socorro se hace personal. Este tipo de relación da al damnificado una dignidad muy diferente: el funcionario «debe» ir en auxilio, el voluntario «quiere» hacerlo. Un desafío muy relevante para los Estados es migrar desde el «aparato» estatal, percibido como mecánico e impersonal, hacia una acción más personalizada y orgánica, sobre todo cuando parte de la emergencia implica contención de los afectados.

LA TENSIÓN CON LOS ASENTAMIENTOS HUMANOS Y LA NECESIDAD HUMANA

Una de las tensiones que ha aparecido hace algunos años es la ubicación de asentamientos humanos en zonas de riesgo. Los incendios de Valparaíso en 2014 o la actual ubicación de campamentos de Antofagasta en zonas de riesgo de aluvión, son ejemplos elocuentes. Evitar los riesgos previsibles es de lo más básico en una política de prevención de desastres. Sin embargo, la ubicación de los asentamientos no responde únicamente a la disponibilidad del terreno, sino también a que esos lugares tienen un mejor acceso a la ciudad.

Habitar esos lugares son parte de decisiones razonables por las que operamos todos los seres humanos. En concreto: cercanía de colegios, de la locomoción colectiva, ubicación de las fuentes laborales, cercanía con redes familiares o de confianza para apoyarse en caso de enfermedad, ubicación de policlínicos u hospitales. Evidentemente, se puede dictar decretos para evitar que las familias se ubiquen ahí, pero hay que calcular cuánta fuerza está dispuesto a aplicar el Estado para frenar una necesidad de ese tipo, cotejada con la fuerza que han estado dispuestos a usar los pobladores. La decisión no es sencilla.

Además, no es solo conveniencia. La principal razón para irse a vivir a un campamento es que las familias vivían allegadas y en situaciones insostenibles de hacinamiento. Para evitar que surjan campamentos, el uso de la fuerza termina revictimizando a muchas familias que ya son víctimas del déficit habitacional. La solución obvia es apurar el ritmo de construcción de ciudad, no solo de casas, con oportunidades laborales y buen acceso a los servicios públicos. Esto requiere dar una prioridad desde la política. Así como se pueden prevenir algunos desastres, o mitigar su riesgo, es posible prevenir la aparición de campamentos si se atienden bien sus causas principales.

LA FRÁGIL MEMORIA

Los medios de comunicación social permiten poner al frente de nuestra atención todo el drama de los afectados por un desastre. Si bien es cierto que a veces caen en cierta actitud morbosa o de utilización de los que padecen la tragedia, no es menos cierto que ayudan a sensibilizarnos de problemas ajenos que son muy reales. Cubren la noticia con mucha intensidad, generando impacto en la población. Luego, la lógica noticiosa no puede sostener la atención y requiere encontrar un estímulo novedoso que capte nuevamente al público.

Lamentablemente, la reconstrucción de viviendas y el restablecimiento de la normalidad en la vida de los damnificados es un proceso lento que requiere de un esfuerzo sostenido por parte de la sociedad durante varios meses. Las soluciones transitorias, de emergencia, deben dar paso a las soluciones definitivas y eso demora más aún. Aquí es donde los actores privados podrían ser más solidarios y no subir los precios de los materiales cuando hay más necesidad, o los medios de comunicación podrían ayudar éticamente a que la ciudadanía mantenga la atención en quienes sufren.

Socialmente requerimos estructuras que nos ayuden a no olvidar. Pasaron los dramas del SENAME y pareciera que ya no existen. Pasaron los damnificados de Chaitén, de los incendios de 2017; a nivel internacional olvidamos Afganistán con su gobierno talibán o Haití, que no se logra recuperar tras el terremoto de 2010. Ojalá podamos encontrar modos de recordar y continuar nuestro apoyo a quienes han perdido familiares y bienes producto de los últimos incendios. Cuando las cámaras y las luces se apagan, se decantan los ciudadanos verdaderamente comprometidos y aparece la solidaridad fundamental: aquella enteramente gratuita y desinteresada. Esta solidaridad quizá sea la más necesaria y genuinamente humana.

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