La costumbre cristiana ha sido entregar regalos en este tiempo de Navidad. Habitualmente se asocia a los dones de oro, incienso y mirra, que los «reyes magos» habrían entregado a Jesús niño en el pesebre. Aquellos regalos fueron un signo de ofrenda y adoración a este recién nacido que era germen de esperanza, no solo para el pueblo de Israel, sino para la humanidad entera, toda vez que eran extranjeros quienes venían a reverenciar a la criatura.
Si bien las compras navideñas han sido cuestionadas por parte de la Iglesia año tras año al ser expresión de una cultura esencialmente consumista, es importante relevar la virtud que es el gesto mismo de regalar. El cariño entre seres humanos, dado que nunca se puede acceder a los sentimientos de otra persona, es meramente intuido. Hasta que no se hace concreto, en gestos o acciones, no «sucede» el amor para quien lo recibe. Las personas estamos sujetas al tiempo y el espacio y, por lo tanto, requerimos recibir expresiones concretas para que el amor acogido se haga real para quien lo recibe. De ahí la importancia de los regalos como expresión concreta del cariño. Para quien regala un objeto, eso siempre es insuficiente, ya que por principio se queda corto en la expresión del amor. Por lo mismo, aunque el regalo es muy necesario, debe ser mesurado, en el entendido de que un amor no se puede medir en la materialidad del gesto. Al contrario, cuando se intenta medir la benevolencia o la entrega de otro conforme a la medida material del don, en ese momento el gesto fracasa.
EL GRAN NECESITADO
Navidad es tiempo para pensar, también, principalmente en los más necesitados. Si pensamos en nuestro país como el gran necesitado, ¿qué le regalaríamos esta Navidad?
– Un diálogo político mejorado en sus formas y en su calidad. Una de las grandes pérdidas de los últimos años es que nuestra política haya entrado en la lógica del espectáculo, dominada por performances que llaman la atención de los medios de prensa, pero que son un síntoma de la falta de profundidad reflexiva. O, también, la transformación del Congreso en un espacio de agresión física y verbal que bloquea la discusión, promueve la falta el respeto y, de algún modo, justifica la violencia social que hay fuera de él.
– Una Constitución abierta al futuro. Una carta fundamental que colabore a la recuperación de los equilibrios medioambientales y ayude a sanar las heridas acumuladas por tanto tiempo en nuestra sociedad, que las reconozca y otorgue un marco de convivencia sana entre ciudadanos diversos.
– Una distribución justa de las cargas de la recesión. En un año que se prevé muy difícil en lo económico, con impactos fuertes en el empleo, es un imperativo ético repartir ese impacto de manera que se proteja a los más vulnerables de la población.
– Un sistema de pensiones acorde al momento de desarrollo de Chile. Los años que lleva esta discusión rebasan de sobra los límites de la paciencia. Si esta se colma, no podemos excusarnos en frases como «no lo vimos venir». Sería un error enorme llegar a ese punto. Sabemos que hay que ajustar los parámetros del sistema a las nuevas situaciones demográficas, sabemos que se requiere solidaridad con quienes han tenido salarios bajos o han sufrido el desempleo, sabemos que se requiere solidaridad intergeneracional, sabemos también que lo responsable es implementar con gradualidad. Todo eso lo sabemos hace veinte años. Ojalá el año que viene exista generosidad suficiente para pagar los costos económicos y valentía añadida para pagar los costos políticos, porque esto no es sostenible mucho más tiempo.
– Paz en la Araucanía, un tema difícil y también largamente postergado. Sabemos que las causas profundas tienen relación con la propiedad de la tierra y los diversos modos culturales de relacionarse con ella, violencia histórica contra el pueblo mapuche, violencia actual contra agricultores y trabajadores, promesas no cumplidas por parte del Estado, formas ilegítimas de uso de la fuerza por parte de sus agentes, procesos de diálogo truncos, consecuencias económicas y ecológicas concentradas territorialmente, cruzado por actos delictuales y narcotráfico, por mencionar solo algunas aristas del conflicto. Sabemos que los estados de emergencia no se pueden eternizar. Se requiere señales prontas de que se avanza hacia la paz.
– Integración genuina de los inmigrantes a lo largo de Chile, pero principalmente en las regiones del norte, donde hay mayor concentración. La composición del país ha cambiado y eso es un hecho. La pregunta de largo plazo tiene que ver más bien con la convivencia, con el cambio cultural necesario para que asumamos que somos una sociedad más diversa. Aunque se requieren las grandes políticas de inclusión laboral y social, la escala de integración y convivencia es más bien el municipio. Ese es el nivel donde debe abordarse tanto el conflicto como el reconocimiento y la colaboración.
– Recuperar la seguridad en barrios y ciudades. Si bien no han aumentado los delitos, es verdad que han crecido los delitos más violentos. Lo que parece más complejo es la sensación de que hay mayor impunidad que antes, en transgresiones leves, aunque también en las más graves. El respeto a la ley y, en último término, conservar el Estado de derecho es lo que está en juego. Se necesita abordar este tema, que se observe más en su fondo y no solo desde una perspectiva punitiva, también aplicando incentivos y educación social. Lo complejo es que de fondo en el transgresor pueda haber un desprecio por los demás ciudadanos. Eso sería de enorme gravedad, porque así no hay convivencia posible.
Lo que hay tras un regalo siempre es el deseo de donarse uno mismo, pues el regalo es solo una expresión.
DONARSE
Todo lo anterior serían excelentes noticias para el país. Sin embargo, lo que hay tras un regalo siempre es el deseo de donarse uno mismo, pues el regalo es solo una expresión. Por eso mismo, tras cada uno de los regalos enunciados se nos devuelve una pregunta a nuestra conciencia personal: y tú, ¿qué aportarás para esto? Ojalá esta Navidad podamos ser explícitos en cuál será la entrega de cada uno para el bien de la sociedad. Es muy fácil endosar la responsabilidad a otros: los políticos, los empresarios, los mayores, los que tienen. El único modo de que estos deseos sean reales y sostenibles es que cada uno juegue su parte en ello, no solo asumiendo su propia responsabilidad, sino también evitando apuntar al adversario. Para que esa Navidad sea real, urgen mujeres y hombres de buena voluntad. ¿Estaremos dentro de ellos?