Crecientemente, la alianza militar está dejando de ser alianza defensiva de un grupo de naciones y parece proyectarse como organización político-militar que busca el predominio occidental en el mundo.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) viene de conmemorar, en Washington, 75 años de existencia. Los representantes de sus treinta y dos países miembros escucharon a su secretario general señalarles que la alianza militar es la más longeva de la historia. En efecto, el noruego Jens Stoltenberg rememoró: «Cuando yo llegué a la OTAN hace diez años, me dijeron que, si bien la alianza era la más exitosa de la historia, no era la más duradera. Ese honor lo detentaba la Liga de Delos que agrupaba a ciudades de la antigua Grecia. Pero la Liga existió durante… 74 años». Stoltenberg remachó su muy difundido discurso aseverando: «Así, en el aniversario 75 de nuestra Alianza, podemos decir que la OTAN es no solo la más exitosa y poderosa, sino también la más longeva de la historia».
A los militares, que son quienes libran las guerras, les gusta presumir que los períodos de paz son asegurados por su presencia disuasiva. De allí el decir de «si quieres la paz, prepárate para la guerra». Este adagio repetido en todas las academias militares fue legado por el romano Flavio Vegecio, en el siglo IV. El espíritu de la sentencia no es un apoyo al belicismo, sino todo lo contrario. En la práctica, sin embargo, el armamentismo estimula el militarismo, que a menudo desemboca en la opresión de sus respectivas sociedades y agresiones a otras naciones. En la historia moderna, los períodos de conflictos armados, internos y externos, con países armados hasta los dientes, son prolongados. La experiencia muestra que la supremacía bélica, más que una garantía para la paz, induce al conflicto.
Los líderes de la OTAN reivindican que el largo período de calma relativa en Europa durante la Guerra Fría es atribuible, en buena medida, a su existencia. Integrada por Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, España y otros países europeos se rige por el principio enunciado por Alexandre Dumas en la boca de Los tres mosqueteros: «Todos para uno y uno para todos». Si algún país es agredido, el conjunto responderá en su defensa.
A poco de concluir la Segunda Guerra Mundial, la llamada Guerra Fría oscureció el panorama. Según Winston Churchill, el Primer Ministro británico, una «cortina de hierro» dividió al viejo mundo: de un lado, las potencias occidentales crearon la OTAN, en 1949, y entonces un general inglés resumió con ironía que su propósito «era mantener a los americanos en Europa, a los rusos fuera de ella y a Alemania pequeña». Moscú, por su parte, impulsó el Pacto de Varsovia, fundado en 1955, que incluyó a todos los países europeos de la órbita soviética inspirados en la misma filosofía de defensa colectiva.
La caída del Muro de Berlín, en 1989, marcó el fin del Pacto de Varsovia. La OTAN, en cambio, lejos de desbandarse, buscó nuevos Estados miembros entre los países que abandonaron la esfera soviética. De hecho, la mayoría de ellos engrosó sus filas. Así, el dispositivo militar occidental ha llegado hasta las fronteras de Rusia, contraviniendo los acuerdos tácitos alcanzados con el presidente ruso Mijaíl Gorbachov. Se perdió una oportunidad para haber unificado al continente europeo, dejando atrás una centenaria fuente de fricción política y militar.
La OTAN, sin un derrotero claro, buscó un rol por la vía de «intervenciones humanitarias». La primera acción bélica de su historia tuvo lugar en 1999 con el bombardeo masivo de Serbia. Fue un ataque realizado desafiando la autoridad del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, estableciendo un nefasto precedente. Mirado en retrospectiva, si bien la agresión logró remover del poder al dictador Slobodan Milosevic, la Operación Fuerza Aliada sentó un precedente en cuanto a acciones militares al margen de todo mandato de Naciones Unidas.
La OTAN, que no cuenta con tropas propias, sino que depende de los efectivos que le aportan los países miembros, enfrenta tensiones. Estados Unidos alega, con cierta razón, que paga una cantidad desmedida de los gastos. Turquía, uno de los integrantes clave, invadió una zona del norte de Siria. Allí exige respaldo para su combate contra organizaciones kurdas que califica de terroristas. Varios países, incluidos Estados Unidos y Francia, lucharon hombro a hombro con esas organizaciones para derrotar al sanguinario Estado Islámico. Está por verse si la organización logrará superar lo que el presidente francés Michel Macron denominó «su parálisis cerebral», aludiendo a la ausencia de una estrategia coherente.
La experiencia muestra que la supremacía bélica, más que una garantía para la paz, induce al conflicto.
Todo cambió con la «Operación Especial», como Rusia calificó su invasión a Ucrania en febrero de 2022. Fue, en realidad, la culminación de un conflicto de larga y lenta gestación. La metódica expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas inquietó a Moscú. El Kremlin estimó que se incumplían las promesas avanzadas por el secretario de Estado James Baker a Mijail Gorbachov. El prominente diplomático estadounidenses George Keenan advirtió ya en 1997 que «expandir la OTAN sería uno de los más graves errores de la política exterior norteamericana de toda la era de la post Guerra Fría». En 2004 una revuelta depuso al gobierno y Occidente bautizó el cambio del régimen prorruso en Kiev como una «Revolución Naranja». Para el Kremlin, en cambio, fue un golpe de Estado orquestado y alentado por Estados Unidos y otros países de la OTAN. La resistencia contra el nuevo régimen dio pie a una creciente insurgencia en el este de Ucrania, en las regiones de Donetsk y Lugansk, conocidas como Donbas. Rusia exige, como condición para un acuerdo de paz, la renuncia de Ucrania a incorporarse a la Alianza Atlántica.
La postura de la OTAN hacia Ucrania ha sido ambigua. Ya en 2008 la alianza señaló que Kiev podría integrarse. Pero no fijó plazos para su ingreso, el que quedó condicionado a una serie de reformas políticas. Incluso el año pasado en la cumbre realizada en Lituania, en 2023, no se apreció mayor prisa al declarar: «Estaremos en condiciones de extender una invitación para unirse a la alianza cuando los miembros consideren que se han cumplido las condiciones». Se trató de una postura diplomática, deliberadamente vaga. A tal punto que Volodimir Zelensky manifestó su malestar calificando el lenguaje de «sin precedentes y absurdo». Como se esperaba en la reciente cumbre realizada en Washington, más allá de las declaraciones de buena voluntad, no se avanzó en una fecha de ingreso para los ucranianos. En los hechos, incorporar a Kiev a la Alianza equivaldría a un compromiso de intervención directa en la sangrienta guerra que ha costado decenas de miles de víctimas y que no tiene visos de concluir.
Ello no ha impedido que Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional del presidente Joe Biden, anticipara que un comando militar basado en Alemania entrenaría y equiparía tropas ucranianas, a la par de nombrar un enviado especial de la Alianza a Kiev.
El lenguaje de la OTAN avisa de los cambios que vienen. Stoltenberg escribió un artículo en la revista Foreign Affairs pocos días antes de la reciente cumbre, en el que señalaba: «La seguridad no es un asunto regional, sino que es global». Agregó que la «seguridad de Europa afecta a Asia y la seguridad asiática afecta a Europa». Una visión holística, en la que anotaba que «todo está entrelazado». El comentario apuntaba a China, que ha sido un tema recurrente de Stoltenberg, así como de Washington, que estima que Beijing brinda una ayuda clave a Moscú en su esfuerzo bélico con la transferencia de tecnologías duales. Como, por ejemplo, drones que tienen un uso tanto civil como militar.
De hecho, la OTAN ha endurecido en forma gradual su postura frente a China para cubrir la región del Indo-Pacífico como un teatro de acción que atrae una atención creciente. Ello explica que la Alianza haya abierto una oficina en Japón. En su vena expansionista, la Alianza considera lanzar nuevos proyectos en la ciber esfera asiática. Para robustecer la seguridad frente a China, se asociará en iniciativas con Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda.
El cambio del eje de la preocupación estratégica de Washington, desde Europa a Asia y el Extremo Oriente, es un proceso iniciado hace décadas, aunque en los últimos tiempos ha cobrado mayor fuerza apuntando a China como un «habilitador» de Rusia en la guerra con Ucrania. Kathleen Hicks, subsecretaria de Defensa estadounidense, advirtió que en su existencia la OTAN «enfrentó un solo contendor estratégico, que era relativamente lerdo». Aludiendo a Rusia, claro. Ahora, sin embargo, «no podemos ignorar el desafío global que representa la República Popular China». Agregó que debían redoblar sus esfuerzos de cooperación internacional en la industria de armamento «con democracias afines donde sea posible, ya sea con aliados de la OTAN y socios que no pertenecen a la Alianza. Debemos estar preparados para guerras prolongadas «no solo en Europa».
La OTAN es, ante todo, una alianza política que responde a la voluntad de las autoridades democráticamente electas de los miembros respectivos. Esa característica es una fortaleza, cuando hay cierta unanimidad de criterios de cara a las amenazas. Así, frente al régimen soviético que fue considerado como un enemigo antagónico, político y militar, por parte del grueso de Occidente fue relativamente fácil lograr la unanimidad que requieren ciertas decisiones claves. Con todo, se mantiene, hasta ahora, la competencia entre países miembros por desarrollar sus respectivas industrias militares. Aunque el realismo económico ha llevado a una creciente cooperación, ello no ha eliminado la competencia entre países o asociaciones de ellos. No existen aviones, buques o submarinos OTAN, si bien se exige la compatibilidad. En todo caso, pese a los 75 años de la OTAN, sus asociados no renuncian a una planificación militar e industrias, guiados por sus intereses respectivos.
El caso de Viktor Orbán, el Primer Ministro húngaro, ha puesto de relieve las grietas políticas en el seno de Europa. Orbán no ha ocultado sus simpatías con la Rusia de Putin. Aunque en Francia no llegó al gobierno, la ultraderecha liderada por Marine Le Pen y su aliada Giorgia Meloni, que gobierna en Italia, ambas manifiestan poco entusiasmo por la Alianza. En ese sentido, las ultraderechas en ascenso en el grueso del viejo continente podrían representar un Talón de Aquiles. Es posible que la mayor amenaza para la OTAN provenga de Estados Unidos, en caso de que Donald Trump resulte electo en noviembre. Ello significaría cuatro años de incertidumbre, dada la postura aislacionista sintetizada en la consigna «América primero». Si bien la mayoría de los miembros de la OTAN ha elevado sus presupuestos de defensa, para alcanzar el dos por ciento exigido como mínimo, el grueso del Partido Republicano estadounidense no siente que es la responsabilidad de Estados Unidos proteger a los europeos. Muchos norteamericanos piensan que están en condiciones de hacerlo por sí mismos, a excepción del paraguas nuclear que no requiere de armas ni tropas en Europa. Así, desde la perspectiva política, subsiste cierta incertidumbre a ambos lados del Atlántico.
La OTAN contribuyó a fragilizar el ya precario orden internacional, en 1999, con la ya mentada intervención contra Serbia. Entonces existían serias interrogantes sobre la razón de ser de la Alianza. Entonces el francés Philippe Delmas escribió aludiendo a ella: «Un elemento de desesperación semejante al de un animal sediento en procura de agua participa en esta búsqueda de un papel para la organización». Desde entonces, la OTAN ha estado involucrada en operaciones militares en Afganistán y en Libia. La justificación ha sido contener la violencia y la defensa de las reglas que rigen el sistema internacional, que es precisamente, la labor que corresponde a la ONU, que ha sido ignorada en la medida que no aprueba las políticas de potencias hegemónicas.
En forma creciente, la OTAN se desperfila como una alianza defensiva de un grupo de naciones. A juzgar por los debates en su seno, se proyecta como una organización político-militar orientada a la defensa del prisma occidental del mundo.